No pude darle un último, material e insustituible, abrazo. «Te llamo para despedirme», le escuché a última hora de la mañana del jueves. Lo tomé a broma. «Me operan esta tarde€y por si acaso€» Su voz se arrastraba difícilmente a través de la línea. Se me cortó el aliento. «Iré a verte al hospital», le dije. «No, no vengas, del quirófano me llevan a la UCI». Murió en la UCI. Se ha ido Facundo Tomás Ferré, catedrático de Historia del Arte en la Universidad Politécnica de València, mi amigo. Nacido en 1950 de una familia patricia, asentada en Buñol, su juventud transcurrió a galope, embriagada por aquel mayo del 68, y militó en la lucha clandestina contra la dictadura desde una izquierda revolucionaria, amenazada siempre por las delaciones, las infiltraciones, las caídas, las torturas, incluso, a mitad de los setenta, por las ejecuciones sumarísimas. Una juventud en la que se involucró Consuelo Torres, su mujer de aquellos años, hermana del llorado editor Fernando Torres, con la que tuvo dos hijos, Paloma, nacida en Milán durante el exilio al que se vieron forzados, y Facundo, nacido ya en los 80. De aquellos años es su primer libro, militante y milanés: Spagna. Antifranchismo e lotta di clase. 1936-1975. A su vuelta a España, y a Valencia, tras la muerte de Franco, Facundo, que había sido considerado prófugo por el Ejército, tuvo que hacer un servicio militar de castigo, en El Ferrol, en un batallón en el que, como él decía con sorna, solo había gais, rojos y ladrones. Su vuelta, sin embargo, fue tan fulgurante como había sido su huida, cursó sus estudios en un tiempo insólito, se incorporó como profesor de Historia del Arte a la Universidad Politécnica de Valencia, defendió su tesis de doctorado Para una historia de la plástica valenciana actual: los antecedentes, dirigida por Román de la Calle, en 1983. Son los años 80 en los que comienza a publicar sus primeros libros, centrados en la memoria de la guerra civil: La guerra civil del Equipo Realidad (1981), o Los carteles valencianos en la guerra civil española (1986).

Pero la segunda mitad de los 80 es también la de la fascinación crítica por la sociedad de masas y la irrupción artística de los medios de comunicación masivos. Dirige diversas tesis de doctorado sobre el Pop Art, el cine de Francis F. Coppola, las series televisivas, incluso sobre la imagen publicitaria en televisión, tesis que hizo el pintor y hoy catedrático José Saborit: todo este interés desembocará en uno de sus libros mayores, Formas artísticas y sociedad de masas (2002). En los 90, su atracción por las relaciones entre escritura y pintura le llevarán a teorizar sobre lo Escrito, pintado. Dialéctica entre escritura y pintura en la conformación del pensamiento europeo (1998) y a centrar su investigación sobre dos grandes figuras valencianas, Sorolla y Blasco Ibáñez, un pintor y un escritor, que él contraponía al esquema dominante, noventayochista, de explicación histórica de nuestro Fin de Siglo, desde una posición periférica y anticentralista. En 1998 edita La maja desnuda, y en 1999, La voluntad de vivir, de Blasco Ibáñez, ambas en la editorial Cátedra, y publica su monografía Las culturas periféricas y el síndrome del 98 (2000); en los tempranos 2000 organiza los encuentros internacionales en la Academia Española de Roma, dirigida por entonces por su amigo y colega Felipe Garín, de los que surgirán dos libros editados por Facundo sobre literatura y arte, y un tercero promovido desde un encuentro en La Habana sobre La novela de artista, otro de sus grandes temas. En esta misma línea se fraguarán en 2007 una exposición sobre la Visión de España de Joaquín Sorolla y el libro a dos manos Joaquín Sorolla, de Felipe Garín y Facundo Tomás. Ambos catedráticos de la Universidad Politécnica de Valencia formaron un tándem sorprendente. Contrapuestos en muchas de sus convicciones y actitudes, se complementaron ejemplarmente: donde uno ponía el ímpetu y la creatividad, el otro los acompasaba con su saber hacer y su inteligencia pragmática. Este año de 2007 fue el de la plenitud creativa de Facundo: a las publicaciones y exposiciones citadas, se añadirá otra inolvidable, la de El Equipo Crónica en la colección del IVAM, producto de su colaboración con esta institución y con quien entonces la dirigía, Consuelo Císcar, que Facundo paseó también por La Habana, por Montevideo, por Santiago de Chile, por Buenos Aires, y por México. Allí es donde el corazón le dio el primer aviso severo.

En los últimos diez años Facundo fue retrayéndose cada vez más en su apartamento de Almirante Cadarso, nº 13, el mismo, aseguraba, entre sonrisas maliciosas, que había pertenecido a Max Aub, y en el que si se rascaba la pintura de la sala aparecería seguramente el fresco pintado por Genaro Lahuerta y Pedro Sánchez. No dejó de trabajar, pues de 2011 es el libro colectivo, Miradas sobre España, en el que una vez más trataba de deconstruir la mirada central y hegemónica sobre nuestra historia para contraponerle una imagen plural, con poderosas raíces en la periferia. Desde su primer libro hasta el último la mirada de Facundo arranca de la realidad inmediata, la valenciana, y desde esa misma realidad se proyecta sobre el mundo. De Blasco Ibáñez a Schopenhauer o Nietzsche, de Valencia a Roma o La Habana, dos de sus grandes pasiones urbanas: la vivencia es local, el pensamiento global. Y de esos años son también las dos últimas tesis que dirigió Facundo, de dos de sus mejores colaboradoras: La figura femenina reclinada en la pintura española del entresiglos XIX-XX. Herederas de «Las Majas» de Goya (2010), de Isabel Justo, y Paraísos artificiales. La imagen drogada en la pintura europea del entresiglos XIX-XX (2015), de Sofía Barrón Abad. Pero como si se resistiera a claudicar ante una realidad que arrollaba su presente, se negó a pactar con ella, a administrar su salud, a ser sensato, y fue cerrando puertas y extremando opiniones, desajustándolas cada vez más de lo real. En sus últimos mensajes mantenía esa pulsión provocadora que tanto le divertía, sobre todo cuando se trataba de escandalizar a sus alumnos, y me enviaba un fotomontaje de Lenin envuelto en la bandera española preconstitucional, pero en otro se confesaba «abrumado por mi excesiva voluntaria soledad». Hablé con él en agosto: «Toma un taxi y vente a pasar unos días con nosotros, a Rocatallada». Me contestó: «Llevo cinco meses sin bajar a la calle, y hasta el pasillo me parece largo, así que me quedo en el sillón, donde estoy muy bien». Le recomendé leer el poema Beato sillón, de Jorge Guillén. Paradójicamente, había concentrado sus últimas ilusiones en un viaje a La Habana, él decía que para quedarse, yo pensaba que para despedirse de sus amigos de allá. Tenía incluso el billete. Facundo, inclasificable, indómito, genuino, es de estas personas que dejan en ese magma informe de siglos y biografías que es la vida, la cicatriz de su singularidad, lo que nos hace más dolorosamente conscientes de nuestra condición efímera. Que nos acompañe largo tiempo su recuerdo.