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Entrevista

Carles Alfaro: "El arte popular es el que llega al pueblo, no el que se coloca a su nivel"

«València es la mejor ciudad para vivir pero la peor para trabajar. Aquí no se piensa en los hijos y en los nietos. El medio y el largo plazo no entra en nuestras cabezas»

Carles Alfaro: "El arte popular es el que llega al pueblo, no el que se coloca a su nivel"

En Los Justos, Albert Camus -uno de los referentes de Carles Alfaro (València, 1960)-, se planteaba si un acto terrorista podía eso, ser justo. «Los Justos creo que se llama así precisamente porque ellos se creían en posesión de la justicia, de lo que es o no justo. Y creerse eso es un peligro», explica Alfaro, director de teatro, actor, escenógrafo, diseñador de iluminación y fundador de Moma Teatre, además de uno de los grandes renovadores del teatro valenciano desde la década de los 80.

Los próximos sábado 29 y domingo 30, Alfaro lleva a la Mutant («solo dos días», lamenta) su adaptación al teatro de José K, torturado, un texto del periodista Javier Ortiz que se plantea si está justificada la tortura si ésta sirve para evitar la muerte de una gran cantidad de gente. José K. es un terrorista sin ideología que ha sido detenido tras instalar una bomba en una plaza llena de gente. La policía tiene apenas media hora para tratar de sacar la información sobre el lugar del explosivo antes de que estalle. Una obra tan «incómoda» (así la define el director) como arriesgada, tanto en la forma como en el fondo que plantea, en la que Alfaro encierra al protagonista (el actor Iván Hermes) en un cubo de cristal, desnudo, atado, dándole la espalda al público.

P ¿«José K.» quiere ofrecer respuestas o generar dudas?

R El objetivo inequívoco es algo que se nos ha negado siempre: darle voz a un terrorista. Para vencer al enemigo hay que conocerlo, saber dónde tienes que hurgar. Matando al enemigo no se acaba con él porque vendrán otros. Hay que conocer su conciencia, sus razones, los orígenes de esos actos aberrantes. Lo fácil sería que el terrorista fuera un loco, pero yo considero que José K. es un hijo de la gran puta, un monstruo, pero está lleno de razones.

P ¿Razones que no tienen por qué ser o estar equivocadas?

R Hay terroristas que tienen ideas, incluso ideas no dogmáticas. Por eso me ha interesado darle la voz a un terrorista que no obedece a ningún gobierno ni ideología institucionalizada, que su objetivo solo es provocar el régimen del terror e incluso reconoce que las bombas no cambiarán nada. Las sigue poniendo sólo por rompernos nuestra puta tranquilidad.

P ¿Entiende que eso de «darle voz» o « tratar de comprender»a un terrorista no es precisamente fácil ni demasiado popular?

R Sí, y que hablar de lo que hablo es difícil por esta simplificación que nos persigue. Hay que vencer al terrorismo socialmente y plantearse un problema de conciencia: si uno puede otorgarse la potestad de la vida de otro. Es el paso clave. Mi intención es que el espectador se ponga nervioso, que le molesten algunas cosas, incluso que pueda tener un momento de empatía y que se revele. Yo solo intento no caer en maniqueísmos y afrontar el conflicto.

P ¿Usted alguna vez ha tenido empatía por un terrorista o se ha identificado con lo que defiende?

R Nunca. Pero es muy fácil criminalizar y quedarse ahí. El problema es que las ideas están y continuarán estando. ¿Escucharlo es aceptar? En absoluto, todo lo contrario. Si lo escucho es para saber el origen de las barbaridades que hace pese a ser una persona inteligente y cultivada.

P En el escenario una pantalla ofrece un plano secuencia y fijo del terrorista. ¿Qué le aporta este recurso? ¿No favorece la empatía con el terrorista?

R La cámara escupe la impostación, no la admite. La cámara tiene esa cosa maravillosa, esa poética de captar lo que no se dice. Puede, por ejemplo, captar un mirada que te cambia todo el sentido de un diálogo, y eso es algo que no se puede hacer en un teatro. Y, por otra parte, con la imagen de la pantalla colocas al espectador como un voyeur que observa el terrorismo de Estado, que está viendo a alguien haciendo el trabajo sucio, cargando con la conciencia.

