Empecemos por el final. A Elena López Riera, cineasta nacida en Orihuela en 1982 y doctora en Comunicación Audiovisual por la Universitat de València, le dieron el pasado jueves el premio CNC que otorga el Festival de Cannes a los residentes de su Cinéfondation. Entre los 12 cineastas que han estado trabajando en un piso de París en la escritura de una futura película que tenían que explicar durante 10 minutos a un montón de productores, el jurado destacó su proyecto, El Agua.

«Es un poco la continuación de los tres cortos que he hecho hasta ahora -explicaba López Riera ayer a Levante-EMV desde Cannes-. Volveré a mi pueblo, a Orihuela, a la Vega Baja. Y es sobre las inundaciones y las riadas del Segura, uno de esos ríos belicosos que tenemos por la Comunitat y que se desbordan periódicamente».

Tal como cuenta la cineasta, estas riadas marcan la memoria de los pueblos. «Estoy trabajando en una mitología que he basado en lo que me han contado mis abuelos, mis tíos, la gente del pueblo, una leyenda que nace del miedo... Una mitología que relaciono con el día a día de las personas . Yo a veces lo llamo etnografía fantástica, algo así como sacar lo extraordinario de las cosas ordinarias».

Aunque «por superstición» prefiere no adelantar demasiados detalles de El Agua, cuenta Elena López que su primer largometraje será un hibrido entre el documental que ha protagonizado hasta ahora su filmografía (tres cortos rodados y ambientados en Orihuela) y la ficción. «El miedo a las riadas que hay en la Vega Baja lleva a cosas lógicas como intentar reconducir el río, y a cosas ilógicas, como que la gente no quiera que le entierren en los nichos más bajos del cementerio», relata. «Lo que me interesa siempre -añade- es trabajar en ese límite entre lo fantástico y la realidad, en ese no saber dónde colocar la frontera».

Miedos, costumbres y ritos

Se trata de una historia de costumbres, miedos y ritos locales que por alguna razón ha vuelto a fascinar a personas de todo el mundo. En esto la cineasta alicantina es toda una experta. Con Pueblo (2015), su primer cortometraje, una aproximación a unos jóvenes cuyo deambular nocturno se entrecruza con las procesiones religiosas de Orihuela, ya fue seleccionada en Cannes. Y en Orihuela se desarrollaba también su segundo corto, Las vísceras (2015), con el que compitió en el Festival de Cine de Locarno. Y allí ganó el «leopardo de oro» el pasado año con Los que se desean.

En este tercer cortometraje, la directora alicantina reflejaba el mundo de la colombicultura otra vez desde su Orihuela natal, y lo hacía de nuevo para mostrar su fascinación por lo ritual y, de nuevo, su facilidad para deambular por esa sutil frontera entre lo fantástico y lo cotidiano.

Pues bien, desde el pasado 31 de marzo y hasta el próximo 2 de junio el MoMA PS1 de Nueva York proyecta en bucle Los que se desean. Además, ayer por la noche, y dentro de sus actividades del Día Internacional de los Museos, el MoMA exhibió la «trilogía oriolana» de Elena López.

«Lo del MoMA es curioso -contaba ayer la cineasta-. Yo siempre había trabajado en festivales, pero en un museo el ritual es muy diferente. En el cine la gente está como obligada a quedarse en la sala, pero en el museo hay algo que me parece muy guay que es que la gente se puede ir cuando quiera, puede elegir el trozo que más le gusta, puede incluso tocar la pantalla... Permite algo así como una sensación más física».

La propia López Riera reconoce «no saber muy bien» por qué estas pequeñas historias de su pueblo están provocando ese impacto universal. «Me sorprende que a la gente le fascinen ese tipo de cosas pero mi sensación es que son cosas que se repiten en muchos países -explica-. Los rituales son una manera que tienen todas las culturas para sublimar cosas que no son sublimes, hacer cosas extraordinarias con cosas del día a día. En cada sitio lo hacen de una manera, pero es una necesidad que existe en todas las culturas, es un sentimiento muy universal. Sean palomos, imágenes de semana santa o danzas sufíes».

Desde ayer, con el premio de la Cinéfondation, Elena López vive entre el entusiasmo y el miedo que provoca este reconocimiento. «Da mucha impresión -reconoce-. Yo vengo de donde vengo, no he ido nunca a una escuela de cine, mi familia no tiene que ver con la cultura, mis horizontes siempre han sido muy pequeños y se han ido ampliando sin saber la fórmula. No creo que esté tocada por la varita mágica de la genialidad».

Asegura que todo lo que ha «aprendido o desaprendido» ha sido con sus colegas de Lacasinegra, el colectivo de cineastas «punkis y cutres» que montó en la Universitat de València. «Cuando me ocurren estas cosas siempre pienso que se han equivocado -afirma-. Cuando me seleccionaron el primer corto en Cannes estuve cinco días sin decírselo a mi equipo porque pensaba que se habían confundido de Elena en el mail. Siempre he tenido la sensación de que no soy yo la que tenía que estar ahí. Me salva el hecho de saber que voy a seguir trabajando igual. Ahora lo que más me preocupa es ir la semana que viene a Orihuela y empezar el casting. Por mí, me iría a rodar mañana. Con esto de Cannes tengo miedo de perder ese concepto de juego colectivo, ese algo artesanal con el que he hecho mis otros trabajos, perder la medida».