Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Literatura

Hace 50 años que Max Aub vino (pero no volvió) a València

El 21 de agosto de 1969 el escritor pisaba por primera vez España desde el fin de la Guerra Civil

Hace 50 años que Max Aub vino (pero no volvió) a València

«He venido pero no he vuelto», escribió Max Aub después de aterrizar un 21 de agosto de 1969 en el Aeropuerto barcelonés del Prat. Con pasaporte mexicano, visado para tres meses y la excusa de documentarse para escribir un libro sobre Luis Buñuel, Aub había venido a España, el país del que se había exiliado 30 años antes y al que no había regresado desde entonces. «Vengo a dar una vuelta, a ver, a darme cuenta, y me voy. No vuelvo, volver sería quedarme».

No volvió a la España en la que había vivido desde que sus padres se instalaron en València en 1914 hasta que se trasladó a París meses antes de terminar la Guerra Civil. «Todo revienta de sol, de colores vivos, de alegría», escribe en La gallina ciega, el dietario que Aub publicó en 1971 sobre aquel viaje, un libro que sirve como radiografía moral de la sociedad española de 1969, como testimonio político contra la dictadura franquista y como reivindicación de la dignidad republicana frente al «caparazón de ignorancia que el régimen ha echado sobre cada español».

Entre agosto y octubre de 1969, Aub viajó a Calanda y Zaragoza, visitó fugazmente Toledo y Segovia y, sobre todo, se dio una vuelta por Madrid, Barcelona y València. «Todavía puedo hacer los recorridos de mi adolescencia. A veces lo que veo no se parece a lo que vi -no por mí- sino porque las cosas han cambiado; las casas, los jardines, las calles. No las reconocen ni las suelas de mis zapatos», escribe. «A veces todo ha variado tanto que hasta el trazado de las calles es distinto y cruzo por donde antes había paredes. No son sino tres décadas: ¿qué será dentro de un siglo? Ya nadie se acordará de lo que vi. Todo cambia más de prisa que el hombre». «Yo dirigí ahí, en ese teatro, que ya no existe, el Teatro Universitario. Mas vuelve en ti: ya no existe. Ahora lo convirtieron en una tienda de tejidos», señala.

A veces, la ficción se sobrepone a la realidad para describir la ciudad. «Allá, del brazo, me parece ver a Vicente y a Asunción», cuenta recuperando a dos personajes de Campo abierto, una de sus novelas escritas en el exilio. «Me hiere, me duele que ahí, a cincuenta metros, en la lechería de Lauria, Vicente esperaba (espera) a Asunción, que -unos metros más acá- en casa Balanzá, Chuliá cuenta hazañas, y que nadie lo sepa».

Como todo ese viaje de 1969, su reencuentro con València está teñido de desencanto, amargura, desilusión y cierta melancolía que se percibe, por ejemplo, en su visita al cementerio civil, donde reposan sus padres y donde la visión de la tumba descuidada de Blasco Ibáñez ejemplifica un mundo cultural perdido «A nadie le interesan aquí los libros: las librerías desiertas. Pequeña diferencia con Barcelona donde se ve a alguna gente hojeando. Aquí, nadie lee en los tranvías o en los autobuses o en las terrazas de los snack-bars o ex cafés», escribe en La gallina ciega.

El regreso le sirvió a Aub para constatar que sus 30 años de exilio habían sepultado en el olvido la obra de quien fue uno de los intelectuales más activos de la València republicana. «Estoy en València, en una librería de València; nadie sabe quién soy». Esta ignorancia fue demoledora para él: «¿Sobre qué lloras? -escribe tras un paseo por la ciudad en una noche de insomnio- ¿Sobre los mineros de Asturias? ¿Sobre los obreros de Sabadell o de los alrededores de Madrid? ¿Sobre los campesinos andaluces? No me hagas reír. Lloras sobre ti mismo. Sobre tu propio entierro, sobre la ignorancia en que están todos de tu obra mostrenca, que no tiene casa ni hogar ni señor ni amo conocido, ignorante y torpe».

Compartir el artículo

stats