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Crítica de música

La dulce despedida del héroe

Mark Knopfler

plaza de toros de valència

Que se va. Que adiós. Que seguramente no nos volvamos a ver jamás. Y que ya está muy mayor para pegarse estos tutes. Lo dijo Mark Knopfler ante las 6.500 personas que agotaron las entradas de la plaza de toros. Y el ex líder de los Dire Straits, sin duda uno de los mejores guitarristas de la historia, lo rubricó con un repaso a toda su carrera, incluyendo seis canciones de la banda que lo convirtió en una leyenda. En las dos horas largas de concierto lo hizo con honradez, virtuosismo, elegancia, sobriedad y coherencia. Ni él se quiere arrastrar por grandes escenarios ni quiere que nosotros lo veamos. Y se le agradece tanto como el hecho de que haya concebido esta sorpresiva gira de despedida como un evento por todo lo alto, con una fabulosa banda que cubre todas las inquietudes musicales del jefe con sensibilidad, calidez y perfecta ejecución. El show estaba muy cuidado, todas las canciones tenían arreglos nuevos y brillantes. Sus diez compañeros tocaron violines, flautas, mandolinas, montañas de teclados, una guitarra de pedal, contrabajos, saxos, trompetas, oiga, hasta un buzuki, para abarcar detalles country, jazz, celtas, blues o incluso caribeños, como en el caso de «Postcards from Paraguay», que fue lo más atrevido de la velada.

El cariño del público valenciano, que esperaba hace décadas volver a ver al ídolo en su tierra, enterneció a un Mark Knoplfler que se tornó cómplice de sus cánticos y otras muestras de afecto. Sois muy dulces, confesó el astro. Así que momentos emotivos hubo muchos, como esa lenta y profunda «Once upon a time in the west», que llevaba treinta y cinco años en un cajón. El viejo zorro usó «Romeo and Juliet» para anunciar su adiós y la melancolía irlandesa se adueñó de «Matchstick man» y de esa preciosa ensoñación esmeralda que es «Done with Bonaparte». «Heart full of holes» fue un abrazo acogedor, con su sonido de cajita de música circense, y el duelo de saxos en «Your latest trick» anudó gargantas que no se veían así desde el nacimiento de una nieta.

También demostraron que cuando quieren son una formidable banda de rock, como en las palpitantes «Speedway to Nazareth» y «Corned beef city», repletas de tensión y brillo metálico. En la imperial «Telegraph road», Knopfler nos recordó que él es uno de los pocos guitar heroes que quedan vivos, recibiendo una cerrada ovación con el respetable puesto en pie. Y entonces llegó «Money for nothing» y todo saltó por los aires, con el personal agitando brazos y caderas, pero con conocimiento, que a cierta edad las pasiones se demuestran de una manera más templada y contenida, no vayamos a tener un disgusto. Un fulano, que no había entendido nada y pensaba vivir todavía en 1983 pidió «Solid Rock» con un grito que hendió el clima de agridulce armonía que envolvía la noche. Knopfler, con setenta años, no tiene razones para tocarla. Hombre de Dios, mírese al espejo y comprenderá que usted tampoco tiene edad para bailarla.

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