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Isabel-Clara Simó

La vida no se detiene nunca. Descansa simplemente a ratos. Uno de esos descansos es más largo de lo habitual, no mucho, pero un poco más largo de lo habitual. Sucede a veces que la pausa es como una lectura hacia atrás, hacia un punto en que las cosas de la vida, cuando la vida aún no era eso tan serio que contaba Gil de Biedma, empezaban a descubrirse en toda su enorme vastedad. Fue más o menos en esa hora cuando conocí a Isabel-Clara Simó y a Xavier Dalfó. Siempre los vi juntos, hasta que murió Xavier va a hacer pronto cuatro años. Hubo un tiempo en que nos encontrábamos en bastantes sitios, todos ellos relacionados con la literatura. Porque el mundo de Isabel-Clara Simó era ése, el de una escritura que mezclaba -como en pocas otras- la vida y la literatura.

Muchas veces, no siempre, la vida y la literatura no son lo mismo, pero ella las mezclaba sin que se notara ninguna diferencia. Decía de mí que era un auténtico escritor bilingüe. No sé si auténtico. Sé que lo intenté de firme, aunque ahora, desde que escribo la memoria de mi tierra adentro, son escasos los textos que escribo en valenciano. Nunca se me olvidará aquella noche en que l'Associació d'Escriptors en Llengua Catalana le rendía un homenaje y ella me pidió que fuera yo quien dijera las palabras de reconocimiento a su trabajo. No saben ustedes el orgullo que supuso para mí estar allí, en medio de tanta gente que se merecía mucho más que yo aquel favor inmenso. La amistad también es eso, o, sobre todo, es eso: que te digan ven, como en el bolero, y uno va donde haga falta si lo dicen los amigos.

Hacía tiempo que no veía a Isabel-Clara Simó. El tiempo, que debería ser más nuestro que de nadie, lo es cada vez menos. Pero siempre la seguía, en la literatura y en la vida. Era apasionada en todo lo que hacía. La política para ella no admitía medias tintas. La honestidad, tampoco. Había nacido en Alcoi y se fue a vivir a Catalunya hace muchísimos años. Y ahí ha vivido prácticamente hasta hace casi nada. Estaba por la independencia de Catalunya. Y esa aspiración la defendía con la vehemencia y la razón con que lo defendía todo. Tuvo reconocimientos institucionales en su tierra de adopción, casi todos los tuvo. En su tierra de aquí, la nuestra, muy pocos. Ahora ha dicho el conseller Vicent Marzà que solicitará la concesión de la Alta Distinción al Mérito Cultural de la Generalitat. Nunca podré adivinar por qué a según qué gente ese tipo de reconocimientos le llega cuando ya se ha muerto. Porque Isabel-Clara Simó se acaba de morir en su pueblo. Estaba enferma desde hace tiempo. Seguía escribiendo y ahora se publicará su última novela, según dicen las crónicas en la hora de su muerte.

Ya sé que es un tópico, pero la obra de quien escribe sigue viva después de su desaparición. Los libros no mueren nunca, sólo cuando dejamos de leerlos y los olvidamos. «És bo de tenir llàgrimes a punt, tancades / per si tot d'una mor / algú que estimes o llegeixes» € Escribía estos versos ese gran poeta que fue Joan Vinyoli. En esta columna de domingo hago míos esos versos. Y los escribo aquí para ocupar esa breve pausa que hay entre la vida y la muerte. Una pausa que aprovecho para echar la vista atrás y comprobar que Isabel-Clara Simó y la pasión insobornable que ponía en todo lo que hacía no se irán nunca de mi memoria. Ni de mi vida.

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