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Crítica musical

Calamaro remata por emoción

Calamaro remata por emoción

El del pop es un primer amor. Excesivo, entusiasta, incondicional, fugaz, lejano y superado hasta que un día se vuelve a cruzar en tu camino y lo miras con las verdades y errores que te han dado los años. Entonces eso que te hizo tan triste y feliz te vuelve a provocar algo parecido, como si el tiempo hubiese pasado pero no tanto. Esa forma de enfrentarse al pop me lleva a Andrés Calamaro, a Los Rodríguez, a «Alta Suciedad», al monumental «Honestidad Brutal», a un puñado de canciones de «El Salmón», a la versión de «Algo contigo», a aprender versos de memoria, a la manía de amoldar lo que cantan los demás a las cosas que le pasan a uno. Pero llega la ruptura, el día en el que otros discos se adaptan mejor a tu vida. De vez en cuando te cuentan que lo han visto o escuchado y recuperas su música como si te encuentras una antigua foto, la miras un rato y la vuelves a dejar en el cajón. Hasta que un día vas a un concierto suyo, como el del martes por la noche en Viveros, y aunque compruebas que ya no es lo mismo sí que recuerdas por qué fue un primer amor y por qué, en esencia, fue bonito.

Calamaro salió puntual, con turbante de pirata y americana pronto vencida por la humedad, y se plantó con los teclados, las maquinitas y las libretas en el centro del escenario rodeado por una banda de rock solvente y de escasos pero efectivos alardes. Se trastabilló un poco, pidió disculpas poniendo morritos y empezó con un «Alta suciedad» cargada de soul blanco que fue recibida con el entusiasmado «oe oe, Andrés Andrés» del público que casi llenaba la explanada del concierto. «Son 28 temporadas toreando en València», recordó, para seguir con «Verdades afiladas», canción con la que demostró dos cosas: que su último disco, «Cargar la suerte», es mejor de lo que pensamos, y que él cada vez se canta mejor. «Clonazepán y circo», celebrada por ser piedra fundamental de HB, la remató con unos versos del «I've got a feeling» de los Beatles más crepusculares. «A los ojos», cantada con desgarro, fue la primera de las referencias a Los Rodríguez que salpicaron la actuación, y «La parte de adelante» -«canción machista», según él mismo apuntó así de pasada-, sonó como si tuviera prisa por llegar al final. La misma sensación ofrecieron los siguientes temas del nuevo disco («Tránsito lento», «Falso LV») y los rescates de su discografía desaforada («Algún lugar encontraré», «Las oportunidades», «Rehenes»). En este primer tramo del concierto le vimos luchar con la libreta, como si fuera un estudiante segundos antes del examen. Al final, comprobamos que era porque tenía Andrés que leernos las efemérides musicales y pornográficas del día y un poema mescalinero dedicado a València, «donde siempre es Navidad y las naranjas aroman».

Ese momento lírico y la forma con la que el público saludó «Loco», canción de su primer disco post Rodríguez, parece que tuvieron algo de liberador para Calamaro, como si tuviese menos prisa y más cosas que contarnos y estuviese más a gusto de lo que él mismo pensaba. «Nos tiramos a la hinchada valenciana» soltó al arrancar con «Mi enfermedad» y segundos antes de que un punki de los de cresta en astillero irrumpiera como un maletilla sobre el escenario y fuese apartado rápidamente. En este segundo tramo del concierto, y ya prácticamente hasta el final, Calamaro sacó el músculo melódico, mostrándonos que, pese a los riffs de «Los Chicos» (con guiño a los Ramones y a Police) o el golpe de cadera de «La milonga del marinero y el capitán», él quiere ser crooner presleyteriano. Calamaro tiene aire de baladista de fina decadencia en «Los aviones», y de baladista de peli de Howard Hawks en «My mafia», y de baladista épico en «Crímenes perfectos», y de baladista vital en «Estadio azteca». «Paloma» es un dechado de dramatismo rockero, de esos que el público grita mirando al cielo como si la culpa de lo mal que nos han querido fuese lo único importante que le ha ocurrido al mundo. Y «Flaca» y «Me estás atrapando otra vez», con las que cargó aún más las tintas emocionales, sirvieron para rematar un reencuentro que los dos empezamos algo nerviosos pero que acabamos mirándonos a los ojos y disfrutando. Y sí, mientras duró fue muy bonito.

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