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Un confinamiento que nos aproxima a la ciencia ficción

Novelas distópicas como «La máquina se para» o «Una vida muy privada» nos muestran un mundo en el que el aislamiento es la única forma de supervivencia

Francisco Martorell, autor de «Pensar de otro modo». eduardo ripoll

«La gente no se tocaba nunca. Esa costumbre había quedado obsoleta». Esta frase que usted podría haber leído esta semana en un periódico como este, la escribió en 1909 el británico E. M. Forster en La máquina se para, uno de los clásicos pioneros de la ciencia ficción en general, y del género distópico en particular. La novela del también autor de Pasaje a la India y de Howard's End relata la historia de una madre y un hijo „Vashti y Kuno„ que integran una civilización subterránea en la que la gente reside en cápsulas individuales, descritas como «celdas de abejas», que cubren cada necesidad.

«Es el gran clásico de las distopías del confinamiento, imitado décadas después por Una vida muy privada, de Michael Frayn (1972)», recuerda Francisco Martorell Campos, doctor en Filosofía y autor de Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla (La Caja Books), estudio imprescindible del fenómeno utópico que defiende la necesidad de desafiar el sesgo fatalista y derrotista de las modas imperantes forjando imágenes de un futuro mejor.

La llegada en febrero de la covid-19 a España ha conformado un paisaje de calles sin apenas viandantes, de carreteras sin apenas vehículos y de familias confinadas en sus viviendas con la tecnología como principal sistema para relacionarse con los demás. Un escenario que, de no estar viviéndolo en primera persona, diríamos que es más propio de la ciencia ficción que de nuestra cotidianidad.

«Puestos a comparar nuestras trágicas circunstancias con productos de la ciencia ficción -interviene Martorell-, yo diría que se asemejan parcialmente (calles vacías, gente con mascarillas, asalto de los supermercados, partes televisivos del Gobierno, intervención del ejército) a las escenificadas en películas catastrofistas como Estallido (1995), Contagio (2011) y Virus (2012), títulos que tuvieron la vocación de describir de forma verosímil los efectos de una pandemia en el mundo contemporáneo».

Tal como explica el filósofo valenciano, estas obras deben diferenciarse de las pertenecientes a la tradición postapocalíptica, dedicada, en el asunto que nos ocupa, a describir el final (no solo la crisis) de la civilización a manos de un virus de laboratorio que nos extermina a casi todos o nos convierte en zombies.

«En este último supuesto, los supervivientes suelen encerrarse entre cuatro paredes para blindarse frente a la infección», ironiza Martorell. «Las narraciones postapocalípticas recrean la bancarrota de la sociedad y la restauración de la guerra de todos contra todos, sugiriendo que sin la existencia y protección del Estado recaeríamos en la barbarie, víctimas de nuestros instintos agresivos».

Aversión hacia el congénere

En cualquier caso, el género que ha examinado con mayor rigor la lógica del confinamiento no ha sido ni el catastrofista ni el post-apocalíptico, sino el distópico. El decorado dibujado por La máquina se para y Una vida muy privada puede recordar, hasta cierto punto, al que ocupamos estos días.

«En ambos casos -subraya Martorell-, tratamos con sociedades del porvenir cimentadas sobre la separación física y el enclaustramiento de los ciudadanos, individuos prestos a evitar el contacto directo, enjaulados dentro de viviendas automatizadas que, a modo de úteros, les proveen de los recursos requeridos para subsistir cómoda y holgadamente. La simple posibilidad de encontrarse con otro congénere les produce aversión, pavor y angustia, no menos que la idea de salir al exterior, ámbito demonizado por la propaganda oficial».

«La reclusión descrita en estas obras es una imposición gubernamental tan interiorizada por los súbditos que aunque fuera opcional nadie la quebrantaría», añade.

Pero las novelas de Forster y Payne no son las únicas distopías del confinamiento. El autor de Soñar de otro modo también cita Ciudad, puntal de la ciencia ficción rubricado por Clifford D. Simak que relata cómo el progreso tecnológico posibilita que la gente habite en residencias de las que no salen jamás. Y El sol desnudo, de Isaac Asimov, con los seres humanos del planeta Solaria inmersos en una aguda sociofobia que les lleva a confinarse. Sin olvidar El mundo tal cual será el año 3000, de Émile Souvestre, novela de mediados del siglo XIX que retrata un futuro ultra-capitalista consagrado a la meta de construir los artefactos tecnológicos apropiados para que nadie tenga que abandonar bajo ninguna circunstancia su vivienda. No menos interesante resulta Ora:cle , novela de Kevin O'Donnell Jr que vincula el enclaustramiento forzoso al objetivo de reducir las emisiones de dióxido de carbono.

Por último, Martorell destaca La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq (2005), centrada en una raza de clones post-humanos que viven confinados en habitáculos privados. «La desaparición, escribe Houellebecq, de la vida social era el camino?, la desaparición de todo contacto físico».

El poder de la tecnología

Respecto a la importancia de las tecnologías y las redes sociales en el «encierro» al que nos ha obligado el coronavirus, Martorell destaca que en las distopías citadas «las relaciones interpersonales existen, pero ejecutadas a través de telepantallas, dispositivos holográficos y mecanismos informáticos. Lo que vienen a decir es que las tecnologías de la comunicación aíslan a las personas, que las destierran a un búnker electrónico y autosuficiente donde el espacio público y la dimensión offline sucumben a manos del espacio digital y la dimensión online».

«Básicamente -añade el profesor- estas novelas acusan a la tecnología de reemplazar a la realidad por la virtualidad, a la colectividad por el yo, al humano de carne y hueso por el avatar y a la naturaleza por el artificio. La advertencia, bastante simplista y unilateral, que emiten sostiene que la tecnología se funde inevitablemente con el poder político para dominarnos, cosificarnos y alienarnos».

Pese a las similitudes formales, la reclusión que padecemos difiere en aspectos básicos de la experimentada por los sujetos distópicos. «Nosotros -precisa Martorell-, estamos encerrados provisionalmente, bajo el ciclo de la cuarentena, deseosos de salir de nuevo a la calle y retomar el cara a cara, mientras que los habitantes de las distopías del confinamiento viven con sumo gusto siempre enclaustrados, alejados corporalmente de los demás y sin desear cambiar su situación. Nuestros anhelos serían pesadillas para ellos, y viceversa».

«Muchos creen -concluye el pensador valenciano-, que el trágico trance presente ejemplifica, una vez más, cómo la realidad postmoderna imita a la ficción. Y en parte, es cierto. De ahí que se asemeje a esta o aquella película, o que un alto número de espectadores estén visionando cintas catastrofistas y post-apocalípticas sin parar, en busca de una suerte de catarsis terapéutica y compensadora, incluso de sentido e identificación. No obstante, las interacciones entre realidad y ficción no requieren de excepcionalidad alguna. Lo que denominamos 'realidad' se halla atravesada día a día de ficciones, y lo que denominamos 'ficción' de elementos originarios de la realidad».

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