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Crítica musical

Funk, amor y simpatía

Funk, amor y simpatía

Maceo Parker

la rambleta

El saxofonista que inventó el funk es un señor muy mayor. Una institución de la cultura afroamericana que, a sus 76 años, se adueñó del escenario de La Rambleta durante dos horas en las que derrochó sentido del humor, levantó a la gente, la puso a bailar, la mandó sentar, cantó, rapeó, gritó, hizo la estatua, se sonó la nariz, se secó el sudor, bailó y sopló su saxo alto. Sopló con la fuerza de un joven, pero con la sabiduría de un viejo, porque él está en el negocio desde el principio y por eso se las sabe todas, tal y como nos recordó en un espectáculo muy profesional en el que estaban programadas hasta las pausas para respirar.

Ya les he dicho que tiene una edad. Su música es como la comida que sirven en Sylvia's, contundente, grasienta, sabrosa, que satisface las necesidades físicas y, además, reconforta el alma. Como el del Movimiento por los Derechos Civiles, su discurso sónico es potente, sólido, evocador y cargado de libertad. Igual que el doctor King en sus parlamentos, Parker lo pronuncia con fervor y convicción y va cargado de amor, un aspecto en el que incidió especialmente como herramienta para solucionar los problemas de este mundo. Maceo tiene la memoria y la fortaleza del antiguo Teatro Apollo, la catedral de la música negra en Harlem. Estuvo tocando allí con su compadre James Brown en un sinfín de ocasiones. Por aquellas venerables tablas pasaron Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Otis Redding, Aretha Franklin y Sam Cooke, y de todos ellos aprendió algo para crear un sonido nuevo que influyó en jóvenes como De La Soul y Prince, que requirieron sus servicios.

Es inevitable que este abuelo de Carolina del Norte te caiga bien porque, en el escenario, tiene el desparpajo encantador de Mohamed Ali y la brutal pegada de George Foreman. Y, como en aquella pelea en Zaire, en cuyo concierto de calentamiento actuó nuestro protagonista, el tipo se ha convertido en un icono de la cultura pop que recorre el mundo con humildad y honradez. Su banda es soberbia y divertida. Acometieron «Make it funky» de manera pesada y cortante, con un bajo híper elástico y unos teclados mutantes y saltarines.

El saxo y el trombón sonaban cálidos y expresivos, como voces humanas moduladas a través del cobre. La guitarra, que no paró ni un segundo, se sumergía en el arrollador ritmo de una batería que tenía un agresivo deje hueco y metálico en la caja. Esta fue la tónica habitual del concierto, en el que hubo momentos para el recogimiento con detalles de flauta travesera, soul a capella y fabulosos solos de bajo eléctrico y percusión. El legendario saxofonista rindió sentidos homenajes a Mr. Dynamite, a Prince y estuvo impagable cantando «You don't know» por Ray Charles con las gafas de sol puestas, imitando los gestos del genial ciego. Tocó «Let's get it on» y «Spanish Harlem» en modo libre y fragmentario, con lapsos para la recuperación. Su elegante prima, Darliene, natural de Cleveland, Ohio, según dijo él, nos regaló una dinámica versión de «Stand by me» compartiendo el micro con la flauta de su tío. Y oigan, a lo mejor es el mismo espectáculo desde hace algunos años, pero a la peña le da igual, porque es intenso y divertido. Así que al final, todo el mundo cantando y bailando levantado de las butacas para saludar «Pass the peas» y darle las gracias a un pedazo de historia envuelta en un oscuro terno y calzada con lustrosos botines que, por un momento, pareció que nos iba a acostar a todos.

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