El día en el que su pincel remendó un pedacito del lienzo del 'Dos de Mayo', que todavía arrastra heridas de los traslados de la Guerra Civil, la restauradora Elisa Mora se estremeció. En los recuperados pantalones rojos del mameluco quedó su pincelada junto a la del genial Goya. Es una de esas emociones únicas que depara pertenecer al exclusivo club de los 400 trabajadores del Prado, habitantes de una de las más importantes pinacotecas del mundo.

Rodeada de libros en el Casón del Buen Retiro custodia la memoria del museo María Luisa Cuenca en la Biblioteca, el Archivo y el área de Documentación. Bajo el suelo de mármol de los pasillos del edificio Villanueva, Eva Cardedal procura que el Prado no desfallezca durante las 10 horas que permanece abierto de lunes a domingo. Bernardo Pajares supervisa las solicitudes de los pintores que aspiran a copiar alguna de las grandes obras, mientras Yolanda Navarro y su equipo garantizan la seguridad de los trabajadores y visitantes.

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Los habitantes del Museo del Prado

Imágenes: José Luis Roca

Al cargo de conservadores, restauradores, documentalistas, bedeles, administrativos y vigilantes están los más de 1.700 lienzos de la colección permanente en los edificios Villanueva y los Jerónimos, y las más de 27.000 obras que guarda en sus sótanos el museo que abrió sus puertas al público el 19 de noviembre de 1819 con una muestra de 311 pinturas de la Colección Real, todas en aquel momento, de pintores españoles.

Elisa Mora: cirujana de los cuadros

El óxido de los barnices es el principal enemigo de Elisa Mora, ocupada desde hace 37 años en devolver a los cuadros del Prado el esplendor perdido por el paso del tiempo. Entre disolventes, pinturas, pinceles, bisturíes y caballetes, la restauradora que ayudó a cicatrizar las heridas de guerra del 'Dos de Mayo' de Goya dedica una parte esencial de su tiempo de trabajo a observar pensativa las obras para dar con el mal que las aqueja. Y lo hace en un inmenso, luminoso y silencioso taller por el que pasan telas oscurecidas por capas de suciedad, esmaltes y repintes.

Elisa Mora mira y remira el cuadro enfermo, se aleja, vuelve a acercarse y se lleva una mano a la barbilla mientras le pregunta al lienzo qué es lo que siente en busca del mejor de los diagnósticos. "Somos una especie de médicos que pronostican el mal de la obra para ofrecerle un tratamiento personalizado", explica con un punto de orgullo. En su departamento han rejuvenecido tablas y lienzos de grandes maestros. Incluso resucitaron dos trabajos de Tiziano de difícil salvación, pues estaban pintados en pizarra y mármol: el 'Ecce Homo' y 'La Dolorosa con las manos abiertas'.

"Los cuadros que tenemos solían pertenecer a colecciones reales, por lo que en principio estaban todos bastante bien conservados por pintores y restauradores de la Corte", comenta en su taller, con vistas al Claustro de los Jerónimos.

"Limpiamos los barnices que se oxidan y opacan la pintura original", continúa Mora entrenada su vista también para detectar los retoques inadecuados hechos en los cuadros por restauradores de otras épocas. En 'El vino de la fiesta de San Martín' de Brueghel 'el Viejo', las expertas manos de Mora se dedicaron durante meses a recuperar la textura y el color originales de esta sarga flamenca, que le llegó totalmente ennegrecida.

Bernardo Pajares: de las copias a la gloria

Bernardo Pajares (Vilagarcía de Arousa, 1983) acompaña a los copistas que llegan a las salas del Prado mientras barrunta la posibilidad de que en alguno de ellos se esconda un genio o, por qué no, un futuro director de la pinacoteca. Así, copiando de los clásicos, comenzaron sus carreras artistas de la talla de Pablo Picasso, Francisco Pradilla o José Gisbert.

