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Crítica musical

Con conocimiento de causa

Con conocimiento de causa

Si bien desde el XVIII hay ejemplos de obras para un teclado a cuatro manos, sería durante la eclosión del Romanticismo cuando este repertorio conocería una mayor divulgación ante la demanda social de «reproducir» en privado lo escuchado en las grandes salas. Por una parte, se «arreglaron» oberturas, sinfonías, conciertos e incluso óperas y «pasiones» y a la vez, los compositores vieron la posibilidad de utilizar los 20 dedos con obras de su propia autoría.

Laura Sierra y Manuel Tévar forman un dúo especializado en este repertorio, tanto en uno como en dos pianos. Hay en ellos una muy especial -y necesaria- compenetración, lo cual, junto al celo esmerado por el sonido y el fraseo, resultó lo mas atractivo de sus versiones.

La ejecución simultánea conlleva en sí no pocas dificultades: el cruce y la interferencia de manos y/o dedos, la sincronización de los ataques, la dosificación de volúmenes o coincidencia en el fraseo común. Pues bien: el dúo Iberian & Klavier da muestras de haber trabajado todo ello con conocimiento de causa mostrándose en continua comunión ante un piano abierto y poderoso, en el que la sonoridad de los pppppp lucieron mas que algunos exaltados ffffff, un tanto excesivos para las características de la sala. Dicho lo cual, su entrega de la Fantasía en Fa menor op.103, dejó patente su alto grado de sensibilidad, creando una elegante atmósfera de evidente complicidad.

Debussy y Ravel fueron un hito en la música europea. El Preludio a la siesta de un fauno representa la sutilidad máxima y rompedora con estilos anteriores. Fueron los minutos de oro de la tarde, fruto de la conjunta simbiosis entre los intérpretes. Las piezas de Ma mere l'Oye, se interpretaron con exquisita singularidad destacando -en La Emperatriz de la Pagodas- las sonoridades de la escala pentatónica, que tanto identifica a la música oriental.

El arreglo que hizo Ravel de su Bolero es una obra de alto voltaje conceptual y, por supuesto, técnico. Sierra y Tévar tienen los medios suficientes para resolverla con amplitud pero la partitura reclama los timbres orquestales originales. Ese es el gran handicap de la obra más no de los interpretes que como bis ofrecieron un sublime Moon River, de Henri Mancini y una sentidísima Muerte del Cisne de Saint-Saens. Todo del agrado de los socios filarmónicos.

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