La música y el cine han perdido a uno de los compositores más versátiles e influyentes de todos los tiempos. Ennio Morricone murió ayer en Roma tras haber creado la banda sonora de medio millar de películas y series. Su música aparece en trabajos de Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini, Sergio Leone, Gillo Pontecorvo, Terrence Malick, Roland Joffé, Brian De Palma, Barry Levinson, Mike Nichols, John Carpenter, Pedro Almodóvar, Giuseppe Tornatore o Quentin Tarantino. Y pese a haber cumplido de forma magistral su labor de acompañamiento de las imágenes en films históricos, melodías como las que suenan en Días de cielo, Érase una vez en América, La misión, Cinema Paradiso o las de la conocida como la «Trilogía del dólar» ya son por si solas parte de la cultura popular de las últimas décadas.

Morricone tenía 91 años y llevaba desde la pasada semana ingresado en un hospital tras haber sufrido una caída y fracturarse el fémur. « Yo, Ennio Morricone, he muerto. Lo anuncio así a todos los amigos que siempre me fueron cercanos y también a esos un poco lejanos que despido con gran afecto», ha dejado escrito el músico en una carta en la que tiene un recuerdo especial para su esposa María: «A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar. A ella es mi más doloroso adiós».

Afirmaba Morricone que creó su música pensando en las historias y que nunca cayó «en el equívoco del cine convertido en una sala de baile». Nacido en Roma en 1928 -ciudad en la que compuso todas sus obras-, se inició estudiando trompeta, el instrumento que tocaba su padre y el que dotó a sus composiciones de esos míticos vientos puestos al servicio de los mejores realizadores. Solo seis composiciones de su vastísima producción alcanzaron la nominación al Óscar y únicamente Los odiosos ocho (2016) la materializó, pero para entonces ya se había hecho más que acreedor de la condición de maestro en esa capacidad de llenar los oídos de imágenes y magia con trabajos como Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el Feo y el Malo, los tres «western» europeos de Leone que dieron a conocer mundialmente el genio de Morricone. En el tercero de estos films aparecía «The Ecstasy of Gold», uno de los grandes éxitos del compositor y que fue usada en conciertos por dos de las bandas de rock más populares: por los Ramones para cerrar sus actuaciones y por Metallica para abrirlas. No es su única contribución al pop: también fue arreglista al servicio de figuras como Joan Baez, Mina o Gino Paoli. También ha creado un gran acervo de música absoluta o para coro. Su última creación se titula Tante pietre a ricordare, con la que conmemora a las víctimas del derrumbe del puente de Génova.

Tras darse a conocer con sus composiciones para Leone, en El clan de los sicilianos (1969), Morricone demostró que era capaz de adaptar su música a cualquier género y realizó una de las composiciones más bellas para una película de robos, ligera e intensa.

Cuando creó la banda sonora de Novecento (1976), Bertolucci dijo que su compatriota había compuesto «uno de los himnos más bellos de la historia del cine» para esta historia del proletariado italiano. Días del cielo (1978), la película maldita de Terrence Malick ha visto reconocido su valor cinematográfico con el paso del tiempo pero su música fue considerada desde el principio como una de las mejores partituras de Morricone.

En Érase una vez en América (1984), el compositor creó estilos diferentes para marcar las diferentes épocas en las que se desarrolla la historia. Y no dudó en utilizar piezas ajenas, como la conocida «Amapola», para redondear una banda sonora que alcanzó cotas de belleza que se creyeron insuperables hasta que llegó La misión (1986) con una complejísima BSO que supo captar todos los matices de esta historia de religión, de sacrificio y de abuso de poder. Épica en muchos momentos y delicadísima en piezas como «El oboe de Gabriel», una nueva demostración de la adaptación del maestro a las necesidades de cada historia.

En Los intocables de Elliot Ness (1987), el dramatismo de la lucha contra la mafia por parte de agentes federales en el Chicago de la Ley Seca queda reflejado en una música más clásica de lo habitual en las composiciones del italiano. De Cinema Paradiso (1988) es difícil de olvidar la imagen del joven Salvatore bajo la lluvia esperando a que Elena abra la ventana. O la del niño aprendiendo el arte de la cinematografía de manos de Alfredo. Sin la música de Morricone esas escenas quizá no formarían parte de la historia del cine.

Uno de los médicos del centro en el que falleció Morricone aseguraba ayer que su deseo era morir con total discreción. «Fantaseaba con quién se aliaría en el Paraíso, si con Beethoven o con Mozart. Le gustaba mucho eso», recordó el doctor.