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Crítica musical

Rock para todos en el sitio equivocado

Rock para todos en el sitio equivocado

Coque Malla

palau de les arts

Trajo Coque Malla a València una velada de pop rock maduro y comercial, apta para todos los públicos, confortable e intergeneracional, reflejo del momento vital de un artista multidisciplinar que lleva más de treinta años dando el callo encima de un escenario, en estudios de grabación o en platós de rodaje. Durante algo más de dos horas, el showman entretuvo a las casi mil quinientas personas que abarrotaban el Auditori del Palau de les Arts con su compendio de sonidos emanados de Abbey Road, el glam, la chulería estoniana, la nueva ola y las carreteras fronterizas norteamericanas. Lo hizo con limpieza, talento, profesionalidad y energía, mediante una escueta puesta en escena y acompañado de una banda de cuatro músicos que atacaron el repertorio de manera contundente e impecable.

El espectáculo estaba diseñado para que sus fieles y los abundantes consumidores ocasionales de rock en directo que allí se encontraban se marcharan a casa con un dulce sabor de boca. Sin aristas, con un espíritu libre de impurezas y sombras, apto para ser representado a cualquier hora y ante cualquier audiencia, pero no en cualquier lugar. Todo el mundo parecía pasarlo en grande, tanto arriba como abajo del tablado, pero a mí me falló la transmisión de emociones, provocada en gran medida por un recinto gigantesco que, en mi opinión, no ofrecía la mejor acústica para la ocasión. La mitad del aforo recibía el sonido con un sabor metálico, como si lo expulsara un megáfono dentro de una lata, con sobredosis de agudos y falta de chicha. Malla combatía la frialdad del recinto con personalidad y trucos como un bailecito sexy, una versión de Gabinete Caligari, unas palabras amables, haciendo cantar al público, recuperando canciones de Los Ronaldos o cubriendo a capela y sin micro los excesivos metros que lo separaban de la platea.

El madrileño presentó su último disco, cantó bien y actuó estupendamente. Emocionó en «Me dejo marchar» y «El último hombre en la Tierra», entre otras; ofreció reflexión en «¿Revolución?», «América» y «Extraterrestre», y puso a la peña de pie con «Sólo música» y «Un lazo rojo, un agujero». Y aquí confieso que la segunda parte de la noche se me hizo bola por culpa de la acumulación de medios tiempos, la falta de ritmo y riesgo en la propuesta y la mentada impertinencia del recinto. Fueron los electrizantes trallazos de «Guárdalo» y «Por las noches» los que me despertaron del insípido letargo para encarar con ánimo los bises y el final del concierto, con la apoteosis de «No puedo vivir sin ti», inapelable obra maestra que sonó a medio camino entre la profundidad mollar de su versión original y la delicadeza que le otorga la exitosa colaboración de Annie B. Sweet.

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