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Estudio

Las fiestas cambiaron la cara de València

Una investigación revela que eventos religiosos y reales modificaron la fisionomía de la ciudad en los siglos XVI y XVII

Adornos de la casa de Joaquim Valeriola i Próxita en un libro de 1762 sobre el aniversario de la canonización de San Vicente Ferrer. levante-emv

València no siempre lució la misma cara. Aunque la causa más lógica parezca estar en el urbanismo desmedido, las transformaciones sociales o, incluso, medioambientales, a lo largo de los siglos XVI y XVII fue el «facilitar el desarrollo de la organización de festejos extraordinarios», bien de carácter real o religioso.

Así lo sostiene la investigadora Desirée Juliana Colomer en su libro Fiesta y urbanismo. València en los siglos XVI y XVII . «Había constancia expresa de las intervenciones sobre calles y plazas que debían modificarse para acoger este tipo de acontecimientos», señala la doctora Historia del Arte. «De forma muy clara y concisa, el Consell ordenaba la retirada de saledizos en determinadas calles por las que debían discurrir los cortejos procesionales. Eran complejas reconstrucciones urbanas relacionadas con la celebración de fiestas por entradas o visitas reales, que oscilaban desde una faceta de transformación transitoria hasta aquellas que se mantenían como cambio definitivo en la disposición». De este modo, bancos, saledizos, porches, pero también callejones habían sido suprimidos durante el periodo medieval por el «embellecimiento» de la ciudad y por una adaptación al mundo festivo.

Sin embargo, «no hemos hallado una memoria o plano en donde la ciudad encaminase sus planes hacia una proyección urbanística global», lamenta. «La València moderna había heredado unos espacios embellecidos por una política de adecuación urbana que trató de atenuar aquella ciudad que miraba hacia el interior y que primaba el intimismo islámico».

Algunos enclaves, recuerda, ya habían sido modificados durante la época medieval por motivos festivos. Se habían protegido ciertas áreas públicas como la plaza de la Seu y la del Mercado «con el fin de evitar su ocupación y preservarlas de comitentes privados que trataban de ganar algunos metros en favor de sus propiedades».

El trabajo revela que el siglo XVI comenzó con disposiciones específicas sobre la eliminación de saledizos o cualquier elemento que «entorpeciese» el conjunto procesional. «La mayor dificultad radicaba en el movimiento holgado de las estructuras de los carros». De hecho, «una de las hipótesis que cobra más fueza es el desarrollo de intervenciones urbanísticas en los recorridos procesionales que facilitasen su organización y desarrollo. Es justificable si vemos la coincidencia de las obras con algunos de los itinerarios que hemos trasladado al plano del Padre Tosca de 1704». En 1547, según Desirée Juliana Colomer, comenzó a fijarse la no construcción de ciertos elementos «sobre todo en 1599 tras las nupcias de Felipe III y Margarita de Austria en València.Esta ratificación de la normativa pasaba por fuertes multas y acciones a quien osaban contravenirlas».

Según las investigaciones, la mayoría de las reformas afectaban a recorridos internos y puntos exteriores muy frecuentados como los accesos a la ciudad por los que llegaban los monarcas o las áreas cercanas al palacio real. «La ciudad se centró en transformar las calles de mayor afluencia como la de Serranos, Quart, Caballeros, San Vicente, Bolsería o plaza del Mercado. En el siglo XVI fueron muchas las visitas reales: Fernando el Católico, Carlos I, Felipe II y Felipe III fueron quienes provocaron una incidencia mayor sobre el entramado urbano por sus llegadas a València». De hecho, 1599 fue un año especialmente «importante» por las dobles nupcias de Felipe III y el archiduque Carlos, que se casó con Isabel Clara Eugenia. «La construcción del portal de real se alzó como una de las obras de mayor envergadura del periodo, junto a los trabajos en el puente del Real», explica.

Además, las puertas de entrada eran puntos de especial atención para ornamentos y decoración y se modificaron casetas antes utilizadas para la guardia o para el portalero. También puntos más alejados de intramuros fueron objeto de cambios. Por ejemplo, dice la investigadora, «el muelle creado en el Grao por Damià Forment con motivo de la llegada de Fernando el Católico y Germana de Foix».

El poder de la Iglesia

Colomer señala que «la entrada del siglo XVII supuso más intervenciones pero ahora se le debieron a la proliferación de edificaciones religiosas, que acaparaban grandes parcelas con holgados claustros, huertos y jardines. La Iglesia capitaneó esta etapa. La fiesta se convirtió en un vehículo de transmisión fundamental de la fe. Había procesiones con motivo de beatificaciones, canonizaciones, entradas de reliquias, por natalicios o La Inmaculada Concepción. Espacios extramuros como el convento del Remedio, el del Socorro o el de San Sebastián, que no habían sido atendidos en siglos anteriores, eran tratados con especial cuidado. La fuerza de la Iglesia obligaba a la ciudad a prestar su ayuda a la mejora de templos que, junto a los palacios, eran eje principal de València».

De hecho, sostiene, «no se daban permisos de obras si obstaculizaban el desarrollo de festejos. La fiesta formaba parte esencial del colectivo social, político y económico; la muralla se abría siempre que fuera necesario para estos eventos. Un ejemplo de ello fue el portillo creado junto al portal de San Vicente para permitir la salida del cortejo procesional en 1638 con motivo del IV centenario de la conquista de València».

La investigadora defiende que algunas fiestas se transformaron «por no tener cabida en el entramado de València». Ejemplos eran las entradas triunfales. «No se podía crear aquella via triumphalis al mismo nivel que otras ciudades como Roma. La falta de una plaza mayor a semejanza de las castellanas hizo que la ciudad pusiera su énfasis en lugares que adaptaran los saraos, las justas, las corridas de toros, los ajusticiamientos, los autos de fe o actos militares para que alcanzaran la misma pompa. Lo consiguieron mediante ornamentación y disposición de arquitectura efímera. El Pla del Real y la plaza del Mercado fueron algunos de estos espacios», explica.

Y todos estos festejos tenían también sus requerimientos: carpinteros, pintores, cereros, candeleros, areneros, libreros, terciopeleros, polvoristas o músicos era muy solicitados. En definitiva, según la investigación histórica, «el mundo de la fiesta formó parte del colectivo valenciano y ha sido una cuestión tan arraigada, que aun con el paso de los siglos permanece inamovible en determinadas capas sociales», apunta.

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