El ganadero Borja Domecq Solís ha fallecido a los 74 años en un hospital de Badajoz a causa de una neumonía provocada por el coronavirus. Hablar con Borja eran palabras mayores, porque poseía esa seriedad que trasladan sus toros en el comportamiento y la morfología, esa cercanía de una persona criada en el campo bravo y esa sensibilidad de quien no espera nada a cambio. Solo su presencia conmovía sin necesidad de palabra. Era un Jandilla auténtico, un ganadero de los de antaño y un taurino sin ese laberinto de intereses que tejen ahora la fiesta taurina.

El toro de sus sueños

El toro de sus sueños, aquel al que dedicó gran parte de su vida, lo definía como fino, sin excesivo tamaño pero sin perder la seriedad: un animal bajo de alzada y armónico. De hecho, un ejemplar así, como él mismo definió y cinceló durante tres décadas, lo lidió en València en las Fallas del 2019. «Horroroso» era su nombre y embistió con las virtudes de la codicia, recorrido, profundidad, ritmo y una tremenda clase, siguiendo las telas de Sebastián Castella más allá del final que le marcaba y que fueron premiadas con una merecidísima vuelta al ruedo.

Su hijo aseguró a Levante-EMV tras la lidia de «Horroroso» que era «muy difícil embestir con esa bravura, con esa intensidad en la embestida, la cara humillada y el ritmo en la muleta; ese toro supuso un premio a los años de lucha de mi padre». Por su parte, su padre dijo en octubre del año pasado, cuando visitó València para recoger el premio al toro más bravo del ciclo josefino, que «València me ha dado muchas satisfacciones» .

Otro suceso reciente que también será recordado fue el comportamiento de «Hebreo», un toro de bandera lidiado en Las Ventas por Castella en el san Isidro de 2017 que tuvo el honor de la clase y el poder de la bravura. El 14 de septiembre de 1992, Borja Domecq también fue protagonista de una tarde para la historia junto a Enrique Ponce. Ese día, la bravura de «Bienvenido» se ganó el derecho a la vida en el que fue el primer indulto del nuevo Reglamento Taurino.

Finalmente, Borja Domecq mamó la crianza del toro bravo desde la cuna porque era nieto de Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, hijo de Juan Pedro Domecq y Díez y hermano de Juan Pedro y Fernando Domecq Solís. De esta estirpe ganadera nacieron los llamados juampedros en un encaste propio creado a través de ejemplares de Mora-Figueroa (puro Parladé Ibarra); Veragua-Conde de la Corte y Conde de la Corte. Sus hermanos, Fernando y Juan Pedro, se hicieron cargo de la vacada paterna a principios de los años 80, anunciándola como Jandilla por una parte y Juan Pedro Domecq por otra. Por su parte, Fernando, que también murió en mayo del año pasado, creó su propia ganadería en 1988 bajo el nombre de Zalduendo y cedió su parte a Borja.

Tras 30 años al frente del hierro de la estrella de seis puntas, Borja Domecq traspasó la propiedad de la ganadería a su hijo Borja Domecq Noguera el 31 de octubre de 2016 después de comenzar su andadura ganadera con el segundo hierro de la casa: Vegahermosa, creado en 2002 con la misma procedencia genética de los jandillas. De hecho, nada más le dio la alternativa, él mismo dio un paso atrás y cedió todo el protagonismo a su hijo hasta tal punto de no ofrecer una declaración antes que él. Ha desaparecido una referencia muy importante del campo bravo pero su legado está en buenas manos. Los jandillas seguirán embistiendo en honor a él.

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