Crítica musical

La mejor orquesta

La mejor orquesta

Justo Romero

Comience esta crítica granadina por la mayor: escueza a quien escueza, la Orquestra de la Comunitat Valenciana, titular del Palau de les Arts, es el mejor conjunto sinfónico de España. Y no es que el crítico tenga vocación de espejito mágico, sino una realidad que nadie, por prudencia, ignorancia o conveniencia, se atreve a decir en público, pero que cualquier profesional solvente de la música sabe perfectamente. Este liderazgo evidente lo puso de nuevo de manifiesto el conjunto valenciano en su brillante actuación en el Festival de Granada, donde el viernes retornó tras el excepcional sabor de boca dejado en su lejana anterior actuación, cuando en el mismo Palacio de Carlos V que lo ha hecho ahora tocó una impactante Tercera sinfonía de Mahler el 24 de junio de 2011 bajo la dirección de Zubin Mehta y con la compañía paisana y fraternal del Cor de la Generalitat.

Han transcurrido nueve años. Ni Lorin Maazel ni Helga Schmidt -hacedores de la orquesta- están ya en este mundo. Y Zubin Mehta, y los Riccardo Chailly, Georges Prêtre, Valeri Guerguiev, Gianandrea Noseda y tantas otras grandes batutas que pasaron por su podio se sienten hoy como un espejismo, como un sueño lejano, a pesar del patente auge en la calidad de los directores invitados experimentado desde la llegada a la dirección artística de Jesús Iglesias. A pesar de tantos avatares, de tantos instrumentistas perdidos y de tantos gestores escandalosamente ineficaces, ahí sigue la OCV, tocando casi tan bien como entonces. Así ha sonado en esta segunda actuación granadina, con un monográfico Beethoven dirigido por un maestro de tanta categoría y solvencias como el alemán Thomas Hengelbroch (1958), uno de los nombres grandes de la actual dirección de orquesta y del movimiento historicista.

De su mano, la Orquesta de la Comunidad Valenciana desembarcó el viernes en el Festival de Granada para marcar la diferencia, la pequeña pero abismal distancia que media entre una gran orquesta y el resto. Tras los dos disímiles conciertos de la Orquesta Nacional y las sucesivas actuaciones de la Orquesta Ciudad de Granada, el conjunto valenciano se reveló de forma inapelable como lo que era y lo que es: la mejor orquesta de España. De foso, sinfónico y de lo que sea. Sin rodeos ni remilgos: la formación fundada por Lorin Maazel en 2006 pertenece a otro mundo, al de las buenas orquestas internacionales de verdad. No hay color ni margen para la comparación o duda con las restantes orquestas españolas.

El programa aglutinaba la obertura de Fidelio y las sinfonías Sexta y Octava. Versiones vibrantes y líricas, minuciosamente elaboradas por Hengelbroch e impecablemente interpretadas por una orquesta en la que, como en Fuenteovejuna, todos iban a una: un solo sentir, un solo palpitar y fraseo: el marcado por el sabio maestro que tenían sobre el podio. Beethoven de alto rango, pleno de sentido sinfónico, que asume con naturalidad las corrientes historicistas sin por ello descuidar las altas exigencias que posibilitan los sofisticados instrumentos contemporáneos.

Hengelbrock, maestro de maestros curtido cerca de Harnoncourt y fundador en 1985 de la Orquesta Barroca de Friburgo y luego, en 1991, del Coro Balthasar Neumann, y finalmente, en 1995, del Ensemble Balthasar Neumann, supo sacar partido de las muchas posibilidades que brinda una orquesta como la valenciana, para cuajar una visión vigorosa, de rotundos contrastes e indagadora de signos novedosos, como ciertas florituras y pequeñas cadencias realizadas a la manera que se acostumbraba en la época del propio compositor.

Fueron detalles y matices que asomaron particularmente en una Sinfonía Pastoral plena de evocaciones y registros líricos; de alientos y bucólicos colores que apuntan al descriptivismo y talento orquestador de un admirador tan confeso de Beethoven como Berlioz. El colorido orquestal y la matizada diversidad instrumental, perfectamente calibrada y que se lució con el empaque de los solos de los primeros atriles de la orquesta, fueron sustento de una versión que tuvo, además, la virtud de adaptar y acomodar tempi y dinámicas a las nada fáciles condiciones acústicas del Carlos V. Quizá nunca antes la Pastoral (1808) y la Fantástica (1830) estuvieron tan próximas.

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Fue una exhibición de fiel y trabajado virtuosismo orquestal. También de saber plegarse a la realidad del entorno y del momento. Hengelbrock y la OCV triunfaron también en una luminosa y refulgente Octava sinfonía cargada de brío, impulso rítmico y atención alquimista al detalle. Antes, como preludio de la noche beethoveniana, la obertura Fidelio -formidable solo de trompeta, que borró de cuajo el mal sabor de boca dejado pocos días antes por la fallida llamada de la trompeta de la hermana Leonore II en el concierto de la Orquesta Nacional- fue carta de presentación de una orquesta cuya calidad y méritos exigen a gritos una gestión y unos medios mucho más eficaces, profesionalizados y cuantiosos. Así lo merece y requiere un conjunto que, además de la mejor orquesta de España, es el mejor embajador cultural de la Comunitat Valenciana.

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