No se consideraba ni poeta ni pintor. Ni siquiera músico. Era solo un «curioso» atraído por los diferentes tipos de lenguaje, que no entendía de eso que llaman «disciplina». Luis Eduardo Aute murió ayer a los 76 años de edad en Madrid. Tras varias estancias en hospitales, entre ellos uno cubano, Aute permanecía en su casa, cuidado por su familia y el viernes ingresó en un centro sanitario en el que finalmente falleció sobre las 11.30 horas de ayer.

Llevaba casi cuatro años aferrándose a la vida, desde aquel infarto que lo apartó de los escenarios en agosto de 2016, en plena escalada de conciertos, los de «La Gira Luna», con los que celebraba su 50 aniversario en la música. Después de aquello, pasó 48 días en coma. Un sin vivir para la legión de músicos y cantantes que lo seguían. Los valencianos tuvieron la suerte de verle actuar pocos meses antes en el Palau de la Música. Esa sería la última vez que Aute cantaría en la ciudad, a la que lo unían buenas amistades e incluso antepasados. La abuela del músico, Amparo, era de Sagunt.

Luis Eduardo Aute pasará a la historia por ser la voz de la España de la Transición y por ser el gran poeta de la canción protesta en el país. Lo comparaban constantemente con Leonard Cohen y Bob Dylan, y sus letras unían protesta, existencialismo y desamor. Aunque nunca se conformó con la música. De hecho, primero fue pintor -su primera muestra fue a los 17 años-, después, músico y poeta -con casi una veintena de poemarios publicados- e incluso llegó a ser director de cine, con películas como Un perro llamado Dolor (2001) o Delirios de amor (1986). También compuso bandas sonoras para Jaime Chávarri, Luis García Berlanga o Fernando Fernán Gómez.

Era el autor de canciones como «Al alba», «Rosas en el mar» o «Una de dos», que forman parte del patrimonio de la canción de autor española, en la que destacó junto a figuras como Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina o Paco Ibáñez.

Con motivo de su 75 cumpleaños, colegas como Sabina, Serrat, Ana Belén, Silvio Rodríguez, José Mercé, Jorge Drexler o Miguel Poveda organizaron un concierto que se celebró en diciembre de 2018 en el Wizink Center de Madrid bajo el lema «ánimo, animal». Ellos eran el «club de los autianos», cuyo lamento resonó ayer en las redes sociales, las que han dado cobijo a las demandas de una España confinada. Una de las primeras personas en reaccionar al fallecimiento del cantante fue Pedro Guerra: «Nosotros solo pasábamos por aquí, pero tu te quedarás para siempre». Alejandro Sanz utilizó una frase de una canción de Aute para dar su despedida al «maestro»: «Quien no tenga sueños que se disponga a tener dueños». «Su lucidez brillaba y señalaba el camino. Tuve la suerte de estar a su lado unas cuantas veces. Doy gracias a la vida por esa oportunidad. Yo trataba de aprender de él. De su honestidad, de su compromiso e independencia», escribió Ismael Serrano.

Ana Belén, Pepa Flores, Massiel, Rosa León o Joan Manuel Serrat cantaron sus canciones. Y actuó junto a otras decenas de artistas, también latinoamericanos. Especial fue su relación con Cuba y con Silvio Rodríguez desde que a finales de los años 70 una tuberculosis le obligó a pasar en la isla cinco meses.

Los álbumes en directo Entre amigos (1983) y Mano a mano (1993) dan cuenta de la química que les llevó a encontrarse en numerosas ocasiones, incluida aquella en la que en mayo de 2016 interpretaron juntos «Al alba» en un concierto solidario en Madrid pocos meses antes del infarto que obligó a Aute a retirarse.

Nacido en Manila, su familia se trasladó a Madrid cuando él tenía 11 años, y en la capital de España, donde estudió algunos cursos de Arquitectura, vivió siempre. Casado desde 1968 con Marichu Rosado, con la que tenía tres hijos, se inició musicalmente como guitarrista de los grupos Los Tigres, Los Pekeniques y Los Sonor, hasta que, con 17 años, debutó como cantautor en el programa de TVE «Salto a la fama».

