José Gómez Ortega, «Joselito» mató seis toros en solitario en veintidós ocasiones a lo largo de su carrera. Una marca nada desdeñable si tenemos en cuenta que el sevillano murió en Talavera el 16 de mayo de 1920 -el próximo sábado se cumplirá un siglo de la efeméride-, con tan solo 25 años.

El menor de los «Gallo» hizo célebres estas gestas en los inicios de su carrera como estrategia para asaltar la cima del toreo y como broche de oro al cierre de sus temporadas, en las que demostraba su conocimiento enciclopédico de la lidia con el capote, las banderillas y la muleta. Las corridas como único espada eran para él la demostración palpable de su poderío y una forma apabullante de evidenciar un concepto artístico innato. Fue el caso de València, en la que actuó como único espada en tres ocasiones consecutivas. La cuarta, programada en 1918 ante toros de Palha, fue suspendida por una epidemia de gripe.

La primera encerrona valenciana tuvo lugar el 26 de octubre de 1913 como colofón a su temporada de ascenso al trono del toreo, en la que cumplió 80 de los 87 contratos firmados. La expectación era enorme y la afición del Cap i casal, uno de los principales feudos gallistas, se volcó con la iniciativa. Joselito, consciente de la trascendencia de la cita, decidió días antes de la celebración de la corrida solicitar permiso a la autoridad competente para poder matar el sobrero y realzar, así, más si cabe, la gesta. Las crónicas del día relatan el ambiente de euforia en que transcurrió en la corrida: «Seis toros de Guadalest para Joselito Gallito; pero no fueron seis, sino siete, pues el niño de acuerdo con la Empresa, mató el sobrero que había encerrado. Al aparecer Gallito en el ruedo, estalló una salva de aplausos. [...] Siete toros, diez pares de banderillas, siete estocadas y cuatro pinchazos, cinco orejas en siete cuartos de hora y una continua ovación toda la corrida. Una de las mejores faenas de muleta fue la que hizo en el tercer toro, que se lo brindó a D. Joaquín Menchero. Con pases naturales, de pecho, ayudados y de molinete, para una entera; se arrodilló y estuvo rascándole la cara al toro un buen rato, llenándose el ruedo de sombreros y prendas de vestir [...] Un defecto le vi: que se enfrontila mucho y lleva el brazo alto. El triunfo de Gallito III fue grande, inmenso, siendo aclamado hasta bien entrada la noche a la puerta del Hotel Reina Victoria, donde se hospedó».

Pese al éxito cosechado por el diestro sevillano varios cronistas taurinos le afearon el hecho de que el ganado elegido para la ocasión dejara bastante que desear. Así, Félix Bleu escribe: «Volvió usted tarumba a la afición valenciana, matando, no ya seis, sino siete toros de Guadalest, entre clamores de frenético entusiasmo, y fue usted felicitado y bendecido por cada uno de los clubes gallistas existentes en las ciudades, villas, pueblos, caseríos y parroquias de la península ibérica. Pero por el reverso pintan bastos, y se asegura (y yo me inclino a creerlo por aquello de ‘piensa mal y acertarás’) que los toros del prócer andaluz no fueron precisamente toros, sino gatos, auténticos mininos, que en lugar de mugir, maullaban, y en vez de cornear sacaban las uñas. Por algo ha tenido usted el honor de verse juncalmente reproducido en las Fallas de este año; los artistas valencianos, testigos de sus heroicidades con los siete oriundos de Cámara (aquellos cámaras que tanto apetecía el Guerra), han descorrido el velo y ha aparecido la realidad en forma de caracoles».

La tarde de los Contreras

En su segunda comparecencia en solitario en el coso de Monleón, Joselito vistió un terno celeste con alamares negros que había estrenado en la corrida de Miura que toreó junto con Gaona y Belmonte en Sevilla, y que no volvió a enfundarse hasta esa tarde del 18 de octubre de 1914 en València para enfrentarse a seis toros de Juan Contreras, procedencia Murube. La primera temporada completa del menor de los Gallo había comenzado con el triunfo de Belmonte en la mencionada miurada hispalense, en la que los dos máximos exponentes de la Edad de Oro del toreo se vieron las caras por primera vez en su tierra. Esa misma campana, se consagró en Madrid en la corrida de Vicente Martínez que estoqueó como único espada y en la que demostró su inagotable repertorio y el conocimiento exacto de los terrenos y la condición de las reses.

