En las noches de verbena las parejas bailaban pasodobles y boleros. La música la ponían las orquestas, que muchas veces eran los mismos músicos de la banda del pueblo. En Gestalgar, por las fiestas de San Blas en los bailes del trinquete, un sólo músico cantaba y tocaba a la vez el acordeón, el bombo con un pie y con el otro el plato, que no sé por qué creo que se llamaba charles. Un hombre orquesta. Lo raro, para las generaciones de ahora, es que había en las verbenas una pareja que no fallaba nunca y que nunca bailaba: la pareja de la Guardia Civil. En la radio sacaban los discos dedicados y un consultorio sentimental hacía estragos en la audiencia, sobre todo entre las mujeres. Las recetas amatorias de Elena Francis eran de juzgado de guardia, y aún más cuando se supo que la tal Elena no existía, sino que eran unos tíos que se lo pasaban bomba destrozando la vida afectiva -por no hablar de la erótica y sexual- sobre todo, como digo, de las mujeres de la época. Pero lo que estuvo muy de moda eran los discos dedicados. Y entre los discos que más se escuchaban -yo no levantaba dos palmos del suelo- estaban los de Jorge Sepúlveda. Había nacido el cantante en València, en el año 1917, y cuando la guerra fue sargento en la defensa de la República. Después de la guerra estuvo preso en el Campo de Albatera y cuando salió en libertad decidió dedicarse a la canción. El triunfo no tardó en llegar. Tenía una figura de galán, con sus trajes y pajaritas, con su bigotito fino y el pelo repeinado para completar un porte de dandy resultón que encandilaba al público en los festivales musicales y en los teatros. En los años cuarenta y cincuenta fue uno de los grandes. Boleros y pasodobles eran lo suyo: «Bajo el cielo de Palma», «Mirando al mar», «Santander», «Cántame un pasodoble español», «Pecado», «El mar y tú»? En los años sesenta los gustos musicales empezaron a cambiar. El pop y el rock se imponían en los bailes del domingo por la tarde y las radios amplificaban los éxitos franceses e italianos -muy poco los anglosajones- dejando los boleros, los pasodobles y la pareja de la Guardia Civil como reliquias verbeneras de un tiempo prehistórico. El relevo de Jorge Sepúlveda y otros de sus ilustres colegas lo tomaría, con éxito absoluto, su amigo José Guardiola, que sería considerado como el Sinatra español en los años siguientes. El tiempo va a su bola y arrastra lo que encuentra a su paso. Si Jorge Sepúlveda mirara hoy al mar, seguro que en vez de soñar «que estaba junto a ti», se le aparecían esas barcas de papel llenas de gente machacada que huye de la miseria y de las guerras, o, como contraste, el barcoplón de Rafa Nadal disputando insolente el territorio marino a Moby Dick. Pero Jorge Sepúlveda ya no miraría nunca al mar, ni la luna de Palma, ni la playa del Sardinero en su querida ciudad de Santander, donde han colocado un busto en su memoria. Murió en 1983 sin que mucha gente se enterara. Yo fui de los que no se enteró. Y me quedé de piedra cuando hace unas semanas leí un artículo en el diario El Salto y otro más antiguo de Mundo Obrero que recordaban la vida y la muerte de Jorge Sepúlveda, y también su entierro. Me entraron ganas de llorar, de verdad. Hay veces en que la emoción se te apodera y no sabes qué hacer para mantenerte en pie. A la muerte de Franco, Jorge Sepúlveda se integró en la Asociación de Militares Republicanos para ayudar a sus familias, y cuando murió en Palma de Mallorca, la ciudad donde vivía desde hacía muchos años, su mujer, Angelines Labra, y sus amigos cumplieron con su voluntad: que lo enterraran en una fosa común del cementerio de Palma, con los cuerpos de muchos de sus compañeros republicanos que aún hoy duermen en las cunetas y en las fosas sin nombre sus sueños de justicia. En realidad, Jorge Sepúlveda se llamaba Luis Sancho Monleón y había nacido en la Plaza de los Escolapios de València. Un paisano que debería recibir en su tierra -después de tantos años de democracia- el más justo y merecido de los homenajes. Dejo la propuesta en el aire por si alguna autoridad política o civil -o las dos a la vez- recoge el guante. ¿Alguien se anima?