En Per la bona gent insiste Manel en esa costumbre de obligar a replantearnos lo que pensamos de ellos. El folk narrativo de Els millors professors europeus y 10 milles per veure una bona armadura, e incluso los avances de Atletes, baixin de l'escenari y Jo competeixo son un destello entre la amalgama intergeneracional de electrónica, samples, guitarras y homenajes de un álbum lleno de retos.

El espectro musical de «Per la bona gent» va de María del Mar Bonet al «autotune».

Guillem: Había una decisión de dejar la puerta muy abierta a cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza. Y, conforme van pasando los años, te atreves a hacer cosas que no te atrevías antes. Así que si combinas eso con que cada vez hemos tocado palos más diferentes en nuestra música, entiendes que este disco sea así, con canciones muy diferentes unas de otras.

¿De los Manel del ukelele a los del «sampler» hay una evolución o una huida?

Roger: Hay una evolución y la necesidad de no repetirnos. No nos estimula ver que estamos haciendo algo que se parece a otra cosa que hemos hecho ya. En nuestra música no hay un rechazo a lo que hemos hecho, solo una mirada hacia delante. Queremos que cada canción tenga un universo diferente.

¿Hay un afán conceptual en el disco? Aquí hay varias canciones sobre el oficio del música.

G: En este sí hay elementos que le dan cierto concepto, aunque sea insinuado. Hay bastante reflexión sobre el oficio del músico, en algunas canciones de forma más obvia y en otras más insinuada. Si a eso le sumas que los samples son de personajes que se han dedicado al oficio, efectivamente hay una parte de concepto. Pero no es la intención.

¿La esencia Manel radica en el cambio constante?

G: La esencia de Manel, aunque cambiemos a veces de disfraz y de los elementos con los que jugamos, es el hecho de que seamos nosotros cuatro esforzándonos en hacer algo. Es cierto que a estas alturas, es representativo de Manel ir picoteando diferentes géneros sin alcanzar la excelencia en ninguno. La gente que cultiva un género hace evolucionar este género, nosotros no haremos evolucionar nada.

¿Amplían los «samples» y los autotunes las fronteras del rock?

R: Creo que sí, especialmente a nosotros que venimos de la era del indie o llámalo como quieras. De repente aparece esta cultura y tenemos la posibilidad de coger cosas de ella. La cultura urbana nunca será nuestra cultura, pero sí podemos incorporarla nuestra música de manera que parezca natural.

¿Este acercamiento a sonidos de otras generaciones tiene que ver con que uno se acerca a los 40?

R: Más que con la edad, tiene que ver con haber hecho cuatro discos antes. Ahora quizá nos están llegando más estos estilos y los estamos escuchando más.

¿Con qué canción os gustaría ser recordados, con aquella tan folk de «Ai Dolors» o con esta tan electrónica de «Boy Band»?

G: Con cualquiera de las dos estaría bien, pero no es algo que podamos controlar. A lo mejor al final no se nos recuerda por ninguna. O igual en quince años la cultura popular llega a la conclusión de que éramos muy malos. Las cosas evolucionan mucho, y «Boy Band» habla precisamente de eso, de como el paso del tiempo es incontrolable.

¿Cómo han sido los momentos previos a la publicación?

R: El disco lo terminamos en julio y se ha publicado ahora, así que estos dos meses los hemos pasado con bastantes nervios y ganas de enseñarlo. Se vive por una parte con orgullo y seguridad por lo que has hecho, y por otro con la expectativa de que le guste a los demás.

Además de la música, han evolucionado las letras. Hay menos narración y más líneas abiertas.

G: No hay una escuela de hacer canciones, cada grupo se acaba inventando su metodología. En nuestro caso, la letra y la música han avanzado de forma bastante paralela. La misma letra con una melodía diferente puede bajar el nivel o cambiarle el sentido.

¿Cuál es la escuela de «Les formigues»? Parece un cuento de Stephen King cantado por Franco Battiato.

G: En este caso está hecha la letra antes con un poco de melodía en la cabeza que no llegó adelante. Es una melodía muy áspera, que antes era bastante amable.

¿Mejor un teatro o un festival para un disco como éste?

Martí: Siempre los teatros. Al aire libre siempre se escapa algo.

Arnau: intentamos llegar a los dos ámbitos, desde el teatro más pequeño al festival más grande, pasando por la sala más guarra.

El 1 de octubre de 2017 cancelaron un concierto en Gandia como rechazo a la «violencia policial» en Cataluña de aquella jornada. ¿Afecta la política a un grupo que no habla de política?

G: Siempre hemos intentado mantenernos al margen de la política y hemos intentado que se entendiera que lo que hacemos es un universo cerrado en sí mismo, que son las canciones. Y queremos que siga siendo así. Evidentemente, en los últimos 12 años han pasado muchas cosas, que han sido especialmente intensas en Cataluña...

G: Y respecto al concierto de Gandia, después de lo que ocurrió ese día estábamos muy tocados anímicamente y era todo demasiado fuerte para que saliéramos a un escenario a tocar música.

No cantan de política pero sus letras a veces son tan abiertas que sí se interpretan en esa clave.

G: El disco no hace una semana que ha salido, y la gente nos ha dado un montón de interpretaciones distintas, algunas en clave «procés» y algunas muy imaginativas. Llega un punto en el que, especialmente si no dejamos muy claras las cosas en las letras, el proceso de descodificación del mensaje no lo controlas. Es normal y tiene sentido porque la gente tiene mucho ese conflicto en la cabeza. No me extraña.

¿Y les molesta?

R: Me molesta más lo de Stephen King y «Les formigues» (ríe).

Si quiere la relacionamos con Patricia Highsmith, que tiene un cuento sobre un tipo al que se le comen unos caracoles.

R: Sí, ese me lo he leído. Ese te lo envié (le dice a Guillem).

G: Sí, pero puede que no abriese el correo.