Sobre uno de los cuadros de Camille Pissarro que desde ayer se pueden ver en la Fundación Bancaja se muestra una cita de este pionero del impresionismo: «El motivo es algo secundario -dice-. Lo que quiero reproducir es lo que hay entre el motivo y yo». Y entre el motivo y yo, en el caso de Pissarro y en de otros impresionistas, lo que hay son «espacios mentales», «ilusiones ópticas que se reproducen a través del color, y el color es luz, que nos permiten crear nuevas realidades. Entre ellas esos espacios de belleza sublime, paz y serenidad que tanto se asemejan al concepto de paraíso».

Así lo apuntaba Pilar Giró, comisaria de la exposición que, bajo el título de «Paraísos. Impresionismo europeo y americano. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza», recorre en el edificio de la Plaza de Tetuán la representación del paisaje en el arte entre los siglos XIX y XX con figuras como Claude Monet, Paul Gauguin y el propio Pissarro, y con otros artistas europeos y norteamericanos quizá no tan referenciales como los maestros franceses pero que, como aseguraba la comisaria mientras señalaba al valenciano Francesc Miralles, «no solo no decaen frente a ellos sino que se realzan».

Fue la propia baronesa Thyssen la que se encargó de inaugurar ayer por la tarde esta exposición que es, además, la primera muestra completa de obras de su colección privada que sale desde Madrid o Málaga en los últimos 15 años. Por la mañana, y durante la presentación de «Paraísos» ante los medios de comunicación, el responsable de la colección, Guillermo Cervera, recordó que entre los años 1996 y 2006, y bajo la dirección del valenciano Tomás Llorens, el Museo Thyssen-Bornemisza hizo más 40 exposiciones a lo largo del mundo, una «megaproliferación expositiva brutal», que se ralentizó y se buscaron alternativas como la cesión de obras a exposiciones de otros museos.

Pero Cervera aseguró que ahora, con la muestra en la Fundación Bancaja, «se abre una nueva puerta a volver a mover» sus fondos artísticos porque el público así lo pide. Cervera subrayó la idoneidad de un espacio expositivo como el valenciano. «Nuestro ADN es mezclar, romper con las estéticas de otros museos que solo buscan grandes obras icónicas y grandes colas», formatos estos que están ya «obsoletos».

El presidente de la Fundación Bancaja, Rafael Alcón, fue más allá y mostró su esperanza de que esta exposición «tenga continuación» y se mantenga la colaboración con la baronesa. «Nuestra amistad con Carmen Thyssen, personal y profesional, es la mejor garantía de que esta colaboración debe continuar. Nuestras puertas están siempre abiertas», aseguró Alcón ayer por la mañana. Ya por la tarde, la presencia de la baronesa en la apertura de la exposición corroboró esta buena relación.

Medio centenar de obras

«Paraísos. Impresionismo europeo y americano» se compone de medio centenar de óleos de mediano y gran formato firmados por 37 artistas y procedentes del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, el Carmen Thyssen de Málaga y de la colección particular de la baronesa.

Las piezas de Monet, Gauguin y Pissarro conviven, y en ocasiones dialogan, en la exposición con obras de William Louis Sonntag, Lluís Rigalt Farriols, Ramon Martí Alsina, Baldomer Galofre Giménez, Hugh Bolton Jones, Guillermo Gómez Gil, Modest Urgell Inglada, Fritz Bamberger, Joan Roig Soler, Eliseu Meifrèn Roig y Santiago Rusiñol Prats, entre otros artistas.

En la zona central de la exposición, compartiendo espacio con los maestros impresionistas franceses, se muestra el Paseo en barco del valenciano Francesc Miralles, un artista que, según Pilar Giró, resume a la perfección el «espíritu» de la Colección Carmen Thyssen. «Nació en València, se educó en París y vivió en Barcelona. Es la muestra de que el arte es internacional, es del mundo».

Ciencia, poesía y paisaje

La exposición está organizada en tres ámbitos en los que el impresionismo tiene un papel relevante ya que su irrupción en la historia del arte «alteró para siempre la visión del paisaje con su propuesta de mirada moderna, analítica y científica, pero al mismo tiempo sensible, poética y consciente de la fugacidad de los instantes que construyen el tiempo», señala la comisaria de la exposición.

El primer ámbito, «El alma de un paisaje», presenta una visión espiritual, idílica y sublime del paisaje, en un diálogo de analogías entre la pintura americana y europea en el que aparece la subjetividad e idealismo romántico y la percepción analítica del paisaje que propone el impresionismo.

En este espacio convive el estadounidense Sontag con piezas de Lluís Rigalt, o una playa de Estepona pintada en Munich por Fritz Bamberger. Progresivamente, la luz va tomando más forma, como en La Cruz de término de Santiago Rusiñol. La pintura de paisaje invita a viajar entre sensibilidades, sentimientos e intenciones.

Aquí se incluye Cabaña en Trouville, marea baja (1881) de Monet, pintada desde la costa normanda y con la que la exposición entra de lleno en la eclosión del lenguaje impresionista en la interpretación del paisaje. Probablemente, tal como indica Giró, el tema era lo que menos importaba a los impresionistas, pintores del instante, de lo efímero.

El segundo ámbito, «Un jardín en el mundo», muestra una naturaleza domesticada, en la que, a diferencia de lo que ocurría en el grupo anterior, el ser humano es protagonista y plenamente consciente de su capacidad de gozar del entorno idílico que ha creado. Así lo muestran las pinturas de Miralles, Lebasque, Bruguera, Pinós o Regoyos, que incorporan el lenguaje de la luz impresionista e incluso todos los sentimientos del romanticismo. El mundo se convierte en un jardín, en vínculo entre el ser humano y el paisaje se expresa en la belleza de la transformación y domesticación del entorno.

En El huerto en Éragny, Pissarro pinta un campo de trigo recién segado, desafiando a todos los verdes. El vaivén de las dos campesinas viste de realismo una historia contada a partir de una lección cromática de contraste simultáneo. Este dinamismo contrasta con la lentitud que se desprende de Le Champs de choux, Pontoise (1873). «El tema es una simple excusa que permite a Pissarro expresar la libertad de poder pintar al aire libre, relativizar los colores, observar directamente la naturaleza y, en el dominio de lo visible, otorgar toda la hegemonía a la luz», indica Giró.

El tercer y último ámbito de la exposición, «Paraísos encontrados» es una contraposición de escenas bucólicas y cercanas de un mundo tangible en el que se busca un reducto de bienestar, paz y felicidad. Paisajes también de ensueños y juegos, introducen un nuevo elemento que moderniza totalmente la interacción con el paisaje: el concepto del ocio y del veraneo. Aquí, entre Suñer, Sacharoff, Meifrèn, Grau Sala, Barrau, Girona o Kuhn, destaca la presencia de Gauguin, un artista cuya pintura difícilmente puede disociarse de la idea de paraíso. «Muy probablemente fue su amistad con Pissarro lo que influyó en su decisión de dedicarse a la pintura y trasladarse a vivir a Rouen para estar cerca del maestro», recuerda Giró para hablar del cuadro del pintor francés que se ha incluido en esta exposición.

Un huerto bajo la iglesia de Bihorel (1884) es precisamente de este período inicial. «Gauguin conocía bien la pintura impresionista. Durante su época prospera en París había adquirido obras de Manet, Degas, Monet, Sisley, Renoir, Cézanne, Guillaumin y Pissarro. Tras una vista a la isla de La Martinica en 1887 empezará a alejarse del impresionismo, interesándose cada vez más por el uso de la línea y los colores planos».