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Es imposible abrazar un recuerdo

Giant Sand

El loco

Eso es lo que ronda la cabeza de Howe Gelb, que anunció que, después de esta gira, liquida a Giant Sand. Un grupo fundamental para comprender el devenir del country alternativo, rock con raíces o, como se le llamó insistentemente durante la década pasada, «americana». No en vano abrió y cerró con la misma canción - «You can't put your arms around a memory», de Johnny Thunders - una actuación en la que revisó minuciosamente su disco de 1986 Ballad of a thin line man, que ha vuelto a grabar este año con el sonido y el empuje que debieron tener en aquel entonces. Así de perfeccionista y maniático es este sujeto, que ha derrochado talento durante treinta y cinco años en esta y otras formaciones y proyectos en los que ha tocado todos los palos del legado musical norteamericano. Un tipo inteligente, con una poliédrica carrera artística, que en algunas ocasiones puede incomodar pero que nunca defrauda, tal y como confirmó la masiva afluencia de público y la elevada media de edad de los que acudieron a El Loco para mostrarle sus respetos. Y como los grandes, abandonó el escenario dejando tras él opiniones encontradas, y ninguna de ellas tibia, tras una hora escasa de actuación. Así, mientras unos no quedaban conformes con la ratio euro por minuto, otros no tenían dinero en el banco para pagar los punteos de «Body of water» o «A hard man to get to know». Y eso que Gelb no es un guitarrista virtuoso, pero como a Neil Young, le sobra personalidad.

El concierto estuvo alejado de la acústica desértica y fronteriza que ha teñido muchos de sus trabajos y que, probablemente, algunos esperaban encontrar el sábado. Al contrario, fue eléctrico, sencillo, distorsionado y contundente; con actitud punk y barniz urbano, como demostró en la áspera «Desperate man» y «Reptilian», palpitante y rítmica. La crudeza de su propuesta y su voz grave, intermitente pero profunda, recordaba a un Lou Reed descarnado y oscuro que hubiera dejado New York para tomarse unas vacaciones en una novela de estilo gótico sureño, vivificada por la tétrica «Graveyard» o la balada folk de «Who am I». A mitad de bolo subió una segunda guitarra para fortalecer tono y matices, dejando un sabor de irresistible encanto indie en la ágilmente pop «The chill outside», cantada por la bajista y apoyada en los coros por la melódica voz de la propia hija de Gelb, que actuó como telonera en un dúo de frío tecno pop ochentero y discutible conveniencia. Corría el reloj y no amainaba la tormenta eléctrica, como quedó patente en «Trickle down system» y, sobre todo, en «Thin line man», arrolladora y veloz definición de una condición humana desesperada y quebradiza, con un desarrollo intenso y turbulento como la existencia de una banda de rock que exhala su último aliento. Como la vida misma.

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