El escritor y exsecretario de Estado de Cultura con el PP José María Lassalle (Santander, 1963) estuvo ayer en València, invitado por la Fundación Cañada Blanch, donde reflexionó sobre los retos que plantea la Revolución digital. Acaba de publicar Ciberleviatán y asegura que «la transformación digital se ha hecho sin control democrático, sin regulación y en un entorno de aparente neutralidad, que se ha traducido en mayores desigualdades, en una alteración de los parámetros sobre los que hemos construido la imagen de lo humano, desde la antiguedad clásica hasta hoy». Añade que «se está produciendo una especie de mutación ontológica que afecta al ser humano y a cómo se relaciona con el resto de la humanidad y la realidad misma».

¿Cómo puede acabar la Revolución digital con la democracia?

Si no hay un control democrático y una regulación, nos enfrentamos a un colapso de la democracia y a modelos distópicos que saquen lo peor de la política y de nosotros mismos.

Pero «a priori» parece que nos iguale a todos.

No en términos de renta. Por primer vez en la historia cae el valor del trabajo en el PIB a pesar de que hay niveles de empleos muy superiores a otra época; también caen los niveles de renta vinculados a especializaciones profesionales porque la inteligencia artificial y la robótica hacen que la automatización aumente la competitividad pero bajen los salarios. La clase media era la aliada de la democracia y ahora es aliada de los populismos. Vemos megafortunas en unas pocas manos. Y la brecha de género en el ámbito digital es mucho mayor que en el resto de ámbitos profesionales y sociales: la presencia de la mujer está cayendo en ingenierías y en los grandes puestos de corporaciones tecnológicas. Al mismo tiempo, se está produciendo la emergencia de una especie de tecnopoder donde un grupo de técnicos, que son los king coders que elaboran los algoritmos, están concentrando una capacidad política de decisión que condiciona una parte muy importante de la manera en la que nos comportamos con las tecnologías. El horizonte no es de más igualdad, si no de todo lo contrario.

Pero no tiene sentido renegar de esa Revolución digital o tenerle miedo al progreso que supone.

Ese progreso tiene que ir acompañado de regulación y control democrático. Igual que la Revolución industrial liberó unas potencialidades económicas y sociales extraordinarios también generó desigualdades. La falta de regulación los primeros años del siglo XIX forzó que durante casi un siglo la democracia tuviera que trabajar por construir una nueva igualdad, que es el desenlace que se alcanzó después de la segunda guerra mundial con el Estado del bienestar. Se tardó mas de 100 años en reequilibrar los déficits de renta que liberó la Revolución industrial y en masificar esa prosperidad. Hoy deberíamos ser capaces de aprender de esa experiencia y hacer que la Revolución tecnológica haga posible un nuevo bienestar y no una nueva forma de opresión, desigualdad o tiranía, que es a lo que podemos vernos bocados sin control o regulación.

¿Qué nos marcará más: la Revolución industrial o la digital?

La digital va a suponer el cambio de todos los paradigmas culturales que han acompañado a la humanidad desde la antigüedad. Va a suponer, como prevé la Agenda 2030, la vía instrumental para hacer frente a crisis demográficas y humanitarias, a la emergencia ecológica,... Un uso correcto de la tecnología permitirá una transformación radical del ser humano. Algo parecido a lo que liberó el homo habilis es lo que liberará el homo digitalis.

¿En qué manos está la pugna por el dominio digital?

En el caso de EE UU, en el de las grandes corporaciones tecnológicas de unos pocos, sus fundadores, un puñado de gurús que han logrado cambiar el mundo. Y en el caso chino, en manos del Estado.

Al final todo se reduce a dos potencias: EE UU y China.

Geopolíticamente creo que estamos librando la nueva guerra mundial entre EE UU y China y gran parte de lo que sucede depende de esa lucha hegemónica por controlar la inteligencia artificial y el salto dusruptivo de la tecnología.

¿Qué tiene que decir Europa al respecto?

Puede ser el tercer actor si quisiera alinear sus activos. Tiene una fuerte inversión en innovación y en determinados sectores, como el internet de la cosas y la industria 4.0, en la gestión de algoritmos complejos porque los mejores matemáticos del mundo son europeos. Los datos más apreciados son los que libera el mercado digital europeo porque la huella digital que dejamos supera a la de otros países. Es muy apreciada porque la mayoría de europeos tiene un alto nivel de formación, pertenece a clases medias y prefiguran las preferencias que marcarán los algoritmos biométricos que definirán los nuevos modelos de negocio de las economías de plataformas. Europa tiene la posibilidad de reflexionar sobre la relación del hombre y la técnica, clave de cómo dar sentido a las máquinas. No se trata de competir con ellas, sino de darles sentido.

Esa reflexión viene de lejos.

Europa lleva pensando en ello desde hace 2500 años. Platón, ya en Protágoras y el mito de Prometeo, pensó cómo resolver el conflicto de la técnica a través de la imagen simbólica del fuego.

¿La cultura ha sabido escapar de la Revolución digital?

La cultura, desde los años 90 y principio de los 2000, está marcada por la reflexión alrededor de las industrias creativas. La generación de imaginarios simbólicos sobre el uso de la tecnología marca el debate cultural. La Ley de Propiedad Intelectual ya planteó la superación de los debates analógicos y fue una clara apuesta por comprender que el futuro de la viabilidad de la cultura está vinculada a internet y a la explotación de los nuevos modelos de negocio con plataformas como Spotify o Netflix.

¿Ocio es sinónimo de cultura?

Falta sustituir los debates que marcaron lo que se entendió como alta cultura en el siglo XX. El mainstream cultural lo ha asumido la reflexión en torno al ocio que plantean las industrias creativas. Hay una oportunidad para una nueva alta cultura alrededor de una cultura volcada sobre la reflexión crítica y por tanto el desarrollo de una nueva teoría de la emancipación que alguien debe ejercer.

¿Quién?

A lo mejor los museos, el tercer sector o la universidad.