«Esta es una exposición que no habla de Oriente sino de nosotros», advertía ayer el subdirector del IVAM, Sergio Rubira, en la presentación de «Orientalismos», la muestra dedicada a la «construcción del imaginario del Próximo Oriente y el Norte de África» que desde hoy y hasta el 21 de junio se puede visitar en el museo valenciano. Rubira es el comisario de la exposición junto al artista Rogelio López Cuenca, quien ayer calificó esta colección de más de 600 items -incluidas obras de Goya, Benlliure, Sorolla, Klee, Picasso o Matisse-, como la construcción de un «reflejo negativo de Occidente» al que se llamó «orientalismo».

«Nosotros éramos los elegantes, los modernos y los científicos y ellos los fanáticos anclados en el pasado que rompían su pasividad con reacciones violentas». Al construir esa imagen, añadió ayer López Cuenca, el arte quiso justificar el «yugo» occidental -de Europa primero, y después también de la Unión Soviética y Estados Unidos-, sobre África y Asia.

«Orientalismos» toma como punto de partida la expedición militar que llevó a Napoleón a Egipto y Siria entre 1798 y 1801. En los grabados de aquella época los bereberes y mamelucos ya se muestran o feroces o pasivos, dos clichés que se van repitiendo y combinando a lo largo de toda la exposición.

En esta primera sala se han incluido dibujos, grabados y óleos de la tendencia orientalista desarrollada en España en el siglo XIX. Predominan las fantasías, los harenes con odaliscas y árabes consumidos por el hachís (magnífico el Fumador de kif del alcoyano Emilio Sala y Francés). También se muestran dibujos, fotografías y anuncios de coméstica o vestidos inspirados por el furor orientalista que invadió París a comienzos del siglo XX.

Uno de los espacios más interesantes es el dedicado a la visión «orientalista» de la Unión Soviética sobre sus repúblicas islámicas. Aunque sus fotógrafos (Max Penson, Max Alpert, Arkadi Shaikhet o Giorgi Zelma) viajasen hasta allí para reflejar los avances del comunismo en el Ásia Central, o que sus cartelistas tuviesen una intención adoctrinadora, siempre acababan subrayando los elementos exóticos de los habitantes de estos lugares, que aparecían siempre con poses exageradas y teatrales.

El hecho de que los artistas europeos viajasen al Próximo Oriente y el Norte de África no impidió que la visión «orientalista» y turística se impusiese en su trabajo, que acabó participando del discurso coloninal de dominio sobre aquellos territorios, tal como demuestran las obras de Matisse, Klee, Francisco Iturrino o August Macke que se exponen ahora en el IVAM.

Los medios de comunicación y, sobre todo, la publicidad comercial y el cine de ficción, contribuyeron decisivamente a la hora de propagar de manera masiva y entre todas las clases sociales los clichés y estereotipos orientalistas. La exposición incluye por ello numerosos ejemplos de publicidad, cómic y películas «ambientadas» en ese Oriente irreal que son, al final, un reflejo de nuestros miedos, fantasías, miedos y obsesiones expresadas a través de los personajes.

La última sección de «Orientalismos» está dedicada a la relación entre «lo español» y «lo oriental», que fue diferente a la del resto de Europa por el pasado histórico y porque ambos términos, vistos desde fuera, llegaron a «identificarse». En esta sala, además de carteles turísticos, imágenes de noticiarios o alusiones a las fiestas de Moros y Cristianos, en los que se «idealiza» al moro a la vez que se le somete, destacan las fotografías de José Ortiz Echagüe y las pinturas de su hermano Antonio, de José Cruz y de Gabriel Morcillo, uno de los artistas preferidos de Franco y cuyos retratos de jóvenes «orientalizados» contenían un inconfundible subtexto homoerótico.