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Payasadas beckettianas

«Esperando a Godot»

teatro olympia

De Samuel Beckett. Adaptación: Salvador Oliva. Música: Lluís Llach. Interpretes: Pepe Viyuela, Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu, Jesús Lavi. Escenografía: Paco Azorín. Dirección: Antonio Simón. Producción: Pentación.

Han pasado setenta años desde que el siglo XX se partiera por la mitad y con él el arte. Y casi setenta años desde que subiera a un escenario el diálogo de dos especies de clowns -más bien dos intelectuales venidos a menos- en un desierto -en el escenario solo había un árbol para demostrarlo- ocupados interminablemente en esperar a un tal Godot -un señor con barba blanca- que jamás llegaba. Ha pasado el tiempo, han caído muros, se han construido otros, y han llovido miles de palabras, de interpretaciones, sobre una obra que su autor, Samuel Beckett, decía, cuantas veces le preguntaban, que si supiera quién era Godot lo hubiera dicho y no escrito una obra.

Después (¡ay, el paso del tiempo!), dejamos de interpretar porque la obra se ha ido convirtiendo en un clásico. Y como tal llega, ahora, a los escenarios a través de una bella, viva y juguetona puesta en escena de Antonio Simón. Se basa en una dramaturgia que deja claro que quiere expresar un nihilismo sublimado por el humor. Algo de esto hay en el texto original: la omnipotencia de la ternura humana. De ahí que, en el ámbito interpretativo, se rompa el equilibrio filosófico y clownesco acentuando más lo segundo. Por eso Vladimir y Estragón conforman la pareja payasa clásica. Alberto Jiménez es un acertado e imperturbable «Cara blanca», y Pepe Viyuela, un soberbio Augusto. ¡Una pareja memorable! Siempre he preferido un tono más naturalista, pero el elegido está bien resuelto por el elenco, incluyendo a Fernando Albizu (un Pozzo

físicamente perfecto) y Juan Díaz (un expresivo Lucky, aunque no termina de expresar, en el soliloquio delirante, el fracaso del conocimiento).

Sobran subrayados y estridencias que, a veces, no dejan que fluya con mayor claridad la limpieza de un lenguaje ascético y repleto de ironía poética. Paco Azorín vuelve a ser original en su espacio escénico, pero no creo que la obra requiriera más simbología que el árbol para expresar el paso del tiempo, el gran protagonista de la obra junto al esperado Godot. Y, ¿por qué, al final, Didi y Gogo salen de la escena? ¿Es una concesión?

Puntualizaciones, discusiones que no pretenden obviar que el montaje es muy recomendable: nos permite, de manera entretenida, y con gran rigor al mismo tiempo, volver a disfrutar con este lúcido texto (risueño sabor a nada).

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