Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica musical

Tocados por la gracia divina

Tocados por la gracia divina

Los mitos griegos atribuían a sus dioses las mismas virtudes y defectos que tenían los mortales. Así, a través de sus vicios y sus pasiones se podía explicar la imperfección del mundo en el que los antiguos vivían. Era más tolerable la idea de rezar a tipos parecidos a nosotros que a seres absolutamente perfectos que, por desinterés, nos tenían penando Olimpo abajo, cosa que podía hacer dudar de su propia existencia y hacer inexplicable nuestro propio universo.

El domingo, los habitantes de La Rambleta establecimos contacto con una divinidad. Un dios al que se le agradecía que se pusiera a hacer el chorra con un montón de maquinitas, que rapeara, que se tirara por el suelo o que, humildemente, nos pidiera que no le aplaudiéramos tanto. Con su actitud cercana, Neil Hannon hizo menos insoportable nuestra propia humanidad y alivió ese nudo de fuego en la garganta que provocan sus canciones, fruto de un talento, una clase y una inteligencia sobrenaturales, no se engañen.

Volviendo a los griegos, es el mito y no la filosofía lo que explica el sollozar continuo de un hombre crecido ante la sublime belleza de «A lady of a certain age», culmen de su celestial competencia compositiva y paradigma de su arte. En esa canción terriblemente emocionante se junta todo lo cinematográfico, literario, lírico e histórico que coexiste en su obra, incluida la magistral construcción del inefable personaje protagonista, el enésimo en su haber. Escribir cualquier cosa después de verla interpretada en vivo se antoja una labor imposible, como cualquiera de los doce trabajos.

Ante las sensacionales interpretaciones de «Alfie», «National Express», «Generation sex» y «At the indie disco», el público, que desarrolló una fascinante complicidad con el norirlandés, se puso en pie para bailar y cantar. Y con un profundo respeto guardó silencio durante pasajes como la devastadora «I'm a stranger here», o «Feather in your cap», en la que asumió el papel de crooner para serenar los ánimos, eufóricos como bacantes.

El espectáculo se desarrolló entre el atrezo de una oficina, en honor al último LP de Divine Comedy, y se centró en sus canciones, que narran las relaciones y comportamientos existentes entre la gente que pulula por ella, desde que entran al son de la lamentablemente certera «Queuejumper» hasta que suena la sirena en la morriconiana «When the working day is done». Fue así como el concierto llegó al final, tras una pentecostal hora y media en la que todos recibimos nuestra parte de gracia inmaculada, a través de la gloriosa voz de Hannon y de la excelente actividad de sus músicos.

Después de una interminable y cerradísima ovación, volvieron a salir para regalarnos, compartiendo desnudas y con un solo micro, «Songs of love» y «Tonight we fly». Nada que objetar, excepto que no siguiera tocando toda la noche, no vivir en una canción suya, no robarle el fuego, no ser él, no ser inmortal, no ser dios. Ya saben, Prometeo y ese antiguo y eterno anhelo.

Compartir el artículo

stats