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Entrevista

Jaume Plensa: "Mis ojos están en mis dedos, necesito acariciar las cosas"

Llega con sietes grandes obras a la Ciutat de les Arts i les Ciències

Jaume Plensa: "Mis ojos están en mis dedos, necesito acariciar las cosas"

La paz que trasmiten sus esculturas son extensión de su conversación pausada y reflexiva. A pocas horas de la presentación de sus figuras, Jaume Plensa recibió ayer a Levante-EMV en la tranquila terraza interior de un hotel en el bullicioso centro de València.

¿Cómo recibió el encargo de Hortensia Herrero?

La fundación me invitó cuando exponía Manolo Valdés [2017] y les pedí que no fuera justo después porque no tenía tiempo para completar la idea de este grupo de siete cabezas. Son piezas creadas para este proyecto aunque luego irán a otros sitios. Tenía que crear una obra que tuviera algo único y especial para este lugar. Siempre he tenido mucha relación con el agua. Este proyecto era muy atractivo.

Son siete esculturas, de siete metros de alto y con cerca de siete toneladas de peso. Todo gira alrededor del 7.

El 7 era un número ideal en proporción al lugar y espacio. Ha coincidido que el peso de las piezas es un poco más de siete toneladas y, por necesidades de espacio, siete era el número ideal de obras. Quería llenarlo como una línea, como una conversación entre ellas y con el lugar. El 7 es un numero fantástico que me encanta.

¿En qué piensan sus esculturas?

No están pendientes de nosotros, sino que están en otro estado de ánimo. Estos personajes con ojos cerrados nos invitan a que también los cerremos nosotros y veamos en nuestro interior la belleza que ocultamos, que cada individuo guarda en su interior y que por educación, cultura o por pudor nunca comunicamos. Intentamos hablar de cosas que no sean tan interiores. Sería bonito que la gente hablara de sí misma sin rubor. Estas esculturas están en otra dimensión, en un estado de ensoñación interiorizada. Siempre me ha interesado esta idea en el espacio público, que es una contradicción: crear intimidad en el espacio público.

Transmiten paz.

Ojalá. Estamos en un momento muy convulso en todo el mundo. Siempre he intentado que mi obra hable de cosas que trascienden a su época. El ser humano para crecer y meditar necesita silencio y mi obra intenta generarlo.

Son casi espirituales.

Sí. Mi trabajo tiene ese componente de cuerpo, que es lo físico, y de alma, que es su contenido. Lo comparo con el mensaje en una botella: tú la lanzas y nunca sabes quien lo leerá. Estas piezas tienen ese sentido hermético que está en su interior. ¿Qué mensaje? No lo sé, alguien lo abrirá y lo leerá.

Dialogar con la arquitectura de Calatrava no habrá sido fácil.

Es una arquitectura tan específica que es como si estuvieras hablando con otra persona que piensa de forma distinta. Hay que encontrar puntos de encuentro. La Ciutat de les Arts tiene una personalidad tan fuerte que es difícil integrarse en ella, pero es posible convivir. Yo no me dirijo a la arquitectura, sino a la gente.

La escultura pública conlleva la monumentalidad, aunque tengo entendido que no le acaba de gustar este concepto.

La monumentalidad aquí es un tema de tamaño, pero es que estamos en relación con el lugar. Tenía que trabajar piezas grandes, pero necesarias. Según cambia la luz del día hay rostros que se oscurecen y otros que se iluminan, has de ir moviéndote para descubrir. Las piezas van transformándose. La escultura no se mueve, se ha de mover tu corazón con ella y eso te obliga a un movimiento físico.

El concepto de intervención pública frente a escultura pública parece más efímero.

El término «arte público» no me gusta, siempre he defendido «arte en el espacio público» porque el arte cuando lo expones se convierte ya en público. Es tu intimidad descubierta al espectador, es un acto de generosidad. Me interesa mucho el espacio público porque es una forma democrática de introducir el arte en la comunidad.

A la hora de crear, ¿qué le condiciona más: la forma, el material o el espacio?

Todo lo que has dicho (ríe). Cuando trabajas en un espacio de estas características también hay un componente emocional. Soy muy emocional y hay un trabajo muy profundo que nos ha llevado más de una año desarrollarlo. Y la fabricación ha sido compleja.

¿La escultura aguanta bien el paso el tiempo?

Es la mejor forma de plantear una pregunta. El paso del tiempo te lo has de ganar. No es un problema de materiales, sino de ideas.

¿Algún artista reconoce que ha llegado a su madurez?

La próxima obra siempre será la mejor y justificará todo tu trabajo. Esto es muy excitante, aunque esto también va unido a tu vida personal. Lo que hoy hago quizás no lo hubiera podido hacer hace 20 años. La escultura está vinculada al crecimiento del ser humano.

¿Le faltan horas de taller y de mancharse las manos a las nuevas generaciones?

Todas las cosas tienen su momento, lo virtual ha tomado mucho cuerpo. Yo he nacido en el Mediterráneo y digo que mis ojos están en mis dedos, necesito acariciar las cosas. Hay técnicas que hace 50 años no existían y son las mías de hoy. Yo lo uso todo. No rechazo nada para lograr un fin, que es la idea que tengo en la cabeza.

¿Hemos involucionado hacía una primacía del feísmo?

Es una pregunta interesante porque siempre he defendido la belleza como una actitud, pero la fealdad también puede ser bella. Sé lo que es la belleza, aunque no la pueda definir o explicar. La fealdad, lo grotesco, a veces puede ser de una extraordinaria belleza.

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