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Ken Loach

El tiempo que vivimos es una mezcla de tiempos diferentes. Venimos de lo que hubo antes, pero a ratos pasa que no sabemos qué hacer con el pasado y nos hacemos un lío a la hora de diseñar no sólo el presente sino lo que nos espera a la vuelta de la esquina. Mucha gente de antes nos enseñó que la vida puede ser un apaño vergonzoso para que los que más tienen disfruten doblando las espaldas de quienes, a golpe de una economía a la que ya casi nadie llama capitalista (porque el lenguaje ha sido más o menos sutilmente domesticado), han visto mermados sus derechos hasta casi el esclavismo.

Siempre habrá un pobre más pobre que yo, como decían los versos de Calderón, y que cada cual se arregle como pueda. La solidaridad se ha convertido en un valor extraño, en una reliquia que no cotiza absolutamente nada en los mercados del compromiso cultural, político e ideológico con la fragilidad. Por eso cuando te encuentras a gente como Ken Loach el ánimo no se achica, sino que regresa donde estuvo antes, a ese antes en que los sueños tenían que ver no sé si con la revolución, pero sí con un cambio social profundo que sacara de la humillación a quienes ya se les había acabado la esperanza.

He visto todas las películas de ese director inmenso. Las historias que nos cuenta son como un golpe seco que te deja noqueado, sin que ninguna campana haya sido capaz de salvarte en el último segundo. Y lo que ha hecho, ni más ni menos, es contarnos algo que conocemos, algo que tiene que ver con esos valores que el mundo en que vivimos ha orillado hasta que prácticamente han desaparecido de nuestro mapa cotidiano. La lucha diaria por la dignidad de los humillados y ofendidos en un sistema que excluye, con una crueldad que aterra, a los más débiles, esa manera tan personal que tiene Ken Loach de decirnos que las emociones son también un complejo y difícilmente transitable campo de batalla.

Tiene ese tipo incansable ochenta y tres años y, cuando hace unos días compartí unas horas con él, con Rebecca O'Brian (la productora de todas sus películas) y con mi amiga y actriz Rosana Pastor, no daba crédito a tanta energía física, a tanta lucidez intelectual, a tanto derroche de proximidad con la gente que nos ofrecía para que supiéramos que la vida ha de ser vida de verdad y no sólo un casi imposible ejercicio de supervivencia. Había venido a València, y luego iría a Mirambel, el pueblo del Maestrazgo donde rodó su película Tierra y libertad, con motivo del 25 aniversario del rodaje de esa película, una película en que me gusta destacar -aparte del debate ideológico que propicia- la solidaridad internacionalista que tanto y admirable pedazo de tiempo ocupó en la guerra de la Segunda República contra el fascismo. Casi mil personas llenaron el recinto del Centre Cultural la Nau de la Universitat de València para ver y escuchar uno de los más enormes y valientes testimonios contra esa barbarie que, con rostros aparentemente distintos, hace estragos en un mundo cada vez más hundido en la precariedad y demasiadas veces en la desesperación.

Tiene pinta Ken Loach de mirar con una curiosidad adolescente lo que le rodea. Parece una persona frágil y, sin embargo, cuando lo escuchas, ves cómo esa fragilidad desaparece y se convierte en una energía de dimensiones estratosféricas. Por eso, si aún no la han visto, no se pierdan su última película: Sorry we missed you. El engañoso tinglado de los emprendedores. Es Ken Loach en estado puro. Una obra maestra, como todas las suyas. No se la pierdan, pues. No se la pierdan.

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