"Picasso se inspiró en Velázquez, pero también en Murillo aunque más tarde renegase de él, y en 'El Greco'", asegura Pajares. Entre la documentación del Prado han aparecido cartas antiguas de copistas con quejas por no poder imitar ciertas obras. "En una de las misivas, dirigida a Francisco Pradilla, autor de 'Juana la Loca' y ya entonces director del museo, un grupo de aprendices le preguntaban cuándo podrían volver a copiar esos lienzos. Entre los pintores que la firmaban se encontraba José Gisbert artífice de 'El fusilamiento de Torrijos'", revela.

Los copistas de hoy, cada vez más escasos, trabajan un máximo de ocho semanas al año de lunes a jueves en las salas de la pinacoteca abiertas al público y a una distancia prudencial del original. Aún hay obras vetadas a la reproducción por razones de seguridad al estar en las salas más concurridas del museo, como 'Las Meninas', 'Las Majas' de Goya, 'El descendimiento' de Van der Weyden, 'El jardín de las delicias' del Bosco, 'Judith en el banquete de Holofernes' de Rembrant y 'Niños en la playa' de Sorolla.

Los cuadros más solicitados por los copistas son 'La fragua de Vulcano' y 'Los borrachos' de Velázquez, 'Las dolorosas' de Tiziano y 'Las Inmaculadas' de Murillo.

Las imitaciones más emotivas, cree Pajares, son aquellas a las que, más allá de reflejar de forma fidedigna el original, se añade algo propio, "el alma" del copista que después puede vender su trabajo siempre y cuando la transacción se haga fuera de las instalaciones del Prado. El lugar en el que trabaja es "un universo de historias mágicas", concluye Bernardo Pajares mientras admira una copia de 'La Anunciación' de Fra Angelico realizada por una pintora malagueña.

Yolanda Navarro: guerra a los selfies

Tras 16 años en el Prado, Yolanda Navarro (Madrid, 1974) ya no se inmuta cuando las sirenas que alertan de peligros rompen el silencio en el Museo. "Estoy acostumbrada, y casi siempre son alarmas falsas", comenta la encargada general de Seguridad, que coordina con otros cinco compañeros la labor de los jefes y vigilantes de las salas de la pinacoteca nacional. Sus ojos observan el trasiego de los visitantes, "la mayor parte de ellos educadísimos", pero ansiosos muchos de ellos de inmortalizar con sus teléfonos móviles estancias y obras maestras a pesar de la prohibición.

Las falsas alarmas a las que se refiere Navarro alertan de posibles intrusiones en el museo o de incendios. "Lo que suele suceder es que los sensores que detectan movimientos extraños se mueven por culpa de ráfagas de viento", comenta. Si algún circuito eléctrico se sobrecalienta aparece en sus monitores la alerta, una advertencia de un probable incendio. Se trata de evitar el siniestro que describió Mariano de Cavia en 1891 para denunciar las precarias medidas de seguridad que en aquella época tenía el edificio Villanueva.

"Estamos en alerta las 24 horas de día", prosigue mientras recorre la Sala de las Musas y recalca la capacidad de su gente para evacuar el museo en 10 minutos. Es el tiempo que cada día dedican a sacar de los edificios a las más de tres mil personas de media que visitan el Prado en horario gratuito: de seis a ocho menos diez, cuando otra campana suena para avisar de que hay que salir del recinto. El cierre está fijado para las ocho en punto de lunes a sábado y para las siete los domingos y festivos.

Robar un cuadro es prácticamente imposible. El equipo de Seguridad revisa varias veces al día las paredes de la pinacoteca entre todo tipo de público, incluidos los beatos, visitantes que no solo por amor al arte hincan la rodilla para rezar ante lienzos de El Bosco, 'La Meninas' y, sobre todo, el 'Cristo de San Plácido' de Diego de Velázquez.

