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Trabajadores con arte

Trabajadores con arte

El día en el que su pincel remendó un pedacito del lienzo del Dos de Mayo, que todavía arrastra heridas de los traslados de la guerra civil, la restauradora Elisa Mora se estremeció. En los recuperados pantalones rojos del mameluco quedó su pincelada junto a la del genial Goya. Es una de esas emociones únicas que depara pertenecer al exclusivo club de los 400 trabajadores del Museo del Prado, habitantes de una de las más importantes pinacotecas del mundo.

Rodeada de libros en el Casón del Buen Retiro custodia la memoria del museo María Luisa Cuenca en la Biblioteca, el Archivo y el área de Documentación. Bajo el suelo de mármol de los pasillos del edificio Villanueva, Eva Cardedal procura que el Prado no desfallezca durante las 10 horas que permanece abierto de lunes a domingo. Bernardo Pajares supervisa las solicitudes de los pintores que aspiran a copiar alguna de las grandes obras, mientras Yolanda Navarro y su equipo garantizan la seguridad de los trabajadores y visitantes.

Al cargo de conservadores, restauradores, documentalistas, bedeles, administrativos y vigilantes están los más de 1.700 lienzos de la colección permanente en los edificios Villanueva y los Jerónimos, y las más de 27.000 obras que guarda en sus sótanos el museo que abrió sus puertas al público el 19 de noviembre de 1819 con una muestra de 311 pinturas de la Colección Real, todas en aquel momento, de pintores españoles.

YOLANDA NAVARRO

Encargada general de seguridad

Tras 16 años en el Prado, Yolanda Navarro (Madrid, 1974) ya no se inmuta cuando las sirenas que alertan de peligros rompen el silencio en el Museo. «Estoy acostumbrada, y casi siempre son alarmas falsas», comenta la encargada general de Seguridad, que coordina con otros cinco compañeros la labor de los jefes y vigilantes de las salas de la pinacoteca nacional. Sus ojos observan el trasiego de los visitantes, «la mayor parte de ellos educadísimos», pero muchos ansiosos de inmortalizar con sus teléfonos móviles estancias y obras maestras a pesar de la prohibición.

ELISA MORA

Restauradora

El óxido de los barnices es el principal enemigo de Elisa Mora, ocupada desde hace 37 años en devolver a los cuadros del Prado el esplendor perdido por el paso del tiempo. Entre disolventes, pinturas, pinceles, bisturís y caballetes, la restauradora que ayudó a cicatrizar las heridas de guerra del «Dos de Mayo» de Goya dedica una parte esencial de su tiempo de trabajo a observar pensativa las obras para dar con el mal que las aqueja. Y lo hace en un inmenso, luminoso y silencioso taller por el que pasan telas oscurecidas por capas de suciedad, esmaltes y repintes. Mora mira y remira el cuadro enfermo, se aleja, vuelve a acercarse y se lleva una mano a la barbilla mientras le pregunta al lienzo qué es lo que siente en busca del mejor de los diagnósticos. «Somos una especie de médicos que pronostican el mal de la obra para ofrecerle un tratamiento personalizado», explica con un punto de orgullo. En su departamento han rejuvenecido tablas y lienzos de grandes maestros. Incluso resucitaron dos trabajos de Tiziano de difícil salvación, pues estaban pintados en pizarra y mármol: el «Ecce Homo» y «La Dolorosa con las manos abiertas».

MARÍA LUISA CUENCA

Jefa del área de biblioteca, archivo y documentación

La impresionante bóveda del «Apocalipsis» de Luca Giordano cubre las estanterías de la sala de lecturas del Museo del Prado, donde María Luisa Cuenca se afana estos días por recopilar impresos de entradas, folletos y carteles. Son piezas sin valor económico pero testigos de excepción de la vida de la pinacoteca. «Tenemos más de 2.000 y los vamos a mostrar en un microespacio web que hemos bautizado El Prado efímero», revela rodeada de libros, revistas y manuscritos a disposición de los investigadores y ciudadanos en el Casón del Buen Retiro. Es en este coqueto edificio, sede del centro de estudios del museo, donde el Guernica de Picasso se instaló desde 1981 hasta 1992 cuando se mudó como inquilino de honor al Museo Reina Sofía. Ordenar, estudiar y catalogar el ingente volumen de libros sobre artes plásticas europeas desde la Edad Media hasta el siglo XIX que ha reunido el Prado es el cometido de Cuenca, experta bibliotecaria que tras pasar por la Biblioteca Nacional de España y el Ayuntamiento de Madrid recaló en el 2017 en el museo para encargarse también de la documentación de las obras.

43.000 documentos

Cuenca revisa y actualiza el archivo con 13.000 documentos ya digitalizados de los 43.000 que maneja sobre todo lo relacionado con la gestión del museo durante estos dos siglos de vida. Es la memoria histórica de la pinacoteca. «Aún produce dolor leer la documentación sobre la guerra civil, cuando se ordenó la salida de las obras de arte del museo y a su vez recibió cuadros requisados en colecciones privadas de otras instituciones para su salvaguarda», explica en un edificio en el que se apilan más de 100.000 libros modernos y 6.000 publicaciones antiguas de literatura artística.

BERNARDO PAJARES

Responsable del servicio de copias

Bernardo Pajares (Vilagarcía de Arousa, 1983) acompaña a los copistas que llegan a las salas del Prado mientras barrunta la posibilidad de que en alguno de ellos se esconda un genio o, por qué no, un futuro director de la pinacoteca. Así, copiando de los clásicos, comenzaron sus carreras artistas de la talla de Pablo Picasso, Francisco Pradilla o José Gisbert. Los copistas de hoy, cada vez más escasos, trabajan un máximo de ocho semanas al año de lunes a jueves en las salas de la pinacoteca abiertas al público y a una distancia prudencial del original. Aún hay obras vetadas a la reproducción por razones de seguridad al estar en las salas más concurridas del museo, como «Las Meninas», «Las Majas de Goya», «El descendimiento» de Van der Weyden o «El jardín de las delicias». Los cuadros más solicitados por los copistas son «La fragua de Vulcano» y Los borrachos» de Velázquez, «Las dolorosas» de Tiziano y «Las Inmaculadas» de Murillo.

EVA CARDEDAL

Jefa del servicio de mantenimiento

Bajo los pasillos del edifico de los Jerónimos que cada día recorren más de 8.000 personas -casi tres millones al año-, Eva Cardedal vigila las constantes vitales de todo el complejo, que se extiende en una superficie de 41.995 metros cuadrados. 50/22 es su proporción áurea. La jefa del servicio de mantenimiento se asegura sobre todo de garantizar que las salas de la pinacoteca mantengan prácticamente invariable una temperatura de 22 grados y una humedad relativa del 50% para evitar estragos en las obras. En las tripas del Prado lidera Cardedal a un grupo de 40 profesionales, un territorio de kilómetros de cables, conductos y calderas para una pinacoteca que solo cierra sus puertas al público el 1 de mayo, el 25 de diciembre y el 1 de enero. 362 días al año de pleno rendimiento. «Tenemos pocos sobresaltos pero estamos muy pendientes, por ejemplo, de que no haya fugas de agua que puedan arruinar alguna de las obras que aquí se guardan», explica en una sala de máquinas en permanente funcionamiento.

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