Santiago Posteguillo (València, 1967) llega a la redacción de Levante-EMV para hablar de su última novela, Y Julia retó a los dioses, mientras en televisión el ministro de Sanidad anuncia las nuevas medidas ante la crisis del coronavirus. ¿Qué hubiera hecho Galeno, el famoso médico de la antigüedad y personaje en este libro, en el que se tiene que enfrentar a una epidemia de viruela cuando viajaba por el Nilo con el emperador Septimio Severo y su esposa? «Medir la proporcionalidad de las medidas a tomar en función de lo letal de la enfermedad ante la que se encuentra -contesta el novelista valenciano, que ha vuelto a meterse en la piel de Galeno para narrar la historia de Julia, de su esposo, de sus hijos Caracalla y Geta, de sus aliados y sus enemigos-. Se enfrentó a la viruela, que en un imperio de 65 millones de personas causó 1 millón de muertos, tomó medidas muy drásticas para conseguir detener el rebrote. Y también fue una gran lección la de Septimio Severo y Julia, que sometieron sus decisiones políticas a la autoridad sanitaria. Nos vendría muy bien que Galeno estuviera aquí».

¿Por qué Roma, más de 1.500 años después de su caída, nos sigue fascinando tanto?

Porque venimos de ellos, porque las estructuras sobre las que nos manejamos, lingüísticas, legales, vienen de allí. Hablamos idiomas que vienen del latín, nuestras leyes evolucionan del derecho romano, nuestras estructuras sociales, políticas? Incluso la Unión Europea es posible porque existió esta unidad que fue el Imperio Romano. Hay tantas cosas que ya pasaron allí y que seguimos viviendo nosotros...

Como la lucha de Julia contra el «carcinos»...

Sí. Y se tiene que plantear como dejar la vida. Es decir, se plantea la eutanasia igual que lo seguimos haciendo ahora. Es una mujer en un mundo de hombres, hay violaciones, xenofobia? En el mundo romano nos encontramos muchísimos temas que hoy en día aún no tenemos resueltos. Es muy interesante ver qué hicieron bien y qué hicieron mal.

Julia venía de la actual Siria y Severo de Libia, Caracalla abrió la ciudadanía romana a los extranjeros? ¿Eran menos xenófobos que nosotros?

Eran más prácticos y aprovechaban a la gente inteligente sin tener en cuenta de dónde venía. Y nos enseñaron que es más inteligente intentar resolver en origen los problemas migratorios, porque si hay algo que no hicieron bien fue construir muros como el de Adriano, que si bien podían valer defensivamente algo, nunca solucionaban los problemas de base.

Pero en muchas novelas históricas, incluida ésta, a los romanos se les presenta como personas ambiciosas, amorales y que no dudan en ser crueles para conseguir sus objetivos. ¿No nos están dando una imagen parcial y distorsionada de esta civilización?

Puede darla, e incluso sobre un mismo personaje pueden darse construcciones muy diferentes. Yo intento, a partir de los datos de las fuentes clásicas y las matizaciones de las fuentes modernas, presentar lo que yo entiendo que es una visión razonablemente rigurosa de lo que fue. Intento ser riguroso.

Pero entre los clásicos también hay mucha «fake new»...

Sí, y por eso cuando hay contradicciones como ha pasado con el caso de Julia, que la Historia Augusta y Aurelio Victor hacen un relato en contra de ella, mientras que las fuentes orientales, como Dion Casio y Herodiano, no hacen un relato xenófobo, pienso que igual las críticas venían por la xenofobia más que por la verdad. Eso también lo pondero y considero quién puede ser más veraz. Puedo tomar decisiones equivocadas, pero hago un esfuerzo grande al intentar recrear ese mundo de la forma que yo creo.

¿Cuesta hermanar rigor histórico con que uno tenga «más de 4 millones de lectores» como indica la portada de la novela?

No creo que tenga que ser incompatible. Yo hago novela histórica y lo primordial es el entretenimiento. Ahora bien, arrastro 28 años de actividad docente en la UJI de Castelló y tengo una vertiente didáctica. Así que si bien una novela histórica no tiene por qué ser didáctica, a mí sí me gusta que lo sea. Me gusta que el lector salga de mi novela diciendo que se lo ha pasado muy bien, pero que luego diga que quiere aprender historia. Mi límite para incluir información histórica es que los datos no ralenticen el ritmo.