Su primer álbum se tituló Diálogos de Rodrigo y Jimena e incluyó canciones como «Rosas en el mar» y «Aleluya nº1». 24 canciones breves (1968), Rito (1973), Espuma (1974), Babel (1975), Forgesound (1976), Sarcófago (1977), Albanta (1978) y De par en par (1979) marcaron una década pero fue Albalanta, que incluía la célebre «Al alba», la que dio un giro total a su carrera. El tema, que cantó por primera vez Rosa León, había sido compuesto por Aute inspirado por los últimos fusilamientos franquistas.

En los 80 llegaron trabajos como Alma (1980), Fuga (1982), Entre amigos (1983), Cuerpo a cuerpo (1984), 20 canciones de amor y un poema desesperado (1986) o Segundos fuera (1989) y en los 90 Slowly (1992), Mano a mano (1993) y Animal Uno (1995). En 2003 empezó una nueva grabación de todas sus canciones, de la que se editaron tres volúmenes dobles bajo el título Autorretratos. Le siguieron Memorable cuerpo (2009), Intemperie (2010) y El niño que miraba el mar (2012). En 1983 recibió el Premio Nacional del Disco del Ministerio de Cultura por Entre amigos. En total, compuso más de 560 obras.

Antes que pintor que nada

A pesar de su éxito sobre los escenarios, Aute jamás dejó de pensar en la pintura. Su faceta pictórica, menos conocida, la desarrolló desde muy joven y expuso por primera vez en la Galería Alcón de Madrid en 1960. Autor de una voluminosa producción figurativa, sobre todo pictórica pero también escultórica, sus trabajos viajaron a ferias como la Bienal de París, la de Sao Paulo o ARCO. Sus obras, como él mismo reconoció en varias entrevistas, recibían influencia del expresionismo alemán, del fauvismo y del surrealismo. El paisaje que más le interesaba era el «ser humano», el «más desconocido».

Entre 2004 y 2010 realizó una muestra retrospectiva itinerante que bajo el título «Transfiguraciones», que expuso en la Fundación Chirivella Soriano de València, situada en el Palau de Valeriola. Reunía las obsesiones transfiguradas en torno a la religiosidad y el erotismo.

Aute llevaba mal las etiquetas, por eso no se decidía por un cargo. Para él, etiquetarse era una manera de construir una «frontera». Tampoco le gustaba eso de señalarse como uno de los integrantes de la canción protesta. Sin embargo, nunca tuvo problemas en decir lo que pensaba. Era fruto de su carácter escéptico. En una entrevista a Levante-EMV, con motivo de su concierto en 2016, dijo: «Siempre hay que hacer la revolución. Si perdemos esa zanahoria, somos una pandilla de zombis. Siempre hay que intentar cambiar las cosas y tener en consideración al otro. En este tiempo tan contradictorio, con robots que traen piedras de Saturno mientras los refugiados huyen para poder vivir, en este mundo tremendamente injusto y cada vez más desigual, uno no puede dejar de pensar que hay que hacer la revolución».

Su relación con València venía de largo. Y no solo por su abuela. Aquí dio uno de sus primeros conciertos, descubrió la luz que plasmó su admirado Sorolla y participó en algunos actos reivindicativos, como el que acogió Benetússer en homenaje a la Segunda República, con la presencia de Aute, Raimon, Labordeta, Julio Bustamante o Lluís Miquel, gran amigo suyo.

Los últimos conciertos que ofreció en València fueron en La Rambleta y en el Palau, donde también recitó en varias ocasiones. Llegó a firmar el «Libro de oro» del auditorio valenciano, en el que dejó plasmada con bolígrafo la silueta de dos amantes.

Al cierre de esta edición, la familia del artista todavía no había informado sobre cuándo y cómo podrá ser su sepelio debido a las restricciones en toda España para la instalación de capillas ardientes a causa del estado de alarma. Aute se irá sin armar alboroto, como le gustaba. Sin embargo, gracias al espíritu escéptico y esperanzador del quien siempre espera el mañana, sus canciones seguirán sonando, siempre Al alba.