Las pelis de Molly Ringwald no tenían demasiado calado entre los consumidores habituales de las músicas más novedosas que llegaban a València. Si The Psychedelic Furs gozaban de la simpatía de la juventud que se movía en la parte más underground de la escena musical autóctona no era por su aportación a la película "Pretty in pink", una de aquellas agridulces historias con final feliz y moralizante que nos mostraban los sinsabores de adolescentes norteamericanos que estaban a punto de dejar de serlo para pasar a asumir la edad adulta en la inquietante y convulsa era Reagan.

Los Furs no nos llegaban a través de la gran pantalla, sino desde las farmacias londinenses disfrazadas de tiendas de discos que, con sus medicinas sónicas, levantaban el ánimo de la muchachada valenciana. Alejada de las maniobras artístico-políticas que se manejaban en el Madrid de La Movida la peña aborigen buscaba su identidad en sonidos más oscuros, ásperos y arriesgados que los que triunfaban en la frecuencia modulada.

Aquellas canciones, que después reventaban las pistas de los templos musicales que acabarían muriendo de éxito con la cosa del bakalao, forjaron una hedonista actitud vital y una estética que todavía puede admirarse en citas como la del viernes 18, noche en la que visita nuestra ciudad la banda de los hermanos Butler. The Psychedelic Furs, Echo and The Bunnymen, Waterboys, The Chameleons, Bauhaus, o Sisters of Mercy proporcionaron, junto a otros, las bases de una educación sentimental sonora a una generación nacida en el último franquismo y que caminaba hacia el más terrible aburrimiento y adocenamiento cultural si no encontraba un revulsivo. Y aquella bendita música lo fue.

València adoraba a los Furs en los años ochenta. Su amalgama de rock clásico con puntos de angustia existencial, retazos de psicodelia, saxos trepidantes, arreglos preciosistas en los teclados y una inequívoca esencia pop, de melodías aparentemente inocentes, chocaban sin remisión con la brusquedad vocal y la sombría imagen del grupo. Ni tan tenebrosos como The Cure, ni tan rockeros como The Cult, los Furs vendían discos en nuestra ciudad y, lo que es más importante, camisetas. En una época en la que todo el mundo buscaba su identidad, llevar una con las portadas de "Talk, talk, talk" o "Mirror moves" certificaba automáticamente que eras un tipo molón e interesante, de conciencia elevada, totalmente alejado de la abominable radio comercial pero también de obviedades como U2 o Depeche Mode.

Mientras crecíamos, The Psychedelic Furs seguían editando canciones con miras al David Bowie más contemporáneo, al veneno urbanita de la Velvet Underground, en la que se inspiraron para bautizar su grupo, y al romanticismo oblicuo de Roxy Music, aunque siempre con las manos firmes en el timón de su propia nave, cuya travesía los llevó por el after-punk de su primer elepé, la épica gloriosa de "Forever now", la deriva de "Midnight to midnight" y la recuperación en "Book of days". Sus trabajos de aquella década de los ochenta, ayudaron a asentar definitivamente lo que en la siguiente se conoció masivamente bajo el epíteto de rock alternativo o música indie.

El viernes vuelven a València tras sus visitas de 1986, 1987 y 1991, y lo hacen en muy buena forma, a tenor de lo observado en esa maravilla de la vida moderna que es internet, que muestra una infinidad de fragmentos de sus actuaciones grabados por teléfonos móviles y colgados casi al instante. Qué fácil. Y nosotros sudando tinta china hace treinta años para poder comprar un vinilo o una camiseta.