¿A quién teme más, al crítico literario o al historiador?

Procuro que la novela tenga calidad literaria sin perder la capacidad de divulgación y nivel popular para llegar a mucha gente. Intento que no me puedan decir que está mal construida o no tiene ritmo narrativo. E intento ser riguroso con el dato. Procuro no cometer errores históricos, eso me atormenta porque le dedicó mucho tiempo a la investigación y hago muchos viajes. En el siglo XXI, con la capacidad de investigar y viajar, el novelista histórico está obligado a documentarse todo lo que pueda.

En esta novela aparecen los dioses discutiendo el destino de Julia. ¿Es una forma de recordarle al lector que, ojo, esto es una novela histórica, histórica pero novela al fin y al cabo?

Claro. Es un guiño homérico y entiendo que no le tengo que explicar al lector que lo de los dioses me lo he inventado. Pero toda la base de lo que ocurre en la tierra es histórica. He añadido las escenas de los dioses porque el final de Julia en vida es tan trágico que no me gusta que los lectores salgan tristes de la novela. Y era injusto con su gran victoria post mortem, que fue ingeniárselas para conseguir que su familia retuviese el poder.

En «Y Julia retó a los dioses» describe una Roma en auge, pero Gibbon marcó precisamente en el imperio de Septimio Severo el inicio de la decadencia.

Difiero completamente de Gibbon. Es un tótem de la historiografía, pero es un tótem de finales del XVIII. Todas las aseveraciones que hace es a partir de la historiografía de su época, y ahora hay muchas más fuentes. La decadencia viene después. En la época de Julia era peligroso ser miembro de su familia y de la corte imperial, pero las fronteras estaban protegidas, el comercio fluía? Es cuando cae la dinastía Severa cuando llega la anarquía militar y cae el imperio.

¿Ha cambiado su carrera de escritor tras ganar el Planeta en 2018 con «Yo, Julia»?

Cuando conseguí el Planeta ya tenía una cierta popularidad, pero es verdad que lo dispara todo. Pero mi truco para ser el de siempre es dar clases en la universidad. El otro día acabé las clases y vinieron los alumnos y me rodearon. Yo pensaba que venían a decirme algo de la novela y de repente uno me pregunta: «¿oiga, para el examen esto va a entrar?». Pasaban de mi novela como de la sopa. También sigo cogiendo el cercanías para ir a Castelló y sé que se ha deteriorado, paso por los peajes haciendo el signo de la victoria porque los han quitado, como con los compañeros en la cantina? Todo eso me ata a la realidad y me ayuda porque es verdad que cuando vas a firmas y presentaciones, suele venir gente a la que le gusta lo que escribes y son todo comentarios elogiosos. Eso te puede volver un poco idiota.

¿Qué siente cuando viaja en tren y ve a otro viajero con alguno de sus libros?

Al principio sí que tenía ganas de decir algo, preguntar. Ahora soy más discreto. Pero es muy emocionante. El lugar en el que más me he emocionado es el Palazzo Massimo Alle Terme de Roma, donde tienen la mejor colección de estatuas de la dinastía severa. Un día fui a la librería del museo, donde yo iba a documentarme, y me encuentro mis novelas debajo de las de Manfredi. Me dije: yo venía a buscar aquí material para escribir y ahora estoy yo en estas estanterías.

Y por último, algo totalmente diferente (que dirían los Monty Python). ¿Le falta a los valencianos una gran novela histórica que les pueda animar a interesarse por su historia?

Puede faltar el interés, pero hay novelas como La loba de Al Andalus de Sebastián Roa, que hablan de nuestra historia y que se podrían leer más. Más allá de eso, tenemos grandes novelas no históricas que tampoco se leen, ni se explican, ni se enseñan. ¿Por qué no hay desde hace tiempo una buena adaptación del Tirant ? Es nuestra gran novela, yo me la he leído entera en el valenciano del XVI? ¿Cuántos lo han hecho? Defender nuestra cultura empieza por conocerla, y conocer el Tirant debería ser obligatorio para los valencianos.