P ¿Asumimos que las torturas son un mal menor?

R Efectivamente, y la razón de este espectáculo es hablar de que el que tortura es igual que el terrorista, porque hace lo mismo. Y dar una respuesta en paralelo a lo que criticas te deslegitima. José K es un hijo de puta, me importaría un pimiento lo que le pasara. ¿No voy a pegarle cinco hostias para evitar 2.000 muertes? Pues no, porque si lo haces lo legitimas, abres la caja pandora y al final serán más los muertos que esa acción ilegal provocará que los que podría haber provocado si no se hubiera hecho.

P En esta conversación la palabra «conciencia» ya ha aparecido en varias ocasiones. Y muchas de las obras que ha dirigido a lo largo de su carrera giran en torno a ella. ¿Es una obsesión para usted?

R Totalmente, probablemente no haya salido de ese bucle, incluso cuando hago comedia. Supongo que es porque a partir de la conciencia se puede subir el nivel cultural de una sociedad. No basta con la información, sino con la capacidad de digerirla. El teatro tendría que estar en los colegios porque no hay ejercicio más saludable para potenciar la tolerancia que interpretar a otro. Reflexionas sobre la condición humana, porque interpretar te obliga a defender a tu personaje. Es decir, te hace ponerte en el lugar del otro.

P ¿Pero no está la caja de Pandora abierta desde hace siglos?

R Sin duda, pero No podemos otorgarnos la vida de los demás. Para eso está la ley. Tiene que tener una perspectiva y una distancia.

P ¿Cambiaría la obsesión por la conciencia por una vida tranquila y sin preocupaciones?

R Voltaire ya se lo planteó a Cándido cuando el derviche le pregunta si preferiría ser un sabio desgraciado o un ignorante feliz. Yo creo que por terrible que sea la realidad, mejor respirarla que huir de ella. La conciencia siempre es luminosa porque, como mínimo, si hay una salida la tomarás a través de ella. Yo ya no creo en soluciones ideológicas, creo que son imposibles. Solo creo en el colectivo de individuos.

P El problema es que los individuos nunca suelen sumar lo suficiente.

R Claro. Si existen los partidos es porque la cuestión asamblearia es un desastre. Pero ¿quién es el guapo que en un momento de su vida no ha pensado por qué tal tío tiene poder o por qué se deja votar a tal otro? Todo eso son contradicciones y aquí lo sabemos muy bien porque ha habido 25 años de mayorías absolutas en todas las instituciones pese a que sabíamos de corrupción, grabaciones€ Todo esto en el fondo es frustración, porque tenemos unas expectativas en las cosas muy naïf.

P ¿Ha cumplido usted las expectativas con las que entró en el mundo del teatro?

R Yo entonces tuve que liderar algo porque esto era un páramo y si querías hacer algo que te interesara, o lo hacías tú o no lo hacía nadie. Esta ciudad es secularmente puta, si esperas que te dé algo vas dado. València es la mejor ciudad para vivir que he conocido pero la peor para trabajar. Aquí no se piensa en los hijos y en los nietos, el medio o largo plazo no está en nuestras cabezas porque somos una sociedad agrícola que solo piensa en la cosecha del momento.

P ¿Y aquel páramo teatral sigue o la situación ha mejorado en los últimos años?

R Ha sido terrible porque ha habido una generación perdida. En Francia el Estado se responsabilizaba de la parte de la cultura a la que no llegaba el mercado o no le interesaba. Eso, bien hecho, es fantástico. Pero aquí el problema de la cultura ha sido el complejo de la izquierda de no entender que, en el buen sentido, el arte tiene que ser elitista si no queremos cargárnoslo. No valorar el talento es un error y aquí nos cuesta de la hostia.

P ¿No cree usted en el arte popular?

R Claro que creo, y me encanta el arte popular. Un arte es popular porque llega al pueblo pero no porque se coloca a su nivel. Aquí hemos buscado tanto al público que lo hemos perdido. Tienes que hacer lo que consideres que tienes que hacer, e incluso ir un paso más porque tienes que provocar un poco. No es normal ir a lo que sea cómodo para la gente.

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