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Entrevista

Ximo Solano: "El Botànic no se acaba de creer que la cultura es prioritaria"

En "El Moviment", interpreta a un profesor que pone en marcha un plan para mostrar a sus alumnos lo manipulables que son

Ximo Solano ultima El Moviment, obra escrita por Manuel Molins y dirigida por Joan Peris que el actor valenciano produce, protagoniza y estrena hoy en el Teatre El Micalet. Y aquí, a partir del 29 de enero, se reestrenará El jardí dels cirerers, que tanto éxito tuvo la temporada anterior, también con Solano en el reparto, Peris de director y Molins como adaptador del texto de Chéjov. «Con esta reposición haremos nueve semanas de funciones, que en València y en el contexto europeo, no es fácil», destaca el intérprete para recuperar así una de las reivindicaciones del Sindicat d'Actor i Actrius Professionals que presidió hasta hace unos meses: «Si un actor trabaja una semana tras dos meses de ensayos, crea un amateurismo superior pero no una industria. La industria ha de basarse en la exhibición y la estabilización».

Usted habla siempre mucho de la industria...

Es que parece que le tengamos miedo a la palabra, pero quien paga el sueldo de los actores es la industria. Sin industria no hay arte, no hay teatro. Quien abre la puerta y enciende la luz ha de ser un empresario, público o privado. Y a partir de ahí, haga usted todo el arte que su talento le permita.

¿Qué le hace falta al teatro valenciano para ser una industria?

Con esos dos millones de personas que tiene València y sus alrededores, necesita sus 15 ó 20 teatros productores... Es importante mantener los lugares de exhibición larga, porque si no, no hay manera de evolucionar, ni aumentar la calidad, ni de estabilizar la profesión? Reduzcamos la hiperinflación de espectáculos que se representan un día para los amigos y ofrezcamos poder ver obras que se mantienen en el cartel.

¿Hace suficiente el Institut Valencià de Cultura al respecto?

Se está haciendo pero el problema no se resuelve en cuatro años, hacen falta diez años de trabajo continuado y que la gente retome proyectos como fue Micalet en su momento, o como es Russafa o la nueva huella del Talia? Necesitamos que no caiga el Escalante. El Sindicat ya vaticinó que si le quitaban un sitio, una sede, el proyecto caería, y ahora lo estamos constatando. No hay director artístico, la diputación no sabe qué hacer, está de peregrinaje eterno?

¿Y el Ayuntamiento de València con el Musical y la Mutant?

Ni el Musical ni la Mutant tienen aún una línea clara enganchada al público y a la propia estructura artística de la ciudad. Así desaparecen del imaginario del público y estás echando a perder el dinero público. Ahora habrá otro cambio, y ya veremos dónde nos lleva.

Al menos se han recuperado las ayudas a las salas.

En eso ha habido política, y no debería haber porque estamos hablando de industria. ¿Tiene claro el ayuntamiento que debería de velar por los teatros de su ciudad? ¿Por qué se quitan en un momento dado unas ayudas cuando esas ayudas tienen un retorno económico para la ciudad? ¿Por qué depende de decisiones políticas?

¿Es una mala noticia para el teatro valenciano que tras las elecciones de 2019 tampoco haya Conselleria de Cultura?

Es una mala noticia para la cultura porque invisibiliza una estructura necesaria como herramienta de país... Si se cree en eso del país, que lo dudo. Los grupos del Botànic, antes de ganar las elecciones, nos decían que la cultura era prioritaria, pero no se lo acaban de creer. Estamos instalados en cierta mediocridad sobre el pensamiento de país, y eso afecta mucho a la cultura, que no deja ser la imagen de ese país. Pero no han dado el 100 % de lo que podían. Estamos mejor, pero yo no me conformo porque veníamos del fango absoluto.

Se aprobó el Pla Estratègic Cultural, que preveía 12 millones para producciones, con el que el Sindicat fue muy crítico.

Por eso me llovieron piedras pero se ha demostrado lo que dijimos, que ese plan no existe desde el minuto 1. Había unos números, pero no un plan.

Se nos va a acabar la página sin hablar de «El Moviment», con la que vuelve a representar un texto de Manuel Molins.

Es uno de los grandes dramaturgos valencianos y del teatro contemporáneo, tiene una obra brutal y el respeto absoluto a lo que hace. No es un hombre que escriba superficialmente, sino que va hacia adentro y aún un poco más, y por eso sacarle todo el jugo a su texto es complicado. Has de estudiar mucho por qué está hecho así. Tiene un cuidado del lenguaje muy bestia, y eso te hace ser aún más responsable? Es agotador y al mismo tiempo muy enriquecedor.

Comparte el escenario con un grupo de actores debutantes que no llegan a los 20 años. ¿Es una obra dirigida a este público?

El teatro no se ha de enclaustrar en términos de edad, necesita una transgeneracionalidad brutal, porque cuando empiezas a saber de este oficio tienes 80 años. Y por eso es necesario fundir muchas generaciones encima de un escenario, porque el público lo agradece y porque si no, estás haciendo obras para jóvenes, obras para maduros y obras para viejos.

El argumento recuerda a «La Ola».

Para hacer la obra hemos visto La Ola, hemos leído a Umberto Eco y Facha de Jason Stanley, hemos visto muchos mítines de Abascal? Hemos intentado ver qué nos está pasando y por dónde viene la manipulación. Y la mejor manera de mostrar la manipulación es a través de los jóvenes porque es una época en la que las hormonas no te dejan pensar mucho.

¿Es más efectivo un mensaje de alerta así en un teatro ante 200 espectadores que en una película?

En épocas de crisis como esta lo primero que busca la gente (y que prohíben las dictaduras) es la palabra viva porque tiene una transmisión directa. Una persona hablando desde un escenario a otra va directo al hígado.

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