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A vuelapluma

Doña Helga

No soy, ni mucho menos, quien más y mejor puede hablar de Helga Schmidt en esta ciudad. La conocí mejor en su peor momento. Fundamentalmente porque ella prefirió una actitud distante y poco cómplice con los periodistas que la atormentábamos en las conferencias de prensa de presentación de óperas. Bastante lógico, por otra parte. Bastante acorde con su carácter y su trayectoria en grandes teatros de ópera. ¿Quiénes éramos para cuestionar sus decisiones? Aquello parecía transmitir.

Doña Helga, como la conocían sus colaboradores en el Palau de les Arts con una distancia exhibida, fue para mí un ser de carne y hueso cuando fue un ángel caído. Cuando la enfermedad se hizo fuerte sobre su cuerpo y cuando la Justicia la atropelló sin que ella entendiera nada. Creo que Helga se ha ido, y eso es lo peor para ella, sin entender por qué su reputación quedó por los suelos. Ella hizo lo que Camps, sus consellers de Cultura y sus asesores jurídicos (de Presidencia) le dijeron, sin pensar que aquello conculcara la ley. Porque pensaba que era lo mejor para obtener ingresos para un proyecto que hizo suyo. Eso es lo que no se cansó de repetir desde el día que unos agentes la levantaron enferma de su habitación de hotel para conducirla a su despacho del Palau (ella no decía Les Arts) en busca de facturas y documentos, fundamentalmente relacionados con la empresa de la que fue temporalmente consejera y que se ocupó durante un tiempo de buscar y gestionar los patrocinios del coliseo.

No se sorprendan. Hoy vemos claramente irregular esta conducta. Entonces, antes de que la gran crisis financiera levantara consigo una polvareda hedionda de corrupción, nadie levantó la voz ante estos hechos. Sí que hubo alguien que hizo un informe exponiendo aquellos hechos, pero los papeles acabaron en la basura considerados que eran una denuncia interesada y por despecho. Ese mismo documento es el origen años después, ya con la corrupción en el patio de la política, del caso Palau. Alguien quiso que reapareciera. Y los efectos fueron el fin de una etapa en les Arts que si, hay que resumir, diría que fue de alto nivel artístico, coste inflado y deficiente gestión económica. Si hubo corrupción lo dirán los jueces, aunque una Justicia que llega casi diez años después empieza a perder el nombre y los argumentos.

Conocí a Helga, sin doña, en una sucesión de desayunos en aquel mismo hotel donde fue detenida y donde estaba feliz del trato recibido y la discreción con ella. Conocí a la mujer que era capaz de sonreír sincera, de hablar de su nieto, de dar algunas pistas sobre su enfermedad, aquella que le traía de vuelta a la ciudad una vez que el juez le permitió volver al norte de Italia, y de caer a veces en divagaciones difusas sobre conspiraciones que le habrían hecho caer. Es verdad, no es nuevo, pero creo que el golpe la humanizó. La vida pasó, el tiempo y las distancia alejan sin remedio y al final solo quedaron algunos mensajes de cortesía y de detalles sobre la marcha de un proceso interminable a su pesar. Al final, la muerte llegó antes que la Justicia. Una lástima.

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