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Musa y Gorgona del rock patrio

Aurora & The Betrayers

El loco club

Ella no sabía nada, pero tenía una cita pendiente conmigo desde el ocho de marzo. Con motivo del día de la Mujer, en los Jardines de Viveros se celebró un concierto homenaje a Queen protagonizado íntegramente por músicas y cantantes femeninas. Lo mejor de la noche, sin desmerecer a nadie, fueron los momentos en los que Aurora García tomó las riendas del show. Si camina como una leona, ruge como una leona y marca su territorio como una leona, es que es una leona, concluí. Cuando terminó el evento, no pude dejar de pensar en cómo sería verla en su hábitat natural, reinando entre su propia manada. O sea, en una sala y al frente de los Betrayers.

La evolución sónica del grupo es más que evidente en su directo. Sin abandonar los cánones de la música negra de raíces sesenteras, el show despedía el aroma que emana de su último trabajo, tercero ya, donde se abren a vertientes más experimentales, deudoras del rock ácido, aunque también de propuestas como The Bellrays. Así, el tono general cobró el color de la psicodelia pesada que ejecutaban bandas como Vanilla Fudge o los primeros Deep Purple, pero también de luminarias como Arthur Brown y Alice Cooper, dos referencias que quedaron reflejadas en la actitud histriónica de Aurora. Bendecida con una voz espectacular, puesta al servicio de ese particular garaje-soul que escupen durante unos intensos ochenta minutos, la García se arquea, convulsiona, agita sus extremidades y se desencaja las articulaciones brincando mientras canta. Su presencia irradia un halo peligroso que, junto a su gesticulación inquietante, no permitió quitarle los ojos de encima mientras cantaba «Bloody eyes» con el enloquecido pero glamuroso aspecto de Gloria Swanson al final de «El crepúsculo de los dioses» y una mirada de Medusa que parecía poder convertir en piedra al más pintado.

La impecable banda cubría a su lideresa con densas capas de rock potente y rítmico funk contundente y musculado. La importancia de los cinco teclados que flanqueaban el tablado fue fundamental para generar un ambiente repleto de texturas macizas y agresivas, que transformaban temas de soul-pop convencional como «If you could be me» y «There will come a time» en trallazos con los que amenizar una oscura y dionisiaca ceremonia oficiada por una sensual pero estricta sacerdotisa que extendía sus enseñanzas por todo el presbiterio. Por eso, canciones que ya vienen tan bien escritas de casa como «Voodoo» y «I'm done» cobraban una energía extra que puso a sudar a la peña de las primeras filas. Con los Betrayers sonando como un cañón, la leona madrileña se subió un poco más el micro y tiró de negritud en «Hey Hey» y «From love to hate», síntesis de los dos Detroits, el blanco y el negro, MC5 y Motown. Pese a la maravillosa interpretación de «Shadows go away», pieza central de su repertorio, la permanente, molesta y estúpida incontinencia verbal de una parte del público deslució el blues de «Pay me back». Resolvió entonces la banda pegarse un atracón de furia con las sinuosas y elegantes «Fire» y «Don't waste more time», para rematar la faena con la arrolladora «Tune out the noise», que dejó claro quién es actualmente la reina del rock español.

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