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Entrevista

Miguel Herráez: "La autoficción es una suerte de recurso posmoderno"

Publica una novela en primera persona en la que dos hermanos viajan a Francia para visitar a su familia

Miguel Herráez: "La autoficción es una suerte de recurso posmoderno"

¿Podríamos afirmar que «La mitad de la memoria» es una novela que trata sobre el paso del tiempo o su temática transciende?

Por supuesto, el relato que marca toda la narración establece una obsesión permanente acerca del paso del tiempo y su vértigo, de ahí que el protagonista ande comparando siempre su edad con todo el mundo o con sucesos históricos. Pero hay otro motor en la trama: el deseo de rescatar la memoria. Mis novelas y cuentos anteriores se mueven en el ámbito del tardofranquismo y esta no es una excepción.

¿Cuánto hay de usted en esta novela? ¿se podría considerar autoficción?

Toda narración, aunque se esté hablando de Marte, aunque uno no conozca Marte y trate la novela de marcianos, es una experiencia personal reelaborada. Me reconozco en el personaje, como lo hago en los personajes de mis otras cinco novelas y varios decenas de cuentos publicados.

¿Qué opina sobre la autoficción?

Me interesa mucho. Es una suerte de recurso posmoderno. En la novela hay significaciones en este sentido, una realidad teñida de ficción y viceversa.

Al protagonista de la novela le asusta cumplir 47 años, seguir cumpliendo años en general. ¿Le asusta también a usted el paso del tiempo?

La edad de 47 la coloqué por pura convención. Buscaba a alguien que no fuese joven pero tampoco muy mayor. Alguien que de golpe saliera de la rutina que nos atonta en la vida y se dijera «despierta, esto es muy corto». Y claro que me asusta, me angustia, el paso del tiempo. No es agradable saber que usted y yo caminamos inflexiblemente hacia un agujero negro.

Pese al halo poético y filosófico que recubre toda la novela, existe una ironía latente que persiste durante todo el libro. Pero, ¿por qué ha decidido usarla?

Esta novela, como mis otros títulos, habla de la vida, y eso lo afronto con ciertas dosis de ironía, lirismo y humor. Yo no quería armar un relato grave en el que expresara que me voy a morir. Ese es el recurso para explorar las propias parcelas de la vida. Además, al margen de eso, también me interesaba indagar en unas estructuras novelísticas en las que el lenguaje fuese un valor reflexivo, por tanto, poético.

¿Tiene manías o fobias a la hora de escribir?

De joven, sí: escribir en holandesas de papel Galgo Pachermín, por ejemplo. Tonterías de esas. Desde que ejercí el periodismo, aprendí a escribir en cualquier lado.

¿Cuáles son sus máximas influencias literarias?

La revelación de los autores del llamado «Boom» y sus ramificaciones temporales, desde García Márquez hasta Osvaldo Soriano o Benedetti o Vargas Llosa o Juan Carlos Onetti, para mí fue un hechizo. El observar cómo la vida se podía contar de otro modo, más allá del realismo español que imperaba en los años cincuenta, fue un estímulo. En el terreno del cuento, me atrapó Julio Cortázar.

Véndase: ¿por qué deberíamos leer su libro?

No tengo respuesta. No es más que una tentativa de reconocimiento. Si hay alguien que se reconozca en esas obsesiones, puede servirle.

Si nos ha gustado «La mitad de la memoria», ¿qué otro libro de otro autor nos recomendaría?

En mi novela, el narrador hace mención a un título de Ota Pavel, que fue un periodista deportivo checo. Es un texto que camina entre la autobiografía testimonial y la ficción. Recomendaría ese: «Cómo llegué a conocer a los peces». Delicioso.

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