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Entrevista

Rafa Cervera: "Yo no quería ser periodista, solo quería conocer a Lou Reed"

«València ha sido una ciudad moderna a su manera, en la medida que el Mediterráneo ha intervenido en su modernidad. Pero no es la modernidad que yo venero»

Rafa Cervera: "Yo no quería ser periodista, solo quería conocer a Lou Reed"

Rafa Cervera (València, 1963) ya es algo más que un (gran) periodista musical. En Porque ya no queda tiempo (Jekyll & Jill), su segunda novela (la primera, Lejos de todo, ganó el Premio de la Crítica Literaria Valenciana de 2018), Lou Reed, Patti Smith o Glamour conviven con los recuerdos familiares del autor y con TS Elliot, Rimbaud, Borges, Gil de Biedma, Cheever o Fernández Mallo. Cervera juega con su vida real y nos la cuenta a través de discos, libros, fotos, entrevistas, barras y hoteles. «Estoy satisfecho con mi vida por todas las vivencias y las personas que hay detrás de mí», asegura.

Inicia el libro con un «epitafio» en el que dice que escribe «para ser recordado». ¿Tan importante es que no se olviden de uno?

El epitafio se me ocurre porque últimamente voy a muchos funerales y siempre pienso «qué putada que el muerto no pueda hablar». Hablan por ti, pero tú no, y eso me parece muy injusto. Por eso también el título de Porque ya no queda tiempo: tengo más tiempo por detrás que por delante, y quiero que determinadas cosas se cuenten.

Lou Reed, Carlos Berlanga, su amigo El Bello, su tío... Muchos personajes de la novela ya están muertos. ¿Celebra con ellos la vida o se arma ante la muerte?

Las dos cosas. La vida solo tiene sentido porque nos morimos, pero no queremos pensar eso. Solo lo hacemos cuando nos cae el rayo cerca, cuando se muere un ser querido o un artista al que veneras. Por eso me parece importante acordarse de los que no están, porque el olvido es lo peor que le puede pasar al que ya no está. García Márquez o David Bowie serán siempre recordados, pero alguien tiene que recordar también a las personas que han sido importantes solo a un nivel privado. Cuando te mueres se acabó todo, pero hay cosas que pueden seguir vivas, y la literatura y el arte ayudan a perpetuar eso.

Sus entrevistas a Lou Reed son el eje de la novela. ¿Cómo fue conocer al ídolo?

Fue muy emocionante, porque desde la primera vez que escuché su música soñaba con encontrarme con él. Ese sueño fue el motor de lo que acabó siendo mi trabajo: yo no quería ser periodista, solo quería conocer a Lou Reed. En total, he estado con él cinco veces y las cinco han sido como si fuesen la primera porque había una parte de mí que no se lo acababa de creer. Con Lou Reed se pasaba muy mal, pero siempre buscaba la fórmula para aprehender ese momento? Y es algo que al final no he conseguido pese a los vídeos, las fotos o las cintas de esas entrevistas. Se han quedado con una ensoñación.

En la última entrevista descubre a un Lou Reed distinto al ogro que él se esforzaba en parecer.

Fue un momento de doble privilegio. Conocer el lado humano del personaje y decirle lo importante que era para ti. En el fondo es lo que busco en cada entrevista que hago, ver lo que hay detrás del personaje. En el caso de Reed la persona salió durante unos segundos cuando le dije que todo lo que soy era gracias a él y vi en él una emoción que era real.

El escritor Delmore Schwartz le pedía a Lou Reed que no traicionase su talento haciendo rock. ¿Le han dicho a usted lo mismo por escribir sobre rock?

En el pasado, varias veces y a lo mejor escribir ficción me ha costado más de la cuenta. Esta novela tiene esa necesidad de ir más allá de mi trabajo de periodista, un oficio que me sigue apasionando pero que tiene unas exigencias que se acaban convirtiendo en limitaciones. En el periodismo se puede ser más o menos creativo, pero nunca acabas de explayarte porque la actualidad constriñe y la objetividad es muy cabrona. En cambio, la subjetividad te deja hacer lo que te dé la gana, incluso con la objetividad. Es lo que he hecho en esta novela, coger la realidad y hacer con ella lo que he querido.

¿Le sigue apasionando la música como al joven de la novela?

Toda la música que ha venido conmigo desde los 14 años hasta digamos hace diez años, sí. Escucho canciones de Patti Smith, Lou Reed, Nick Cave o Blondie y la respuesta emocional sigue siendo la misma. He encontrado artistas nuevos que me gustan mucho, como Moses Sumney, pero no tiene para mí el bagaje sentimental de un disco de REM o de Siouxie, porque estos van asociados a muchísimos momentos de mi vida, momentos ligados con la juventud y en los que la vida era otra cosa.

En un capítulo describe la experiencia casi sexual del Rafa preadolescente al escuchar «I feel love» de Donna Summer. ¿La música le ha hecho la competencia a sus relaciones personales?

No, nunca. La música es parte de mi personalidad, una escuela emocional que me ha llevado a ser quien soy, así que nunca podría haber sacrificado una relación personal por idealizar demasiado una música o a un artista. Aquello ocurrió tal cual, pero yo no sabía en aquel momento que ese sonido tenía un efecto sexual en mí. Y aún a los 57 años me pongo el «I feel love» para sublimar el deseo. Antes era «qué es esto» y ahora sé lo que es.

En la novela dice que València se le quedó pequeña. ¿Por qué?

Porque era pequeña en todos los sentidos. Yo tenía esas fantasías, esas fijaciones con Lou Reed o Andy Warhol, y me sentía un extraño porque no encontraba interlocutores validos para hablar de eso. Los encontré en Madrid cuando conocí a Pegamoides o Derribos Arias. Allí había artistas que hacían música, y en València había músicos (algunos mejores que los de Madrid) pero sólo hacían música. Para mí lo interesante de la música es que haya un concepto detrás. No me interesaban cuatro músicos que solo hacían música sino que fueran vestidos como los Ramones y aquí estaba el rock mediterráneo, que a mí me recordaba al pasado, a lo hippie...

¿Es ahora más benévolo con ese rock mediterráneo?

Por supuesto. Ahora soy consciente de lo importante que fue eso. Una vez te liberas de la ira adolescente, de esa rebeldía de «yo no quiero estar aquí, quiero estar en el Kansas City», empiezas a ver las cosas de otra manera, ver que lo de Bustamante o Remigi Palmero era tan bueno como lo que se podía hacer en Madrid o Barcelona.

¿Ha sido València alguna vez moderna?

A su manera, en la medida que el Mediterráneo interviene en su modernidad. Como Barcelona, que ha sido más moderna que València y que Madrid le pese a quien le pese. Yo he disfrutado de esa modernidad, pero no se parece a la que veneraba y sigo venerando.

«No nos planteamos qué pasará cuando la fiesta acabe». ¿Echa de menos ser joven?

No lo sé. Estoy contento con lo que soy, con la vida que tengo. Los años pesan y las oportunidades son menos, pero solo echo de menos no haber sido consciente de cómo pasa el tiempo y de que hay que aprovecharlo. Si alguna persona joven lee este libro me gustaría que lo leyera como una advertencia sobre esto.

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