Mario Benedetti murió un 17 de mayo de 2009 en su casa de su Montevideo amado. Había vivido 88 años intensos y vitales dedicados a su gran amor, por encima de cualquier otro, incluso de su amada esposa Luz: la literatura. A ella dedicó 65 años de su vida. La quiso de todas las maneras posibles, por tierra, mar y aire, que diría el tópico, y se lo demostró de todas las maneras posibles, con una vasta y compleja literatura, de manera que fue poeta, dramaturgo, novelista, cuentista, crítico, ensayista, periodista y siempre desafiando todos los géneros y enriqueciéndolos.

Comenzó con el poemario «La víspera indeleble», en 1944. Con él se inicia también la llamada generación uruguaya de 1945, que tuvo en él su más alta figura, (Onetti los apadrinó), pero contó también con Ida Vitale, Idea Vilariño, Carlos Maggi, Ángel Rama o María Zulema, agrupados en torno a las revistas Marcha y después Número. Un grupo numeroso y brillante que ejerció una influencia determinante en la identidad intelectual y cultural uruguaya de mediados del siglo XX en Uruguay.

Benedetti fue y ejerció de escritor total, vasto, universal. Es el novelista de «La tregua» o «La borra del café»; el poeta de «Vientos del exilio» o «Poemas de la oficina»; el ensayista de «Sobre artes y oficios» y «La realidad y la palabra»; el dramaturgo de «Pedro y el capitán» o «Ida y vuelta»; el escritor político de «El país de la cola de paja» o «Terremoto» y, por supuesto, el gran cuentista también de «Montevideanos», «Esta mañana» o «Geografías».

Pero también estuvo socialmente comprometido como activista de izquierdas y defensor de los derechos humanos, especialmente en su país, Uruguay, «la única oficina del mundo que ha alcanzado categoría de república» hasta que tuvo que exiliarse tras el golpe militar de 1973 de Juan María Bordaberry. Durante casi doce años vivió en Argentina, Cuba, Perú y España, hasta que pudo regresar a Montevideo en 1985, donde siguió comprometido contra el silencio de los crímenes de los militares.

Ahora, al cumplirse el centenario de su nacimiento, en septiembre de 1920, la figura de Benedetti aparece como excepcional y admirable.

El mérito de Benedetti fue el de ser siempre fiel a sí mismo, a su sencillez natural, aquella que le permitía acercarse y convivir con sus seres y amigos más próximos y a partir de ahí ahondar narrativamente en el enigma universal de las relaciones humanas, en la convivencia. Por eso escribió, en uno u otro género, lo que la gente necesitaba oír o leer, de ahí el éxito y la respuesta excepcional que despertaban sus libros, un éxito y un amor popular que contrasta con la indiferencia y el desafecto con que le trataron muchas instituciones. Algo que él no corrigió pues rechazaba las grandilocuencias y los adornos. Le bastaba hablar y escribir lo que pensaba y que el pueblo, su gente, le quisiese por ello.

Habló del odio, del amor, de la vejez, de las frustraciones, de la alegría y los fracasos, de la venganza, de las enfermedades del cuerpo y del alma.... de todo lo que sirve para tejer la convivencia de las personas, y siempre con historias cotidianas de personajes cercanos y reconocibles. «Yo soy poeta, señores y usted debe saber que los poetas vivimos a la vuelta del mundo», escribía para reforzar esa condición popular.

En el centenario de su nacimiento la cultura se ha volcado en renovar el recuerdo de Benedetti. Alianza Editorial Alianza le ha dedicado una Biblioteca de autor en la cual figuran «La tregua» y «Gracias por el fuego» (sus novelas más conocidas), así como «Cuentos» y la obra de teatro «Pedro y el Capitán». Alfaguara ha editado un doble homenaje. De un lado una «Antología poética» con una selección de sus mejores poemas a cargo de Joan Manuel Serrat, que ya puso música a algunos de los poemas de Benedetti hace 35 años, con gran éxito.