El maestro Paco Camino tomó la alternativa con tan solo 19 años en la plaza de toros de València el 17 de abril de 1960 de manos de Jaime Ostos y Juan García, «Mondeño», de testigo. Ese día, en el que se celebraba una fecha tan poco taurina en la capital valenciana como el Domingo de Resurrección, Camino cortó una oreja de cada uno de sus toros -con petición del doble trofeo en el segundo de su lote- y salió a hombros de la plaza junto a Jaime Ostos, quien cortó dos orejas al cuarto de la tarde y Mondeño solo paseó un apéndice. El toro de la ceremonia se llamó «Mandarín», número 103, y perteneció a la ganadería de Carlos Urquijo. «Es la primera alternativa que se dio en València en un Domingo de Resurrección», aclara Camino desde su finca «Los Camino», a 200 kilómetros de Madrid, en el valle del Tiétar, a los pies de las cumbres de Gredos.

A sus casi 80 años, el maestro sevillano conserva su singular sensibilidad de espíritu porque la inteligencia es un privilegio humano que no admite falsificaciones en él. Durante el confinamiento «no me aburro» a pesar de no ver la televisión «porque, desafortunadamente, las noticias solo cuentan desgracias». Por las mañanas se dedica a «pasear por la finca antes de desayunar y, luego, voy a revisar las vacas de Santa Coloma que crío». Por la tarde, «leo La catedral del mar de Ildefonso Falcones porque de toros ya sé bastante y también llamo a algún amigo de profesión como El Viti o Julio Aparicio».

Camino, que vivió en la época del repiqueteo de las máquinas de escribir, los discos de vinilo, las películas en blanco y negro o los Rolls Royce, impone la realidad desde el instante en que arranca la conversación, sin caprichos interiores, como muestra de su integridad: «El coronavirus en un desastre que mata a personas y dinamita a muchos sectores, en especial al mundo taurino. Nunca había vivido esta situación de inactividad pero creo que es el mejor momento para que los empresarios, ganaderos y toreros se unan y caminen en el mismo sentido para salvar este espectáculo», asevera.

La historia de Paco Camino, definido como «El Mozart del toreo» en la biografía que le dedicó Carlos Abella, es la anatomía exacta de un torero y, sus palabras, muestran la personalidad de un hombre valeroso y elegante en la forma de afrontar ciertas desigualdades de la fiesta actual respecto a su época: «Creo que al toreo, en la actualidad, le falta emoción; al toro le falta poder y ser más temible, la prueba de ello es que antes habían más volteretas y más cornadas», puntualiza el que fuera hijo de un novillero que llegó a compartir cartel con Manolete y luego se convirtió en banderillero.

Sobre su alternativa, el maestro sevillano, al que el crítico taurino Gonzalo Carvajal pronto le apodó «El Niño Sabio de Camas» debido a la precocidad de sus inicios, recuerda que «elegí València para mi doctorado porque ya había triunfado de novillero y porque me sentía muy cómodo en esa plaza».

En ese sentido, Camino debutó como novillero en el «Cap i casal» un 12 de octubre de 1959 con Paco Pastor y Miguelito frente a una novillada del Duque de Pinohermoso, en la que ya salió por la puerta grande junto a Pastor. En las Fallas de 1960 también triunfó y el idilio con València despegó definitivamente.

«Más de 115.000 pesetas»

La intrahistoria de su ceremonia de alternativa, según Camino, llegó cuando él mismo le pidió a Pablo Martínez Elizondo -impulsor de Los Chopera- una fecha en la capital valenciana para iniciar su andadura como torero. Es en ese momento cuando Pablo Chopera, a finales de 1959, lo citó en San Sebastián cuando iba camino de una novillada en Rochefort y le ofreció una exclusiva de 40 corridas de toros, entre las que se incluía la alternativa, a 115.000 pesetas cada una: «Pablo Chopera fue un grandísimo apoderado porque me cuidaba muchísimo, siempre me pagó más de lo acordado; más de 115.000 pesetas por festejo».

Pero el golpe de autoridad de Paco Camino en València llegó el 28 de julio de ese año de la alternativa, donde triunfó mano a mano junto a Antonio Ordóñez, uno de sus máximos referentes. En el cartel inicial estaba Diego Puerta, pero una cornada en Tudela lo apartó del compromiso. Ese día se cortaron nueves orejas y dos rabos y, al finalizar el festejo, dieron la vuelta al ruedo junto al ganadero Ángel Peralta, que solo lidió dos toros y su corrida fue remendada con astados de Barcial: «Recuerdo que era muy joven pero estuve a la altura de un torero como Ordóñez, uno a los que más he admirado por su clasicismo y su elegancia».

Paco Camino tampoco olvida la faena al toro de Joaquín Buendía, premiado con la vuelta al ruedo, en las Fallas de 1972. También recuerda que València fue la plaza elegida en 1974 para reaparecer tras los seis meses de retiro a causa del impacto producido por la muerte de su hermano Joaquín en la Monumental de Barcelona tras banderillear a «Curioso», de Atanasio Fernández. Otra tarde que rememora «El Niño Sabio de Camas» es la de los toros de Torrestrella el 15 de marzo de 1968 «donde hubo mucha emoción» después de cortar tres orejas y un rabo. Recorte, el crítico taurino de Levante en aquel tiempo, escribió en la crónica de esa corrida que «fue declarado máximo triunfador de las Fallas tras mostrarse como si fuera un novillero rabioso por conquistar fama y dinero».

Precisamente, frente a los toros que crió Álvaro Domecq se doctoró el diestro valenciano Vicente Ruiz, «El Soro», con Paco Camino como padrino de la ceremonia: «Camino es el Santo Grial del toreo porque fue un portento, reunió todas las condiciones necesarias para ser figura del toreo y en los años 60 toreaba igual o mejor que hoy en día porque tenía una facilidad enorme para hacer todo tipo de suertes y una naturalidad que marcaba la diferencia», relata con admiración El Soro. El maestro valenciano también se encontraba en el cartel de la despedida definitiva de Camino. Fue en Valladolid el 23 de septiembre de 1983, junto a «El Niño de la Capea»: «Ha sido un torero mágico», finalizó el histórico espada de Foios.

Más allá de sus actuaciones, la belleza de València atrapó a Paco Camino desde el mismo día de su debut, cuando salió desde el hotel Metropol y paseó por el centro de la ciudad: «València es maravillosa, era mi segunda casa». Tanto es así que se compró una finca de naranjos entre Alginet y Guadassuar, «en la que disfrutaba de deliciosas paellas», y un piso «con unas vistas preciosas» en la calle Jorge Juan, delante del Mercado de Colón.

El tiempo, con el paso de los años, retira a los toreros pero no engulle las emociones que han despertado en los cimientos de una plaza de toros porque su tauromaquia sigue profundamente viva en la memoria y en los ojos de los aficionados.