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Crítica teatral

"¡Cultura, camaradas!"

Iria Márquez, Juan Carlos Garés, Chema Cardeña y Rosa López. sr

Hay que hilar muy fino para que el teatro político no caiga en el panfletismo. Sobre todo si se conocen los hechos, como es el caso. Chema Cardeña ha elegido la realidad de la mudanza de los cuadros del Museo del Prado a los sótanos de las Torres de Serranos decretada por el gobierno de la República (y ejecutada por Josep Renau) para salvarlos de los bombardeos franquistas durante la guerra civil, para escenificar el horror de la represión franquista y vincularlo con la oposición de los partidos de derechas en cumplir la Ley de Memoria Histórica setenta años después. Resolver esos dos espacios temporales en el escenario también parecía difícil, pero el resultado es óptimo. Los continuos saltos entre el interrogatorio a la conservadora del Prado y el paripé de la reunión en el despacho del alcalde hacen muy ágil la acción, también ayudada por la proyección que va construyendo durante la función el famoso cuadro de «La invasión de los bárbaros» de Ulpiano Checa de 1887 destruida en un gran incendio en la Universidad de Valladolid, precisamente en 1939 y donde fueron resguardas otras obras del Prado.

El resultado es una representación irrebatible sobre la pedagógica histórica. Cardeña se ajusta a los hechos para dramatizar los fusilamientos y la necesaria justicia de sepultar a los muertos. Los cuatro actores están magníficos, reservándose el autor quizás el papel menos lúcido, aunque tras su interpretación del alcalde todos intuimos a ese edil popular de Paterna que se negaba a aplicar la ley. Su partenaire en el escenario, Rosa López, da credibilidad a esos misioneros de la memoria histórica que desde el anonimato han hecho uno de los mejores servicios democráticos. Juan Carlos Garés está sensacional en el papel de represor falangista, en ese juego tan clásico de los interrogadores que aflojan primero y ejecutan después. La que se sale es Iria Márquez. El papelón que le ha reservado Cardeña lo ejecuta con la pasión justa para emocionar al público. Ella lleva el peso de la obra, sus diálogos son los más directos. Además sobre su actuación recae los valores que pretende transmitir Cardeña, libertad, democracia, feminismo y cultura, las cuatro patas donde descansó hasta donde pudo la II República Española. Aurora, esa frágil conservadora del Prado que ha viajado a València con los cuadros, representa toda la fortaleza del discurso contra el golpismo. Ella es la que responde con contundencia cuando el falangista iguala el ardor masculino tanto de rebeldes y leales respecto a las mujeres. El grito de «¡cultura, camaradas!» de las mujeres era la clara distinción entre ambos bandos.

Iria Márquez ya deslumbró en «Shakespeare en Berlín», la primera producción de Arden sobre la memoria de fondo. El montaje pone ante el espejo a esos bárbaros que se levantaron contra el arte y la cultura, al mismo tiempo que homenajea a los hombres y mujeres que pensaron que la creación artística era el mejor escudo para defender la libertad. Arden Producciones recoge el testigo para recordar que la memoria debe convertirse en una gimnasia diaria, en una vitamina necesaria. Y para empezar hay que ir a Sala Russafa para coger fuerzas.

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