Hay algo en la cultura mexicana que, partiendo de su folclore, invita a la ensoñación, a lo onírico, al traspaso entre mundos y realidades. Y a este juego casi surrealista, en el que el argumento es lo de menos y la emoción lo de más, juega Luzia, la producción del Cirque du Soleil que levantará su Gran Carpa Blanca del 11 al 27 de septiembre en el antiguo recinto de la estación del Grao de València.

Pero ahora la travesía acrobática y musical (y muy acuática) por México de la compañía está en Londres, en el histórico Royal Albert Hall, donde se ha estrenado en Europa esta producción -la 38 de la gran empresa canadiense del entretenimiento-, que desde 2016 ha pasado por Montreal, Estados Unidos y por el país en el que se inspira su imaginario.

Para el escenario circular del auditorio londinense -que igual se convierte en una jungla, en cenote y en pueblo en fiestas-, trabajan en cada función 46 artistas y medio centenar de técnicos. Y para trasladarlo a València (después de pasar por Moscú y Gran Canaria) la compañía fletará 25 camiones y 50 contenedores con todo el material, carpa incluida que tiene un aforo para 2.600 espectadores, además de la dotación técnica del agua que utiliza en el show.

El del agua es uno de los mayores atractivos de Luzia, además de un «desafío técnico» para sus responsables. El público podrá ver cómo una cortina de lluvia se integra en el espectáculo a conveniencia de cada cuadro e incluso se convierte en cascada en la que las incontables gotitas de agua reproducen símbolos gigantes y figuras de animales. Lo que no podrá ver el público es la infraestructura que introduce este elemento circense. En el sótano del Royal Albert Hall, dos pisos por debajo del escenario, y tras pasar por los talleres de vestuario - se utilizan 1.115 piezas distintas y 140 pares de zapatos por función- se encuentran los depósitos y la ingeniería de control. Cada espectáculo precisa de una media de 10.000 litros de agua a una temperatura entre 30 y 35º que cae desde un puente situado a los 14 metros de altura. En la carpa que llegará a València, el mecanismo del agua estará en una instalación anexa.

El agua es un elemento imprescindible en Luzia y el otro son los animales que se transforman en «criaturas mágicas»: mariposas, colibríes, caballos, cocodrilos, jaguares, cabezas de atún, serpientes que los artista usan como bufandas, cucarachas, saltamontes, armadillos, víboras... No son animales vivos, claro, «porque en el Circo del Sol nunca los ha habido», tal como subraya el mexicano Gerardo Ballester Franzoni, antiguo estudiante de la Universidad Politécnica de València y jefe de las marionetas que comparten el escenario con los humanos.

De los títeres de gran tamaño que ha creado para Luzia, Ballester destaca el caballo metálico «que hace alusión al tren de la revolución» y su favorito, «un jaguar que aparece en un número muy onírico, que tiene la simbología del agua, un cenote».

Luzia es la historia de un viaje por México en el que lo menos evidente es lo importante. «No es un espectáculo regional ni folclórico, y tiene cierta simbología con la que puedes construirlo», destaca Ballester, especialista en artes visuales, en cine y animación.

El espectáculo se inicia con un paracaidista -el clown de este espectáculo circense-, que cae en un campo de flores de cempachusil, 5.000 piezas de esta margarita azteca, para dar paso a una acróbata que emula a una mariposa en migración de México a Canadá, y al gran caballo creado por Ballester que marca el paso.

A partir de ahí se abre el México sobrenatural. Aparecen varios acróbatas vestidos de colibríes que atraviesan grandes aros. También se recrea una escena de glamour cinematográfico de la vieja escuela con artistas que vuelan sobre una piscina. Un enmascarado luchador se sube a un columpio gigante que da vueltas de 360 grados. Dos mujeres elegantes protagonizan un número tan lírico como emocionante dentro de ruedas CYR. En el sobrecogedor número del columpio ruso, los acróbatas se lanzan entre sí desde dos plataformas oscilantes, girando y casi flotando en el aire. Surgen trapecistas que atraen la lluvia en el desierto, futbol callejero, barras verticales, los clavados, el desfile en honor a la fiesta de los muertos, los contorsionistas, los malabaristas...

La música en directo vertebra esta sucesión vertiginosa de números circenses con una banda de siete músicos y una cantante -Majo Cornejo- , que interpretan las partituras de Simon Carpentier. Canciones que incluyen ritmos norteños, el huapango, la cumbia, los sonidos caribeños o el reggae y que, como todo el espectáculo, aunan la tradición y la modernidad.