Eva Cardedal: en las tripas del museo

Bajo los pasillos del edifico de los Jerónimos que cada día recorren más de 8.000 personas -casi tres millones al año-, Eva Cardedal vigila las constantes vitales de todo el complejo, que se extiende en una superficie de 41.995 metros cuadrados. 50/22 es su proporción áurea. La jefa del servicio de Mantenimiento se asegura sobre todo de garantizar que las salas de la pinacoteca mantengan prácticamente invariable una temperatura de 22 grados y una humedad relativa del 50 por ciento para evitar estragos en las obras.

El aire que viene del exterior pasa por una lavadora especial para eliminar la contaminación y por cinco filtros para entrar purificado en una corriente vertical que aleja invisible el aliento de los visitantes de los cuadros de los maestros de la pintura.

En las tripas del Prado lidera Cardedal a un grupo de 40 profesionales, un territorio de kilómetros de cables, conductos y calderas para una pinacoteca que solo cierra sus puertas al público el 1 de mayo, el 25 de diciembre y el 1 de enero. 362 días al año de pleno rendimiento.

"Tenemos pocos sobresaltos pero estamos muy pendientes, por ejemplo, de que no haya fugas de agua que puedan arruinar alguna de las obras que aquí se guardan", explica en una sala de máquinas en permanente funcionamiento, cuyos empleados se encargan también del sistema eléctrico del museo y del Casón del Buen Retiro.

En cualquier momento puede saltar la alarma, reconoce Cardedal, la primera mujer en la historia del Prado en hacerse con las riendas del tradicionalmente masculino servicio de Mantenimiento.

"Contamos con personal siempre de guardia", añade, porque cada sala cuenta con sensores mejorados con alarmas que saltan en el momento en que detectan cualquier rareza. "Nuestra misión es que nada falle", insiste encerrada bajo la zona noble del Prado antes de planificar con sus fontaneros y electricistas las tareas del turno de noche. "Antes hacíamos los arreglos los lunes porque el museo cerraba", recuerda, "pero ahora hay que hacerlo cuando echa el cierre", cuenta resignada.

María Luisa Cuenca: custodia de la memoria

La impresionante bóveda del 'Apocalipsis' de Luca Giordano cubre las estanterías de la sala de lecturas del Museo del Prado, donde María Luisa Cuenca se afana estos días por recopilar impresos de entradas, folletos y carteles. Son piezas sin valor económico pero testigos de excepción de la vida de la pinacoteca. "Tenemos más de 2.000 y los vamos a mostrar en un microespacio web que hemos bautizado 'El Prado efímero'", revela rodeada de libros, revistas y manuscritos a disposición de los investigadores y ciudadanos en el Casón del Buen Retiro. Es en este coqueto edificio, sede del centro de estudios del museo, donde el 'Guernica' de Picasso se instaló desde 1981 hasta 1992 cuando se mudó como inquilino de honor al Museo Reina Sofía.

Ordenar, estudiar y catalogar el ingente volumen de libros sobre artes plásticas europeas desde la Edad Media hasta el siglo XIX que ha reunido el Prado es el cometido de Cuenca, experta bibliotecaria que tras pasar por la Biblioteca Nacional de España y el Ayuntamiento de Madrid recaló en 2017 en el museo para encargarse también de la documentación de las obras.

Cuenca revisa y actualiza el archivo con 13.000 documentos ya digitalizados de los 43.000 que maneja sobre todo lo relacionado con la gestión del museo durante estos dos siglos de vida. Es la memoria histórica de la pinacoteca. "Aún produce dolor leer la documentación sobre la Guerra Civil, cuando se ordenó la salida de las obras de arte del museo y a su vez recibió cuadros requisados en colecciones privadas de otras instituciones para su salvaguarda", explica en un edificio en el que se apilan más de 100.000 libros modernos y 6.000 publicaciones antiguas de literatura artística.

La información archivada revela que fue 'La Trinidad' de Ribera la primera obra comprada por el museo La última incorporación ha sido el 'Cristo resucitado' de Giulio Clovio, una donación de la coleccionista Pilar Conde Gutiérrez del Álamo a la American Friends of the Prado.