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Entrevista

"El Mediterráneo es como una cala acogedora que reúne creencias distintas"

El IVAM inaugura el miércoles una exposición de Gülsün Karamustafa, una de las voces más singulares del arte actual

Gülsün Karamustafa. muhsin akgün

Nacida en Ankara en 1946, difícilmente se puede entender el trabajo de G. Karamustafa sin Estambul, una gran ciudad situada en el cruce de caminos entre Asia y Europa, entre el Este y el Oeste, entre un pasado que marca su estructura urbana y el carácter de sus gentes y la pulsión de una urbe del siglo XXI capital de una potencia que crece a pasos de gigante.

Participó en 1998 en la exposición colectiva «Mar de fondo», comisariada por Rosa Martínez en Sagunt, donde se centró en la representación del mundo travesti en València, un tema que ya había trabajado en Estambul.

Visité Valencia dos veces con motivo de la exposición: una para ver el espacio y decidir cuál sería mi contribución y la segunda para instalar la obra. El año anterior había trabajado en la injusta expulsión de transexuales y travestis que estaba teniendo lugar cerca de mi barrio, desahuciados para gentrificar la zona.

Su proyecto «Kültür».

Como artista no podía dejar de reaccionar ante aquello. En mi segundo día en València empecé a investigar. Basándome en historias escuchadas de varias fuentes, mi proyecto se fue convirtiendo en un gesto que abriría un espacio para la potente historia travesti y transexual de Estambul y de València. Por eso, decidí ofrecer mi espacio (había elegido los balcones del antiguo Teatro Romano) como una plataforma abierta a quienes quisieran hacer uso de ella.

En su trabajo muestra gran interés por las manifestaciones de la cultura popular de su país.

En los primeros años ochenta fui testigo del elevadísimo flujo migratorio del campo a la ciudad que hizo que Estambul alcanzara los quince millones de habitantes.

Los recién llegados expresaban sus lamentos con canciones cuya letra o música eran mucho más fuertes. Trajeron además otros colores y eso condujo, como en toda emigración o diáspora, a una explosión de lo kitsch. Del choque entre la ciudad y la cultura rural nació una cultura híbrida que acabó enriqueciéndose considerablemente y conquistando la ciudad.

¿Los problemas sociales son una fuente de inspiración?

Mi generación se alzó bajo el eslogan de «cambiar el mundo para convertirlo en un lugar mejor». A finales de los setenta Turquía vivió un periodo de agitación que desembocó en un golpe de estado. Durante los últimos años de formación como alumnos de Bellas Artes teníamos muy claras nuestras reivindicaciones, que fueron brutalmente abortadas por los sucesivos golpes. Los relatos implícitos en mi producción muestran de vez en cuando las huellas de aquellos momentos tan duros y pueden interpretarse como una autohistoria velada.

Podría haberse traslado a trabajar a Londres o a París, pero ha preferido quedarse a vivir y trabajar en Estambul.

En mis tiempos de estudiante París era el foco absoluto de los profesores-artistas y de los alumnos. Solo unos pocos gozaron de la oportunidad de viajar a París y asentarse allí, pero las historias que oímos después confirman que sus vidas se limitaban al confinamiento en el gueto de los artistas turcos. Obviamente, al principio soñaba con continuar mi vida de artista en uno de los centros del arte (París, Londres o Berlín) y a finales de los sesenta recorrí toda Europa con mi mochila. A mi regreso a Turquía me encontré con que el golpe militar de 1971 había cambiado el destino de mi país. Mi marido y yo fuimos detenidos (yo durante seis meses, mi marido dos años y medio) y nos quitaron nuestros pasaportes durante dieciséis años, un periodo en el que, sin autorización para salir, te sentías prisionero en tu propio país.

A finales de los ochenta recuperó el pasaporte.

La aparición de nuevas posibilidades de comunicación me convenció de que, como artista, era mucho mejor quedarme en Estambul. Y funcionó muy bien con los nuevos sistemas del arte contemporáneo. Pude mostrar mi obra en muchos lugares del mundo.

¿Qué similitudes encuentra entre València y Estambul?

La mezcla de culturas, la gente cálida, la comida, la bebida? El mar Mediterráneo es como una cala acogedora que reúne creencias tan distintas como la cultura católica, la ortodoxa, la judía o la islámica que, aunque durante siglos combatieron entre sí, nunca dejaron de parecerse. València es una ciudad meridional con un marcado carácter católico, a pesar de su historia y apariencia islámicas, mientras Estambul es una ciudad ortodoxa y norteña, con sus vínculos bizantinos.

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