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Crítica musical

Psicodélico inicio de temporada

Psicodélico inicio de temporada

Comenzó el curso rocanrolero en El Loco con tres maneras diferentes de entender uno de los capítulos más interesantes y divertidos de la historia de la música popular moderna: la psicodelia. Manolecter, el alias bajo el que se presentó Manolete Blanco demostró, al igual que Syd Barret en sus discos a solateras, que una guitarra eléctrica y la voz espectral de un lunático gritando algo sobre perros muertos al sol pueden considerarse armas de destrucción neuronal masiva. Alejado por un día de sus Wild Ripple, aunque ayudándose de algunas bases pregrabadas, el de Campanar derrochó cuelgue surrealista y dejó a los que no le conocían con ganas de asistir a un concierto con la formación al completo.

Tras él, y explorando otra vertiente más dulce de esa corriente musical, The Liquorice Experiment, formado por músicos ingleses y valencianos y afincado en Londres, presentó sus dos EPs interpretando un inequívoco pop retro con claro sabor e imagen sixtie. La banda capitaneada por Álex Amorós, que resultó ser un frontman más que solvente, nos trasladó al pasado a base de una música fracturada pero amable con la que crearon ambientes oníricos e inquietantes a través de melodías agridulces y suaves, como en «You hear what you hear». Utilizaron ritmos lentos y armonías mullidas para sumergir a la audiencia en un entorno denso donde destacaban las voces acompasadas y las guitarras derretidas. Adictos al canon, aceleraron en «Here and now», «Don't you dare» o «Bye forever», los momentos más excitantes de su actuación.

La tercera propuesta de la noche corrió a cargo de los Mystic Braves, esperadísimo combo de Los Ángeles que se movió por el escenario propulsado por un puñado de buenas canciones de pop ácido y mediotiempista, pero lastrados por una actitud tímida, incomprensible en unos tipos con cuatro LPs en las estanterías. Entre cadencias heredadas del beat británico y melodías ancladas en el folk-rock lisérgico californiano, los de Echo Park ofrecieron un buen concierto en el que, sin embargo, no hubo rastro de la riqueza de armonías vocales y otros efectos barroquizantes que en sus discos recuerdan a Beau Brummels o Byrds. Y eso mosqueó a parte del respetable. A pesar de que sus melodías cristalinas y sus guitarras campanilleantes sonaron expresivas y bien ejecutadas, sus coplas quedaron lejos de rozar la eternidad, algo que sí sucede en sus fenomenales trabajos de estudio. Solucionaron el defecto con oficio y un plus de energía, sobre todo cuando pisaron terrenos más rockeros, sobre los que el personal bailó feliz, fusionando surf y rhythm and blues. Son cosas que pasan cuando te pones el listón demasiado alto después de exprimir en exceso un estudio de grabación, mal endémico de aquella época dorada en la que nos sumergimos el jueves. Al final, tu disco extiende cheques que tu directo no puede pagar. En cualquier caso, y pese a esta pequeña decepción, fue un gran adelanto de una temporada que sin duda nos va a dar grandes alegrías.

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