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Ureña y València, continúa el idilio

El diestro de Lorca abre su segunda puerta grande consecutiva en julio, en una buena corrida de Luis Algarra Polera

Ureña y València, continúa el idilio

València volvió a ser talismán para Ureña o viceversa. Tanto monta, monta tanto. La comunión de la afición del coso de Monleón con el diestro lorquino es perfecta. Su vuelta a los ruedos en las Fallas, después del desgraciado percance en Albacete, fue el sello definitivo del pacto eterno. Es la tercera ocasión en la que el murciano triunfa en la Feria de Julio con la corrida de Algarra, que también mantiene el crédito en esta plaza.

El lorquino saludó al tercero de la tarde, una pintura de Algarra, con verónicas a pies juntos que el toro tomó con codicia y humillación por ambos pitones y que llegaron con fuerza a los tendidos. El burel se empleó en los dos encuentros con el caballo. La faena de Ureña, de una entrega sin tacha y de una colocación irreprochable, fue seguida por el respetable con inusitada expectación. Brotaron los derechazos de las muñecas del diestro, los muletazos más destacados de su obra. También reseñable fue la exposición y compromiso, con los pitones lamiéndole los muslos en varias ocasiones. Mató de estocada tras un inoportuno pinchazo y cortó una merecida oreja. Al que cerraba plaza, que renqueaba de los cuartos traseros, lo asentó sin bajarle la mano y nunca perdió la fe en el Algarra. Una estocada volcándose sobre el morrillo del toro desató pasiones en los tendidos y a sus manos fue a parar el apéndice que le abría su segunda puerta grande consecutiva en el serial juliano.

Perera tuvo en sus manos al mejor ejemplar de la corrida de Algarra, «Holgado», número 26, un cinqueño con 575 kilos y que estaba reseñado como primer sobrero. El toro, con durabilidad y fondo, al que Curro Javier le dejó un par de banderillas para el recuerdo, fue recibido por el matador de rodillas en el tercio y lo toreó genuflexo con temple y largura. Ya derecho, y en los medios, le compuso varias series de naturales muy trabajadas, que el toro admitió con nobleza y repetición, aunque le costaba seguir las telas del de la Puebla del Prior. La tanda más sobresaliente se produjo, sin embargo, por el pitón derecho. Una serie de toreo circular sin enmendarse y otra, con constantes cambios de mano en un palmo de terreno, sirvieron de broche antes de los dos pinchazos que emborronaron su buena actuación y que dieron al traste con cualquier opción de triunfo. El toro fue premiado con la vuelta al ruedo, protestada por un amplio sector del público, que resultó algo excesiva a tenor de lo visto en otras ocasiones.

Corrió turno el extremeño y en segundo lugar del titular -devuelto al lesionarse en la mano izquierda durante el tercio de varas- se lidió el reseñado en quinto lugar. Tardó poco Perera en fijar al toro en los medios y comenzar su labor sobre la mano derecha, con suavidad, aprovechando la bonancible condición del animal. En la tercera serie, le bajó la mano al Algarra y la plaza rugió con el derechazo, que el toro siguió humillado. Por el izquierdo, faltó la reunión conseguida por el mencionado pitón, pero dejó algún natural de bella y exigente factura. Mató de bajonazo tras pinchar al astado en la primera entrada y escuchar un aviso.

Castella midió la noble pero endeble condición del Algarra, con series de derechazos de escaso eco. Mató de pinchazo sin soltar y estocada trasera y tendida. Al cuarto lo toreó de manera funcionarial. Solo brilló en una tanda por el izquierdo a un toro que sacó fondo y que mereció mayor compromiso y mejor trato por parte del espada galo. Mató de más de media trasera y caída, que fue premiada con un veraniego y festivo trofeo.

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