La última sonrisa que me llegó de Juan Genovés, nombre fundamental en nuestra plástica, se la recomendé a un gran amigo y fotógrafo para exponerla en el Centro Cultural de La Nau. Pero sus últimas palabras sonrientes me las dio en nuestra València, no sé si hace un año o más bien escasos meses. Tampoco sé si el hecho de que València fuera el lugar de nuestro encuentro ahora, como el espacio de su vida y la mía, le vino a la memoria última. Pero lo gratificó de igual manera que en los días que vivimos en Madrid o en mis islas, con tan distintos paisajes y ajenas criaturas, se nos ofreciera el retrato de una España miserable a ratos.

Acaso porque fuera Madrid el escenario distinto del mundo que vivimos en común entre los criminales que escupían con gusto sus estatuas. O entre los cartelistas que manchaban sus fotos y que de tan diverso modo por los años que gozamos y sufrimos antes halláramos la huída de aquella podredumbre. Y tal vez para eso dispuso, entre otras cosas, la magnífica escultura de la plaza de Antón Martín en Madrid. Fue allí donde navegó Genovés en la cultura de tiempos democráticos. Y, más tarde, en su Círculo de Bellas Artes lo mismo halló a una escritora combativa, llamada Fanny Rubio, que a un escultor como Martín Chirino, o a muchos otros artistas y escritores nuestros.

Logró juntar entonces en los carteles más que a una sociedad dolida y desarmada también a un pueblo fustigado. No sé en qué purgatorio, si juntó a los más dolidos perdedores o a los fieles guerreros. Tener tuvo entre tantos igual a los vencedores asquerosos que a los vencidos rendidos. Almas de un purgatorio, donde el miedo imponía la ley de la pintura, la escultura escupida por la más noble infamia.

En todo caso, a Juan Genovés, hombre de mucho fundamento en los tiempos culturales de la Transición, no le bastó pintar más allá de donde pudo ver un mundo involucrado en la miseria, ni a muchos miserables entretenidos en la discordia, sino que se empeñó más bien humildemente en tratar de entender a los que sin mirada, buscaban la mirada de los otros.

Ahora, cuando lo queríamos traer a su València propia, aunque estaba delicado, dispuestos a disfrutar con el hermoso retrato que le hizo Ricardo Martín, para una magnífica exposición en el Centro Cultural de la Nau, va y se nos muere de pronto. Tenía 90 años y estaba dispuesto a abrir una exposición en Madrid dentro de nada.

Ojalá lo hubiéramos tenido aquí, en València. Frente a su mar, como él quería. Y más retratado que nunca, buen maestro.