Algo leí sobre la protección de la capa española como elemento identitario y cultural y pensé en Ramón García dando las campanadas, y en Jaime de Marichalar luciéndola con distinguido porte transilvano. Siempre asocié esta antigualla a los reaccionarios embozados contra los que decretó Esquilache, a los tunos y a justicieros psicópatas como Batman o Pinochet, aunque he de reconocer que el rock también tuvo su buena ración de capas. Los Brincos, con sus impecables seseñas, españolizaron el legado de The Beatles tanto en la forma como en el fondo, dándole ritmo a la dictadura. En Estados Unidos, los garajeros Count Five vestían unas parecidas y vivían al borde de la reacción psicótica en San José, como los buenos falleros. Gene Chandler, héroe del soul, también se engalanaba con una pañosa cuando se convertía en el «Duke of Earl» y mi amado Hank von Helvete, de Turbonegro, se la echaba por encima para tapar su peludo torso desnudo. La capa también ha sido una prenda que han llevado algunos artistas con gusto por lo macabro para epatar a su audiencia. Screamin´ Jay Hawkins se ponía una oscura sobre un terno formal, y acompañaba el conjunto con rictus serio y un bastón. Cuando al compositor de «I put a spell on you» le daba la vena vudú y sacaba toda su parafernalia de calaveras, collares de dientes y candelabros no dudaba en cambiar el largo y el color de su capa por tonos más alegres, para que combinara mejor con las chorreras y los estampados de cebra o leopardo. Su alumno Lord Sutch cambió los hechizos del pantano por la niebla londinense de la época de Jack el Destripador. Ataviado con frac, chistera y capa negra el británico se rodeó de grandes músicos como Jimmy Page, Keith Moon o Ritchie Blackmore con los que endureció el rhythm´n´blues de su maestro y lo barnizó con terror victoriano. Al nota le faltaba carnaval, y por eso se presentó a un montón de elecciones, abriendo el camino para otros fantasmones que, a veces con capa, a veces sin ella, también probaron suerte en la política. Mantos menos tétricos se pusieron encima El Rey y Mr. Dinamita. Elvis Presley, tras su resurrección en el especial de la NBC, comenzó a vestir sus legendarios e inconfundibles jumpsuits llenos de color, flecos y lentejuelas, que solían incluir fajín y una capita a partir de 1972. Por su parte, James Brown sabía de sobra como utilizar esta prenda para dotar a su show de cierto aire dramático. En medio de una canción en la que relataba sufrir una insoportable soledad y un dolor inconmensurable, el pobre hombre caía al suelo sin poder aguantar tanta pena. Entonces, un ayudante aparecía con una túnica con la que abrigar al desconsolado, quien se cubría o descubría con ella según las fuerzas que le quedaran en ese momento y las ganas de poner más o menos frenético a un público que sentía su lamento como propio. Capas coloridas y brillantes, dignas de la realeza del rock y que, por no ser negras, siempre disimularon mejor la pitiriasis capilar. Vamos, la caspa.