El diestro de Gelves encarnaba en los ruedos la aspiración de predecesores de la talla de «Lagartijo» o «El Guerra»: a la criatura gobernada por sus instintos se le entregaba la máxima racionalidad. Especialmente significativa fue su actuación ante el sexto de la tarde, que lidió mano a mano con su hombre de confianza, el valenciano «Blanquet». Tras parear dos veces, ofreció los palos al subalterno y cogió el capote de brega para colocarle el toro: «¿Dónde quieres que te lo ponga, ‘Blanquet’?» preguntó el maestro a su peón. «Donde tú lo coloques estará bien, José», contestó éste.

Sin embargo, la segunda encerrona valenciana no fue tan exitosa como la primera, ni tampoco estuvo a la altura alcanzada en la celebrada en la madrileña plaza de la carretera de Aragón. La mala condición del ganado y la escasa inspiración del espada hispalense propiciaron un espectáculo variopinto. Joselito destacó ante el tercero, al que banderilleó de manera soberbia y muleteó sobrado de facultades, por lo que fue premiado con la oreja de su oponente. La faena al quinto -de nombre «Algabeño»- fue la más sobresaliente de la tarde, en la que consiguió ligar cuatro naturales y cortar la oreja y el rabo del toro.

Al finalizar la corrida, un grupo de aficionados le espetó: «Sí, con Guadalest y Contreras muy bien; pero con miuras, ¿qué?». El torero, herido en su orgullo, se encontró al llegar al hotel con don Luis Suay, empresario de la plaza de toros de València, y le dijo: «El año que viene haga usted el favor de traerme una corrida de don Eduardo». Juan Soto, amigo y administrador taurino de Joselito, le preguntó: «¡Oye, niño! ¿Y eso, por qué?». «Porque sí, porque tengo yo gusto de matar seis toros de Miura en València», le contestó resuelto el diestro.

Colofón a una temporada mítica

La encerrona valenciana fue la traca final a una de las mejores campañas del Gallo. Ese año toreó en solitario, por diversos motivos, hasta en... ¡ocho ocasiones! La primera, en Málaga, ante toros de Medina Garvey. La segunda, en Andújar, donde se enfrentó a un encierro de Murube y a la que asistieron como espectadores «Machaquito» y «El Guerra». Gregorio Corrochano sitúa en dicha corrida el famoso parlamento entre este último y Joselito. Tras brindarle el quinto al califa cordobés y realizar una gran faena cerca de la barrera que ocupaba el ilustre espada retirado, le dijo: «A ver si se matan así los toros». La espada entró por el hoyo de las agujas y el torero salió prendido por las astas del burel. Afortunadamente, el animal salió muerto de los vuelos de la muleta. Una vez en el hotel, Guerrita le espetó: «No vuelvas a hacer eso en tu vida en un pueblo». Joselito le contestó: «En este pueblo estaba usted y no había más remedio que hacer lo que hice». El Guerra sentenció: «Pues si no eres tú el que viene a Andújar a matar seis toros, cualquiera me saca a mí de Córdoba».

La lista cronológica de corridas en solitario estoqueadas por José antes de llegar a València continuó en Lisboa, San Sebastián, Almagro, Alcalá de Henares y Sevilla. La tarde del 17 de octubre de 1915 resultó más exitosa que la de 1914 ante los de contreras. El botín final fue de tres orejas y la demostración de la capacidad sin limites de un torero que apenas contaba con 20 años y que marcaba un listón inalcanzable para el resto de competidores de antaño y hogaño. Fue el broche de oro de una temporada en que toreó 102 corridas y estoqueó 241 toros.