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Crítica

Extrañamente triste

Extrañamente triste m. Á. Montesinos

Orquestra Comunitat Valenciana

Programa: Obras de Barber, Mozart, Dvo?ák y Chaikovski.

Lugar: Palau de les Arts (Sala Principal).

Entra­da: Alre­de­dor de 175 perso­nas.

Fe­cha: 13 junio 2020

Palau de les Arts. Viernes, 12 de junio de 2020.19:45 hs. Control de temperatura de cada espectador. Arcos de seguridad. Teléfonos, llaves y etcéteras fuera de los bolsillos. Desinfección de manos y calzado. Ausencia de programas de manos. Auxiliares de sala que más parecían lazarillos guiando y acomodando a cada espectador en su butaca marcada. Mascarillas en la orquesta y en el público. Minuto de silencio. Todo era anormal. Extrañamente triste y desubicado. Y con cierto tufillo nostálgico, de querer lo que ya no es. Nada del protocolo lúdico, alegre y social que siempre supone el acontecimiento de compartir un concierto, cualquier acto cultural. En el aire acaso contaminado, en la atmósfera desde luego enrarecida, reinaba la impresión añorante de que se vivía el inicio de una etapa -quizá era- en la que lo que fue ha dejado de ser. Después de tres meses de ayuno de conciertos, ni un beso ni un abrazo. Ni siquiera un apretón de manos para celebrar el reencuentro entre los posibles apestados. Usted, cualquiera o yo. Cruce de miradas y la tontería del codazo. Triste. ¿Un mundo feliz?

Exactamente a los tres meses de que sonaran las últimas notas de la risueña ópera Il viaggio a Reims de Rossini, el Palau de les Arts por fin ha abierto el viernes las puertas de su Sala Principal -el Auditori, con sus imposibles ascensores calatravescos, inservible en estos tiempos de distancia- para albergar un concierto casi camerístico en todos los sentidos, con la platea casi vacía, poblada por apenas doscientos sanitarios que alejados entre sí parecían vivir un tiempo tan inesperado como la acción que musica Rossini en su última ópera en italiano. Era el particular agradecimiento del Palau de les Arts a la gesta por ellos protagonizada en los momentos más críticos de la pandemia. Por fortuna, su arte con el mundo de la medicina nada tiene que ver con su condición melómana: aplausos a destiempo y reincidentes, conversaciones forzadas en su volumen por las dichosas mascarillas y la distancia, o miradas aburridas a las luminosas pantallitas de los móviles fueron lunares de un concierto que artísticamente tampoco rondó precisamente la excelencia.

Apenas 24 instrumentistas de cuerda de la Orquestra de la Comunitat Valenciana sin director para un programa poco imaginativo, exento de música valenciana y española, abierto nada menos que con el sacarinoso regusto melódico del Adagio para cuerdas de Barber, precisamente la misma manida composición que Díaz Ayuso hace retumbar cada día a las 12 horas en la Puerta del Sol como demagógico homenaje a las víctimas del puto coronavirus. Fue una versión distante de la perfección y exenta de aliento emotivo. Más preocupada en salir airosa que de ahondar en la emoción a flor de fiel de sus melodiosos compases.

Tampoco el archiconocido Divertimento en Re mayor K 136 de Mozart alcanzó la gloria en una visión rancia, imprecisa y sin la calidad instrumental que es marca de la casa. Fue una lectura más decimonónica que del siglo XXI o XVIII, articulada a la vieja usanza y como si todas las corrientes y reivindicaciones historicistas de finales del siglo XX no hubieran existido. Tras un Dvo?ák sin efusión ni gloria (Nocturno para cuerdas en Si mayor), lo mejor llegó al final del concierto, en la Serenata de Chaikovski, donde resultó esencial el cometido del concertino, Giorgi Dimchevski, quien cuidó con esmero el cantable latido expresivo del elegiaco Larghetto y el flexible sentido lírico del conocido Vals, que a falta de otra cosa, bien podría haber sido repetido como regalo al final del muy aplaudido programa. Ojalá que la nueva "anormalidad" poco tenga que ver con la desangelada jornada musical vivida en esta aséptica tarde de recuentros a codazos.

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