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La última ronda de tequila

Tequila

palacio alameda

Seguramente sea tirar piedras sobre mi propio tejado, pero hoy considero más cierto que nunca eso de que una imagen vale más que mil palabras. En lugar de estas letras me gustaría que vieran una docena de rostros escogidos al azar de los asistentes al concierto de Tequila, justo cuando salieron de la sala. Lo comprenderían todo. Apreciarían gestos y muecas de satisfacción y alegría, pero también de pena porque la legendaria banda hispano-argentina se despide definitivamente. Alguna cara expresaría rabia o incomprensión, porque dio la sensación de que tenían cuerda para cinco o diez años más. Y todas esas fotos que vendrían en esta página, todas sin excepción, aparentarían ser veinte años más jóvenes.

Creo firmemente en el poder rejuvenecedor de la nostalgia cuando hay música detrás, pero únicamente solo si la calidad acompaña. Y el espectáculo del sábado rozó la perfección y dejó momentos irrepetibles, dos palabras que forman un cliché agridulcemente certero esta vez. Al elegante Ariel Rot, cuyo talento debería ser declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la vía de urgencia, se le caía la baba viendo tocar los teclados al valenciano Luis Prado. Sus duelos de acero contra marfil dejaron los mejores detalles musicales de la velada. Ese Peter Pan alopécico y magnético que es Alejo Estivel, locuaz, desgarbado y dinámico, no falló una nota. Y el resto de sus jóvenes colaboradores derrocharon técnica y pasión en «Me voy de casa», «Yo quería ser normal», «Ring ring», «Sábado a la noche», «Mucho mejor» y «Dime que me quieres» entre otras, ante mil personas que no dejaban de cantar, bailar y jalear la banda sonora de sus vidas.

Con la peña visiblemente emocionada arriba y abajo del escenario, el cantante regó con agua a las apretujadas primeras filas en «Me vuelvo loco», antes de meterse a fondo en la sensacional «Necesito un trago». Para rematar la faena, el grupo se despidió tocando «¡Salta!», con Estivel engullido por una masa que gritaba enloquecida a pleno pulmón, botando hasta hacer temblar los cimientos de la sala.

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