P ese a la situación social post pandémica, los frecuentes cambios de normativa y la sensación de que en cualquier momento los espectáculos y el ocio basado en la cultura pueden irse al carajo, València sigue ofreciendo una fenomenal dosis de eso que los estudiados llaman música popular moderna. Obviamente, se han modificado las maneras de programar y consumirla en directo, como ya sabrán porque son gente sensata que obedece las normas impuestas por las autoridades políticas y sanitarias.

Por lo que respecta a las salas de conciertos, la incidencia en la manera de funcionar ha cambiado mucho, más allá de la limitación de aforo, la distancia interpersonal o las sillas plantadas en la pista de baile. Antes, actuaban bandas y artistas de renombre internacional con una frecuencia alucinante. Hoy por hoy, suben al tablado músicos de cercanía geográfica, noveles, con proyección limitada y cachés reducidos. Esto, apelando al viejo «no hay mal que por bien no venga», ha permitido a grupos que militaban en categorías humildes tener más oportunidades de presentarse ante el público en lugares de primera división. Así, Loco Club continúa con su filosofía eléctrica, melódica y nerviosa, con las actuaciones de Star Trip o Los Radiadores. En 16 Toneladas, la más canalla y ecléctica de las salas, lo mismo cabe un cantautor, que el heavy cachondo de Gigatrón o los shows acústicos de míticas bandas como Los Rebeldes. Por su parte, Black Note apuesta por los conciertos homenaje y las versiones, que puede estar gracioso en el caso de Cod Routers, pero puede ser denigrante en otros, como aquellos fulanos que desfiguraban vilmente clásicos británicos de los años sesenta.

La Casa del Mar, cerca de la Patacona, ofrece buen rollo y frescura en un ambiente libre, con encanto surfero y una pequeña muestra gastronómica. Santero y sus Muchachos o Señor Chinarro forman parte de su programación. En parámetros similares se mueve La Fábrica de Hielo, pioneros en aunar música en directo, artes variadas y cocina, todo envuelto en un equilibrado halo de modernor y autenticidad, esta vez en la playa del Cabanyal.

Se advierte una capacidad de reinvención para afrontar un entorno hostil, acabar con el miedo y atraer a la clientela con gusto, pero también con garantías. La misma sala Canal se ha sacudido la caspa y se ha transmutado en un cabaret en el que, desde sus características mesitas, degustar tapas, gurpos indies y dj's, con Hinds, Alice Wonder o McEnroe. O el Centre del Carme que, aunque acostumbrado a cobijar propuestas de vanguardia, ha puesto su histórico claustro a disposición de Bisbal o Izal, rozando el límite de los aforos que el sentido común recomienda.

Ya ven que ha habido un cambio en la oferta. La imaginación ha volado para montarse una película distinta, para que los eventos sean atractivos, para crear ambientes con sabores fuera de lo habitual. Para hacer de las viejas cosas algo novedoso en esta nueva normalidad. Para que disfrutar de la cultura, de una manera inevitablemente incómoda en el peor verano de nuestras vidas, al menos, valga la pena.