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Crítica musical

Éxtasis para todos los públicos

Éxtasis para todos los públicos

Para no falsear la realidad ni deformarla con hipérboles excesivas: pasada media hora desde el final del concierto, los músicos salieron por un acceso menor del Principal y el centenar de personas que se había quedado en la puerta del teatro prorrumpió en una cerradísima ovación que les acompañó por la calle de las Barcas mientras se encaminaban a su hotel.

Esa muestra de apasionamiento arroja a las claras que la actuación de Gregory Porter se convierte en firme candidata a mejor evento musical del año en València. Lo dejo en candidata porque estamos todavía en julio, y porque ya les he dicho que hoy no quería exagerar. Y lo será por la maravillosa técnica vocal del barítono californiano, pero también por su exquisita puesta en escena, arrolladora y pasional, pero firme y contenida a la vez.

Sin malabarismos ni gorgoritos innecesarios, este dechado de talento cantó con los ojos cerrados, como quien revela los secretos del universo, con una voz tan sobrecogedora que te hace bajar la vista a tus propias rodillas, empequeñecido y avergonzado por estar ante tamaño prodigio. Hubo jazz por un tubo, por supuesto. Comercial y disfrutable, de acuerdo, pero hecho con un gusto excelente y una elegancia abrumadora. Apto para cualquier paladar, aunque con varios niveles de aprovechamiento. Como esos modernos whiskies de fondo clásico pero novedosos afinados que hacen las delicias de los aficionados libres de prejuicios.

Hubo momentos de intimidad y recogimiento melódico en «Oh Laura», «You Can Join My Band» o «Mona Lisa», que Porter encaró con el piano como único apoyo derrochando swing y tronío. Siguiendo la estela de Nat King Cole, en «Nature Boy» consiguió un instante mágico al proyectar ese mensaje irrefutable y definitivo que es «I need music», utilizando como altavoz de su filosofía su propia presencia y actitud.

En «Take Me to the Alley», el cantante deslizó crítica social en medio de su quietud, con tanta maña como aflicción. «On My Way to Harlem» fue jazz puro, con ruedas de improvisación para sus músicos y para él mismo, que utilizó su garganta como un instrumento más, cargado de fraseos bebop. Pese a que el teclista rompió en alguna ocasión la estética del combo siendo excesivamente contemporáneo, la banda estuvo impecable.

Así les quedó «Liquid Spirit», un espiritual lleno de matices, hermoso hasta el éxtasis. O «Papa Was a Rolling Stone», introducida por un contrabajo lleno de garra y sonoridad funk, que rodó sobre la platea como una apisonadora envuelta en terciopelo.

Ofrecieron contundencia en «Free», esa turbadora canción de guerra, soul combativo con ritmo fracturado y un saxo llamando a la batalla. También en «Don't Lose Your Steam», pesada, trepidante, con la sección rítmica llena de energía, y en «Musical Genocide», donde el de Sacramento hizo escalar su dinámica voz hasta la cima de un volcán de sentimiento para luego arrojarla al vacío mientras sonaban las teclas más expresivas del recital.

En definitiva, una noche de emoción pura, reconfortante, cálida y familiar, pero a la vez actual y sorprendente, de las que se beben a grandes tragos.

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