El gran corazón de José Luis Abad no resistió el embate de su profesionalidad, de su actividad, de sus ganas de trabajar, de su propia humanidad. Llevaba siempre el oficio encima, un oficio, el de la fotografía, que siendo muy exigente en lo técnico, demanda mucho arte.

Le conocí, muy joven, al poco de aterrizar en Valencia, procedente de sus tierras toledanas. No quiso irse a su vecina Madrid a desarrollar su vocación y proyectos. Bajo hasta nuestro mar y se enamoró de esta ciudad y de su mar en su estado más apacible.

Se quedó aquí con su maleta y cámara fotográfica. Peleó lo suyo, hizo de todo, luchó, no le regalaron nada, y logró vivir de su trabajo, fotógrafo, fotógrafo de los más selectos, situándose por sobrados méritos entre los más nombrados de la jungla de asfalto.

Gustaba además de enseñar, desde los primeros días de estar entre nosotros acarició la idea de crear escuela, una academia de fotografía. Lo consiguió desde cero, sin ayuda de nadie, por su propio impulso y esfuerzo.

Sus fotografías eran obras de arte medidas meticulosamente y diseñadas con esmero, poemas pictóricos que puso al servicio de la moda, de la estética y la elegancia. Era bondados, generoso, hasta hace escasas horas no seguíamos en Instagram nuestras fotos. Era un honor que todo un profesional te diera un “like” en tus fotos. Hacía lo mismo con sus fotos.

Cuando la presentación de mi último libro, apareció discreto en el acto, hizo una colección de fotos que me envió y guardo como oro en paño. Él era así, compartía el pan y la sal, pura buehomía.

Ayer su página de Facebook estaba abierta y llegándole mensajes de cariño y estima de quienes más le conocieron, homenajes a él en esta despedida abrupta, inesperada, tan contraria a lo que él era, pura sociabilidad y amabilidad.

Se ha ido demasiado joven, a pesar de lo cual ha dejado una larga, intensa y gran obra gráfica, para nada efímera, en múltiples publicaciones y exposiciones, en colecciones públicas y privadas. Ha dejado huella, un tesoro, su impronta marcada al fuego con oro, su estilo humanístico que siempre reflejó su rostro sonriente y su amabilidad.

José Luís, supiste vivir con intensidad tu vida, el recorrido del camino que conduce a Itaca, un camino duro, difícil, pero hermoso, lleno de aventuras, como indica Kavafis en su poema, y con el viejo amigo anarquista sufriente decirte que, a pesar de todo, Itaca existe, es posible.